Carlos Vara
Al margen de la tan traída –muy especialmente durante los años del franquismo manipulador- similitud entre el pensamiento de José Antonio Primo de Rivera y el de Juan Domingo Perón. Teniendo en cuenta que ambos dirigentes políticos ya no están entre nosotros y que, por desgracia, nuestra patria, con actitud cobarde y traicionera, decidió dar la espalda a nuestros países hermanos de Hispanoamérica y pasar a codearse con los países de la Europa de los mercaderes y las guerras, en la actualidad se hace muy difícil una comparación entre los continuadores de las doctrinas falangista y peronista.
Tal vez -por supuesto sin profundizar en el análisis político sino en las circunstancias que han rodeado a los dos movimientos- un gran parecido radica en que ambos partidos, el falangista y el peronista, en una determinada época, se convirtieron en movimientos de masas con toda la problemática que ello conlleva en cuanto al crecimiento desmedido de la militancia, al descontrol ideológico de la misma y a la facilidad para que algunos elementos distorsionadores se pudiesen introducir sin hacer mucho ruido en los mismos y apoderarse de ellos.
En este contexto encontramos la que es en mi opinión, mayor coincidencia entre el peronismo y el falangismo. En ambas formaciones han existido, existen y existirán dos grupos bien diferenciados: por un lado el de los militantes sacrificados, los auténticos seres humanos, los grandes luchadores, los infatigables trabajadores, los políticos de vocación, los que buscan la justicia social, los que se preocupan por los más necesitados, los fieles compañeros, los que llevan la honestidad por bandera... y por otro y desgraciadamente, el grupo de los egoístas, los insolidarios, los niños de papá, los patrioteros de buena familia, los matones descerebrados, los sin entrañas, los gorilas sin conciencia...
Y estas diferencias entre supuestos compañeros ideológicos hacen que esa camaradería sea imposible por mucho que unos y otros decidan apellidarse peronistas o falangistas. Son tan amplias las distancias no sólo de pensamiento sino también de actitud vital que el intentar cohabitar bajo un mismo techo es poco menos que un disparate.
Tal vez por ello, estemos viviendo una crisis de las ideologías tal y como se han conocido siempre y estemos pasando a una nueva realidad basada en las actitudes, en las cuestiones vitales de primer orden, en el sentido común y en la comunidad de los sentidos. Por esto me atrevo, sin ninguna duda, a decir en voz alta y clara que me siento compañero de los integrantes del primer grupo de los peronistas, de los buenos argentinos y nunca, jamás, me sentiré camarada de los del segundo grupo por mucho que se hagan llamar peronistas o falangistas.
Uno de los exponentes del primer grupo en Argentina lo forman un conjunto de personas limpias de espíritu y de conciencia llamado Movimiento Peronista Auténtico y, tal vez, por su segundo apellido y no por el primero, siento una profunda cercanía hacia ellos que supera los kilómetros de océano que físicamente nos separan.
Pero, más que por su autenticidad de nombre, lo es por su autenticidad de comportamiento. Los militantes del MPA, por las desgraciadas circunstancias que rodean a nuestro país hermano, no van sobrados de medios económicos, pero sí de ilusiones y de valiente y decidida actitud. Cuentan con comedores populares en las zonas más marginales de Buenos Aires, trabajan con decenas de voluntarios en las, tristemente conocidas, villas miseria, han promovido más de cien emprendimientos a lo largo de todo el país en los se emplean de manera autogestionaria cientos de familias que estaban desempleadas, apoyan con su presencia y con sus desinteresada ayuda a los sectores más perjudicados –como el campo en el norte del país- por una política económica devastadora...son un ejemplo a seguir y yo, como falangista, como auténtico y como hispano, me siento, no sólo muy cercano a ellos, sino profundamente orgulloso de compartir lucha con estos compañeros, por más que estemos en continentes tan distantes, vivamos diferentes realidades y militemos en partidos que se apelliden de la misma o de diferente manera.
Por mi parte, la mano está tendida.