Todos los manuales de comunicación política advierten del riesgo de publicar materiales relativos al debate interno de las organizaciones. Los electores se muestran extraordinariamente inclinados a interpretar los mensajes contradictorios como un síntoma inequívoco de incapacidad en el emisor para valorar y enfrentar la actualidad. Las organizaciones que carecen de un criterio y de un discurso unificado no resultan confiables. Así de simple.
Falange Auténtica es una organización democrática que recaba la opinión de los militantes para formalizar sus pronunciamientos públicos. Sus comunicados se dotan, de este modo, de una elevada coherencia con el sentir general de sus gentes. A pesar de ello, Falange Auténtica no puede evitar verse involucrada en las críticas que se dirigen, de una manera indiscriminada por genérica, contra el conjunto del entorno falangista.
La más reciente de estas críticas acríticas, si se nos permite el juego de palabras, casi parece un episodio de fuego amigo. El escritor sevillano Jesús Cotta acaba de publicar un extenso ensayo dedicado a la amistad entre José Antonio y García Lorca (Rosas de plomo. Stella Maris, 2015). Pero en una entrevista concedida a El Correo de Andalucía el pasado 26 de abril Cotta incurre en la especie, de manera tal vez inadvertida e involuntaria, de lo que se ha dado en llamar el “joseantonianismo”. Nos obliga, por ello, a optar entre guardar silencio o tratar públicamente lo que entendemos como un asunto privado, de familia.
El “joseantonianismo” es una corriente interna que pretende escindir la figura histórica y la personalidad de José Antonio de sus ideas políticas. Para ser rigurosos, de aquella parte de sus ideas que suponen un intento de superación del capitalismo y proponen una alternativa revolucionaria para ese régimen injusto y deshumanizado. José Antonio es, esencialmente, un ejemplo de caballerosidad –en el sentido medieval del término-; un modelo de patriotismo moderno y dinámico; y una vindicación permanente del sentido humanista y espiritual de la existencia. Nada que objetar, naturalmente. Pero en lo que atañe a su modelo de transformación económica y social de España, la cosa cambia. Los “joseantonianos”, tal vez, interpretan como una excentricidad que su icono se sometiera a la incomodidad de entregar su vida por la defensa de tales principios, circunstancia que acaban por atribuir a la Providencia o a la fatalidad histórica.
El Nacionalsindicalismo, que constituye la síntesis del pensamiento social de José Antonio, constituye una categoría insoportable para los “joseantonianos”. Lo enjuician como un conjunto de postulados apegado a su momento histórico, pero desprovisto de cualquier vigencia por el paso de los años. Una ingenuidad, en el mejor de los casos. Como si hubiera ingenuidad pareja a creer que el capitalismo haya dejado de presentar, hoy, las mismas fortalezas –y debilidades- que a lo largo de toda su lamentable historia.
La diferencia entre falangistas y “joseantonianos” radica en la aproximación binocular de los primeros a José Antonio, sin abordarlo -de manera restringida- con el ojo derecho o con el izquierdo. El caballero y el revolucionario, a partes iguales, es la figura que les interesa y mejor conviene. Pero son los falangistas, en buena medida, los responsables últimos de la aparición de esta moda “joseantoniana”. Una responsabilidad asociada a la escasa dedicación y acierto a la hora de definir con exactitud el modelo nacionalsindicalista, y desarrollarlo hasta sus últimas consecuencias teóricas. Se diría que el Nacionalsindicalismo, en muchas inteligencias, no ha superado los estrechos límites de la nacionalización de la banca o de la reforma agraria. Paradójicamente, dos coletillas doctrinarias en proceso de revisión.
El falangista es, en fin, un militante comprometido con el conjunto de la obra de José Antonio, celoso de su actualidad y cierto en las posibilidades inmensas que el Nacionalsindicalismo tiene asociadas. Una actitud vital que incomoda al conformismo que destila el pensamiento único, la mentalidad del capitalismo. Sólo cuando el observador prescinde de la posibilidad de dar batalla y vencer a la injusticia y la deshumanización puede suscribir, sin enojo, la amable ocurrencia del ensayista Jesús Cotta: “ser falangista hoy es como ser mosquetero. No tiene sentido”.