El bobo de Durán i Lleida ha dicho que votar "Sí" al Estatut es conseguir que Cataluña le hable de tú a tú a España, y ha añadido, más o menos, que así se conseguirán "buenas relaciones" entre Cataluña y España. No entre Cataluña y el Gobierno central; no entre Cataluña y Madrid; no entre Cataluña y el Estado; sino "entre Cataluña y España". Qué pena que no reaccione y le replique el pueblo español, ese pueblo plural, pero hermanado, de los cuatro costados de España, al que con estas paridas se divide y se separa por medio de alambradas electrificadas, gracias al capricho de unos tipos que se mueven a impulsos del odio a la madre patria.
Estos megalómanos nacionalistas, con delirios de águilas imperiales cuando no son más que aves de mal agüero –CiU, ERC, y también, sí, sí, PSOE-PSC e IU-IC– insisten, a sabiendas de que es mentira, en el disparate de que Cataluña y España son dos sociedades distintas; dos historias diferentes; dos naciones ajenas dentro del concierto internacional.
Estos adalides del secesionismo insisten en engañar a la alelada sociedad "peninsular", manipulando dos mil quinientos años de Historia Universal y de Geografía Política. Pretenden que todos rebuznemos y movamos la cabezota de arriba a abajo, como cuadrúpedos que no logran espantarse las moscas, diciendo "Sí, señor, sí, señor" a su analfabeta teoría de que Cataluña no es España.
Pretenden crear generaciones de ignorantes que afirmen como marionetas que Cataluña nunca tuvo nada que ver con la Iberia contemplada como un todo por los navegantes griegos del Periplo del Massaliota del 530 a.C., y por Estrabón en el 10 a.C., y por Apiano de Alejandría en el 135 d.C.; ni con la Hispania romana del 218 a.C. al 476 d.C. (y que precisamente nació en Emporion, de forma que lo que hoy es Cataluña, fue, irrebatiblemente, origen, meollo y cogollo de Hispania); ni con el primer reino de Hispania, personalizado en el visigodo Ataúlfo, rey precisamente en Barcino (Barcelona) en el 414 (Athaulfus Hispanias peteret apud Barcinonem); ni con la sacra semperque felix mater Hispania que loara Isidoro de Sevilla en el 626; ni con la Marchia Hispaniae, como llamaron a estas tierras a partir del 826 los carolingios, siendo así el primer nombre específico de ellas; ni con el ideal de recuperatio Hispaniae asumido por todos los reinos peninsulares de la Edad Media y materializado esporádicamente como imperium Hispaniae totae en los años 1034 ó 1135; ni con el claro carácter hispánico que siempre tuvieron las empresas catalano-aragonesas en el Mediterráneo, en los años 1300; ni con el afán unificador (que no uniformador) de Fernando el Católico de Aragón y Barcelona en 1469; ni con la pasión por la cruz y por el emperador Carlos, en 1535, cuando el puerto de Barcelona era el puerto de España contra el Turco; ni con la admirada hermandad castellano-catalana que canta el Quijote en 1615; ni con el reconocimiento catalán hacia la política social del injustamente denostado Carlos II, en la década de 1680; ni con la vocación española que los catalanes demostraron en su resistencia contra los invasores franceses en la década de 1690 y entre 1808 y 1814, con episodios como el del Tambor del Bruch; ni con la copla "Quisiera ser tan alta como la Luna, para ver los soldados de Cataluña"...
Menos mal que nos queda la selección de fútbol. Sin ella y con esta ristra de nuevos estatutos en los que se define a Cataluña como "nación, a Andalucía como "realidad nacional, a Baleares como "nacionalidad, y, ahora, el "carácter nacional de Galicia (recién pactado por PSOE y BNG), ¿qué espectro total no sería ya España ?
Osmio