Una vez más traemos a nuestro buen amigo Fernando Valbuena a esta sección de nuestra web. Estamos de acuerdo con el contenido del artículo, publicado en HOY el pasado 31 de octubre, por cuestiones obvias, ya que Ramiro Ledesma es uno de nuestros fundadores, pero permítannos nuestros lectores concretar un poquito más por qué estamos de acuerdo con el artículo en cuestión:
- Ramiro Ledesma era por encima de todo un estudioso que transitó ocasionalmente por la política.
- Ramiro se licenció en Filosofía y Letras, en Ciencias Físicas y en Ciencias Exactas. Y todos los estudios los pago con su modesto sueldo de cartero. Este sigue siendo el perfil de la inmensa mayoría de quienes militamos en Falange Auténtica, estudiantes, trabajadores que construimos nuestra propia carrera profesional gracias nuestro esfuerzo.
- Comenta Valbuena de Ramiro que "para unos fue un demagogo nietziano, para otros un pobre iluso a la deriva". Algo a lo que los falangistas estamos muy acostumbrados, nos llueven insultos y descalificaciones de uno y otro lado. Unos nos tachan de demagogos, porque son incapaces de superar con argumentos los postulados nacionalsindicalistas. Para otros somos unos ilusos, incluso utópicos, por la sencilla razón de creer que es posible y necesario un mundo más justo y solidario.
- Si contra algo luchó fue contra los privilegios de los poderosos y si algo ocupó su corazón fue el padecimiento de los humildes. En ello estamos las mujeres y los hombres de Falange Auténtica, siempre al lado de los humildes, frente a los poderosos.
- Revolucionarios, seguimos manteniendo nuestra firme convicción en la necesidad de la revolución nacionalsindicalista. Una revolución social, económica y moral que contribuya a construir una España en las antípodas del actual panorama de corrupción, paro, insolidaridad, egoísmo, falta de valores morales...
- Importante destacar la ignorancia de quienes esgrimen la Ley de Memoria Histórica para atacar tanto a Ramiro como a cualquiera de los fundadores de Falange. Ramiro no participó en sublevación militar alguna, ni exaltó esas cosas. Es más los falangistas pedimos que se aplique la Ley de Memoria Histórica a aquellos personajes que de manera ilegal encarcelaron y posteriormente asesinaron a la mayor parte de la junta política nacional de la primitiva Falange.
- Ramiro Ledesma murió a los 31 años y al enterarse de la noticia Ortega y Gasset simplemente dijo "No han matado a un hombre han matado a un entendimiento".
- Agradecer sinceramente a nuestro buen amigo Fernando Valbuena que haya contribuido con su artículo en su columna semanal del diario HOY a rescatar al olvido la obra y vida de Ramiro.
RAMIRO LEDESMA
Fernando Valbuena Arbaiza
Publicado en el HOY el 31 de octubre de 2014
Tenía ya escritas las que iban a ser primeras letras de la columna de hoy. Ternísimas historietas sobre mirlos blancos y aguas cristalinas. Pero, mira por donde, hoy no toca. Lo de los mirlos blancos está bien como ejercicio literario, pero la verdad manda más. Acabo de leer a Alonso de la Torre en su magnífica columna sobre Unamuno en Extremadura, y he recordado la divisa del maestro, la que te golpea desde la fachada de la que fue su casa en Salamanca: “Veritas prius pace”. Primero la verdad que la paz. Y me he visto a mí mismo como un miserable si callase. ¡Va por usted, maestro!
Algo parecido debió decir Ramiro Ledesma cuando le dedicó a Don Miguel una de sus primeras obras, “El sello de la muerte”. Ramiro era, por encima de todo, un estudioso aunque transitara ocasionalmente por la política. Cuando se presentó ante Giménez Caballero en la redacción de “La Gaceta Literaria” éste le retrató como de “mediana estatura, cuerpo enjuto, traje gris, pantalones rodilleados, flexible de alas bajas protegiendo un rostro celtíbero y enérgico, y cubriendo un peinado de mechón caído. La voz buena. Pronunciación defectuosa en la vibrante velar haciendo las erres gaseadas a la francesa”.
Ramiro se licenció en Filosofía y Letras, en Ciencias Físicas y en Ciencias Exactas. Y todos los estudios los pagó con su modesto sueldo de cartero, empleo que ocupó desde los dieciséis años. Cartero y tremendamente moderno para aquella España atrasada y triste. Enamorado de la velocidad a lo Marinetti y de su Royal Enfield. Para unos fue un demagogo nietziano, para otros un pobre iluso a la deriva. Fue, sin duda, un perdedor, uno de esos perdedores sublimes de los que tantos hay en la Historia de España, de Prisciliano a Julián Besteiro, y que tanto la engrandecen. Si contra algo luchó fue contra los privilegios de los poderosos y si algo ocupó su corazón fue el padecimiento de los humildes. Revolucionario, tanto y en tal grado, que abandonó la Falange porque José Antonio se le antojaba derechoide y burgués,... como si ya presintiera en lo que iba a quedar la Falange de Franco. Régimen que, dicho sea de paso, censuró sus escritos. Siempre a la intemperie.
Ahora diversos colectivos pacenses piden que se prohíba una manifestación convocada en su nombre. En la pugna política es lógico que no sea de su agrado tal acto. Pero bastaría con invocar la libertad para que pudiera celebrarse en paz. Más aún, la verdad, la verdad unamuniana nuestra de cada día, nos exige desterrar toda mentira. Así, cuando invocan la Ley de Memoria Histórica como patente de corso, han de saber que yerran y mucho. Ni Ramiro participó en sublevación militar alguna, ni exaltó tal hecho. Entre otras cosas porque siempre le sentó mejor la camisa roja de Garibaldi que la negra de Mussolini. Valgan estas palabras, al menos, para rendir culto a la verdad.
Ramiro Ledesma murió a los 31 años. No murió de catarro, ni siquiera a causa de una mahonesa en mal estado. Pero no seré yo quien recuerde quien le mató, porque aquella guerra, aunque esté muerta, sigue mal enterrada. Sea como fuere, reventado el cráneo, arrojaron su cadáver a los pies de otro Ramiro, Ramiro de Maeztu, aquel vasco –tuvo que ser un vasco- que puso en pie la idea gigante de la Hispanidad. Maeztu giró la vista aterrado. La camioneta arrancó y la cadena de presos partió hacia al alba que ya no verían. Al enterarse de la noticia, Ortega y Gasset simplemente dijo: “No han matado a un hombre, han matado a un entendimiento”.