El 17 de enero de 1996, ETA secuestraba al funcionario de prisiones José Ortega Lara. En esta ocasión parecía claro que el objetivo de la banda terrorista no era una compensación económica que aumentara sus arcas, sino que era otro bien distinto. Y así fue. La directiva de la banda independentista quería presionar al gobierno español para que comenzase inmediatamente un acercamiento o un traslado de los presos etarras a las cárceles del País Vasco.
El Gobierno presidido por José María Aznar, con el apoyo de las fuerzas políticas enclavadas por aquel entonces en el Pacto Antiterrorista –entre las que se encontraba el PSOE-, decidió no ceder al chantaje terrorista.
Las consecuencias de esa decisión de Estado fueron 532 días de cautiverio para Ortega Lara que, por fin, fue liberado por la Guardia Civil el 30 de junio de 1997. El funcionario de prisiones permaneció todo ese tiempo en un zulo de 7"5 m2, sin ventilación, con escasísima alimentación y con un orinal que, además de para realizar sus necesidades, servía de recipiente para que sus carceleros le sirviesen la ración de agua diaria.
Ni qué decir tiene que José Ortega Lara padeció unas secuelas físicas demoledoras que, tal vez, ahora haya podido superar, pero a ellas hay que unir los trastornos que esos más de diecisiete meses de privación de libertad, dejaron y dejarán de por vida en su mente.
Durante este periodo de tiempo el Gobierno no cambió de postura y, de no haber sido por la liberación, la decisión de la cúpula etarra era clara: dejarían morir a Ortega Lara por inanición.
Tan sólo diez días después del final de este secuestro, el 10 de julio de 1997, ETA secuestraba al concejal del PP en Ermua, Miguel Ángel Blanco Garrido. El objetivo de la banda era el mismo, presionar de nuevo al gobierno para que los presos etarras fueran concentrados en cárceles del País Vasco. Pero, en esta ocasión, le daban otra vuelta de tuerca más: debería ocurrir dentro de las siguientes 48 horas desde el secuestro de Blanco; de lo contrario, sería ejecutado.
El Gobierno presidido por José María Aznar, con el apoyo de las fuerzas políticas enclavadas por aquel entonces en el Pacto Antiterrorista –entre las que se encontraba el PSOE-, decidió no ceder al chantaje terrorista.
El 12 de junio de 1997, alrededor de las 17:00, visto que el gobierno no modificaba su postura, los asesinos de ETA ataron las manos de Miguel Ángel a la espalda, le llevaron a un monte y le pegaron dos tiros en la cabeza.
No es posible imaginar lo que debió pasar por las mentes de José Antonio y de Miguel Ángel durante sus respectivos tiempos de espera. Tampoco se puede medir el sufrimiento de sus familiares, amigos y allegados durante y después de esas dos acciones terroristas. Son más fáciles de recordar los sentimientos de todo un pueblo –porque fuimos, somos y seremos parte de él- que se echó a la calle en ambos casos para exigir libertad, para pedir justicia, para encomendarse a cualquier cosa, para agarrarse a un clavo ardiendo, para buscar ayuda, para pedir explicaciones, para tratar de entender algo.
Hoy, nueve años después, el gobierno español, con el apoyo de la mayoría de los representantes políticos electos en el Congreso de los diputados, ha decidido sentarse a hablar con la banda criminal ETA para, entre otras cosas, tratar el acercamiento de los presos de la banda hacia las cárceles del País Vasco.
¿Se puede tener más desvergüenza? ¿Es posible ser tan rastrero? ¿Es tan difícil mantener un mínimo de dignidad? ¿Acaso ha desaparecido ya para siempre del diccionario de la política española la palabra honestidad? Estas preguntas podrían ser tachadas de subjetivas por los que prefieren mirar hacia otro lado y evitar la cruda realidad, pero… ¿éstas también?
¿De qué sirvió el sacrificio de Miguel Ángel Blanco? ¿Para qué aguantó milagrosamente José Ortega Lara la tortura a la que se le sometió? ¿Por qué han muerto cientos de personas a manos de ETA? ¿Ha valido de algo el silencioso sufrimiento de decenas de miles de familiares, compañeros y amigos de las víctimas? ¿Ha merecido la pena la más que probada paciencia de todo un pueblo que jamás ha osado tomarse la justicia por su mano?
Si nos ceñimos a los hechos y comprobamos sentados en nuestro sofá como se confirma que estas conversaciones y esta negociación se van a llevar a cabo, la respuesta es un NO rotundo. Lamentablemente, los muertos habrán sido en vano, el sufrimiento se podría haber evitado y la paciencia y la confianza de todo un pueblo quedan como mera anécdota.
Si, por el contrario, todos mantenemos el sentido común, la dignidad y la memoria, la respuesta será un contundente SÁ. Para nosotros, todo esto sí ha servido porque todos, los muertos, los que sufren y los que aguantamos pacientemente a que nuestros gobernantes cumplan con su palabra, habremos actuado decentemente, honradamente, honestamente y lo podremos llevar siempre con orgullo durante todas nuestras vidas.
Nosotros no vamos a negociar, nosotros no vamos a cambiar de opinión, nosotros no vamos a ceder ante el chantaje, nosotros no tenemos la política como negocio, nosotros no vamos a estrechar esa pistola en forma de mano. Y que quede muy claro: sin ningún tipo de anhelo propagandístico estuvimos, estamos y estaremos del lado de los muertos, del lado de los familiares y del lado de todo un pueblo. Y que quede más claro aún que no hemos estado, ni estamos ni estaremos jamás con los que, desde el terror mafioso, han amedrentado, coaccionado, extorsionado, secuestrado y asesinado, pero tampoco lo haremos con los que, valiéndose del poder concedido por el pueblo, hicieron dejación de funciones, negociaron con los terroristas, asesinaron desde las cloacas del Estado y ahora van a estrechar esa mano llena de sangre. Ellos solos se juntan; nosotros con ellos, jamás.