Dionisio de Osma
Muchos son los que se han entregado bastante tiempo, -sobre todo en las silenciosas horas robadas al descanso nocturno, en una vigilia impuesta por la emotividad de la fecha-, a emborronar unas cuartillas con reflexiones profundas algunos, y otros con un bienintencionado pero reiterativo sentimiento de hagiografía para con el hombre, y después el mito, -aunque el primero, como no podía ser menos, ha sobrevivido al segundo, porque después de todo, el hombre y el mito, eran una misma cosa-, desde aquella madrugada de odio y de sangre del 20 de noviembre de 1936.
No sería empresa difícil escribir unas líneas fáciles glosando los taumatúrgicos logros del héroe ausente, pero creo que es menester, para que nadie pueda decir que nuestra admiración y militancia nos ciega la vista, tratar desde una perspectiva entregada a la reflexión profunda y al análisis crítico, la figura de José Antonio, tanto más, porque el tiempo transcurrido, el tiempo de él y sus coetáneos, ya se puede examinar a luz del sosiego, con pasión, sí, pero sin odios de ninguna clase.