Isabel San Sebastián en EL MUNDO, 3-10-09
No ha podido ser. La derrota no es imputable a la candidatura, que según las voces más autorizadas era la mejor, sino a las miserias propias de la política y sus equilibrios. Pero tanto da. ¿Acaso le ha sorprendido a alguien? ¿No se sabía de antemano que la demagogia de Lula, con sus llamamientos a la no discriminación de los pobres, tenía muchas posibilidades de triunfar? ¿No entraba en juego esa regla no escrita del reparto equitativo entre continentes? ¿No lo adelantaban las apuestas? ¿No lo sospechaban nuestros líderes? ¿Es que no conocen el enfangado terreno que pisan?
De nada han servido los cuantiosos jamones de Txistu, ni las 900 botellas de vino, ni los 400 invitados a Copenhague que integraban la delegación oficial. Madrid se queda una vez más compuesta, con 8.000 millones de deuda y sin novio que la vista de olímpica. ¿Quién se hace cargo de la responsabilidad y de la factura?
La material, la cantidad astronómica de dinero invertida en dotar a la capital de infraestructuras suntuarias, la abonarán nuestros hijos y nuestros bisnietos, que tal vez tengan la dicha de asistir a unos Juegos Olímpicos celebrados en su ciudad, o tal vez no. La política también debería asumirla alguien, porque el empecinamiento en un sueño imposible es algo más o menos romántico cuando afecta únicamente al soñador, pero se convierte en derroche irresponsable cuando la corazonada gasta pólvora del rey, como es el caso.
¿Qué futuro aguarda ahora a Alberto Ruiz-Gallardón? ¿Seguirá gobernando un Ayuntamiento endeudado hasta los tuétanos y sin un proyecto que llevarse a la boca? ¿Intentará por fin dar el salto a la política nacional, aprovechando el caso Gürtel para mover la silla a un Mariano Rajoy debilitado por los mismos que le encumbraron? ¿Se centrará en la batalla que tiene entablada en Caja Madrid a fin de vengar su frustración olímpica venciendo en ese bien cebado campo a su querida compañera de filas Esperanza Aguirre? ¿Abandonará la vida pública cabizbajo? Se admiten apuestas. Yo sólo sé que en más de un despacho hoy se analiza este asunto con mucha más inquietud que la provocada por la noticia de que nos quedamos fuera, compuestos, sin novio y con una cuenta por pagar que pone los pelos de punta.
Nos quedamos fuera pese al voluntarismo suicida con el que se llevó adelante esta candidatura cuando todo estaba en nuestra contra. Nos quedamos fuera una vez más, sin un extraño a quien echar la culpa.