Cada día cientos de niños afeminados, delicados, educados o simplemente desafortunados sufren en los patios de los colegios y en las plazas de las ciudades y pueblos de España que muchos de sus compañeros les llamen maricones.
Y nada va a cambiar para ellos con esta Ley, porque ZP no hace frente al problema real de la homofobia y la discriminación por razón de orientación sexual sino que busca el fácil rédito político que dan las medidas efectistas y gratuitas. Antes que abrir el complejo debate de cómo hacer frente a una realidad social a la que no ha sabido enfrentarse aún ninguno de los países que nos rodea, el Presidente Dialogante ha preferido cerrarlo a golpe de ley.
En realidad, si en algo va a cambiar su vida, es en que quizá puedan pasar desapercibidos en el patio durante unos meses si tienen la suerte de que un chico o una chica adoptados por una pareja homosexual aparezcan por el colegio y sean el blanco de la crueldad social: tus padres [o tus madres] son maricones/as.
Ese es el mundo real. Y a los que nos preocupa la política real, la que afecta a personas de carne y hueso, a personas con derechos civiles y libertades, no se nos puede engañar con soluciones fáciles y gratuitas para problemas complejos. Falsas soluciones que sólo abren la caja de Pandora que todos los intransigentes de esta sociedad aprovecharán para agravar este conflicto latente.
Este Gobierno (como debieron hacerlo sus predecesores) debe dedicar los recursos que sean necesarios a combatir la homofobia y la discriminación: formando a todos sus docentes, policías y jueces, interviniendo en el sistema educativo, sancionando con contundencia a los discriminadores, emprendiendo campañas publicitarias en todos los medios tan caras y duraderas como sea necesario… y mientras tanto, trabajar para que el debate sobre las relaciones homosexuales y su estatuto social y jurídico se resuelva en un marco integral de respeto profundo a los derechos de las personas.
Pero no, nuestro gobierno de izquierdas prefiere el debate floreado y metafísico con lo más ultraconservador de nuestro país para reforzar su imagen progresista.
Prefiere tirar de la lengua a los que continúan hablando de la inviolabilidad de la Sagrada Institución del Matrimonio como si en los albores del siglo XXI la familia tradicional –uno de los pilares más importantes de la humanidad tal y como la hemos conocido hasta hoy- no atravesara una crisis profunda y estructural que precisa de ajustes y remodelaciones cuya importancia quizá no sepamos aún calibrar.
Prefiere eludir a la mayoría social, a la España sensata y sensible con todos los protagonistas de este drama (con los y las homosexuales que no pueden vivir una vida homologable a la de los demás y con los niños que pudieran ser adoptados) que exige prudencia, generosidad y visión de futuro en un debate complejo donde de momento ambas partes sólo ponen, por igual, ambición y dogmatismo.