El día 23 de febrero de 2013, ha sido un día importante en el cronograma de la toma de conciencia del pueblo español. Es incuestionable que las mareas ciudadanas han supuesto la demostración, no solo del descontento, que es algo que alcanza a casi toda la población, sino de la voluntad de hacer algo. Algo que cada vez es más común entre la ciudadanía, habitualmente tan ajena a la política y a la movilización.
Miles, de personas, cientos de miles sumando las infinitas convocatorias locales, han protestado, mayoritariamente en silencio y con lemas perfectamente representativos, contra los recortes, contra la desfachatez de la casta política y por la superación del golpe de estado financiero que mantiene secuestrada toda posibilidad de instaurar entre todos, un modelo sociopolítico nuevo, más justo y democrático.
Es innegable que cada persona de las que asisten a las movilizaciones populares es partidaria de una solución diferente, muchas de ellas coincidentes, muchas otras divergentes, pero todas, en general, dispuestas a consensuar un punto de partida común, en torno a unas bases mínimas.
Esto es la lucha del pueblo llano frente a la casta política y financiera, que igual que el pueblo, defiende aparentemente diferentes posturas políticas, pero ha consensuado una serie de puntos básicos que mantienen de forma monolítica. Estos son claros: el pueblo no ha de decidir, eso es cosa de los partidos políticos. La economía es un instrumento de dominación de las personas, antes que una herramienta al servicio del colectivo. El afán de lucro individual es sagrado, nada más valioso que la libertad de hacer negocios quienes puedan permitírselo. A costa de lo que sea, tanto da que la gente se suicide, lo importante es defender el derecho del banco a desahuciar.
Es sabio aprender del enemigo. Ahora no toca discutir detalladamente cuales son las soluciones políticas que necesita nuestro país, sino de tomar conciencia de que no dará ninguna de esas soluciones, si antes no dejamos de ser marionetas en manos de políticos y banqueros.
Es sencillo, al tiempo que difícil, es necesaria la sustitución del sistema partidocrático por un modelo de democracia más directa, participativa y que en sus aspectos representativos ofrezca garantías reales de defensa del sufragio activo y del sufragio pasivo. Es imposible acabar con este estado corrupto y caduco, sin antes garantizar la escrupulosa separación de poderes. Actualmente no se da, debido a que son, los partidos políticos y sus padrinos, la banca privada, quienes deciden sin remedio, poder ejecutivo y judicial, gracias a que el poder legislativo es el resultado tan solo del refrendo popular, inevitable, de las listas que confeccionan los partidos políticos, nunca de su elección o voluntad.
Es claro. Refundar como dicen algunos. Cambiar de modelo de convivencia. Subvertir el sistema actual y abrir un periodo de reflexión para consensuar un nuevo ciclo, basado en el personalismo y en la defensa prioritaria de los intereses colectivos y la justicia social. Un periodo en que exista y se ejercite una verdadera democracia. Paso imprescindible y necesario para después poder discutir de lo que sea.
Esperanzados, observamos los movimientos que hace el pueblo y creemos que hacia esas posiciones que compartimos, se dirigen muchos individuos y muchas organizaciones. En el camino hemos de encontrarnos los generosos y los que sepamos avanzar en unión con los demás. Y por el camino, hemos de excluir, no a quienes no compartan nuestro recetario de soluciones políticas para el futuro, sino a los que, de antemano, sean incapaces de concebir un modelo político donde no se garantice su preponderancia y control.
Nos queda el sabor agridulce de saber que las marea ciudadanas están llenas de gentes perfectamente concienciadas de lo que hay que hacer y deseosos de hacerlo desde la generosidad y la convivencia, pero que también vemos, desgraciadamente, como acechan dos riegos muy importantes:
Por un lado, las iniciativas populares están muy infiltradas por elementos totalitarios, provenientes en general de la izquierda más vetusta y minoritaria, pero que siempre son contundentes en su asalto al liderazgo de todos los movimientos sociales de los que pueden beneficiarse.
Por otro lado, el sistema, inmensamente poderoso, defiende su jardín con artes sutiles y muy efectivas. La derecha real, que empieza cerca de Izquierda Unida, se consagra en el PSOE y se sublima en el PP, no consentirá que el movimiento popular democrático, personalista y alternativo al capitalismo, pueda parecer una opción válida. Infestará el movimiento de ocupas, perroflautas, asociales, totalitarios de izquierdas y si hace falta, de Skin-Heads, para convertirlo en foco de violencia, marginalidad, mensajes insufribles y sobre todo, inoperancia absoluta. Todo para evitar que la clase media, la que cuenta, la que puede hacer algo, abandone el cómodo conservadurismo que ahora está amenazando la rapiña recortadora y el exceso de caradura del mundo financiero, que nos está cobrando, en carne, sus excesos pasados a nosotros, que nada vimos del beneficio inmenso que obtuvieron en estos años.
Llamamos a los que tienen poder de convocatoria, a los que conservan las simpatías del pueblo, a los que han sabido canalizar la protesta cuando esta se ha generado espontáneamente, para que no caigan en la inacción o en la ingenuidad. O se organiza el movimiento con eficacia y sentido común, y se bate en el terreno de la conquista del poder, o los ataques por la derecha y por la izquierda terminaran por hundirlo y habremos perdido todos una nueva oportunidad de mejorar nuestra patria y nuestro mundo.
Desde aquí, seremos generosos, orgullosos de nuestras propuestas y de nuestras ideas, lucharemos primero por crear el escenario donde puedan ser entendidas y defendidas democráticamente, que desde luego no es el actual. Pero necesitamos ser más, más diversos, más eficaces, más variados, los que nos desgañitemos diciendo que no es suficiente protestar sino que hay que empezar a diseñar el futuro, juntos, sin exclusiones, y sin imposiciones sectarias.
Nos vemos en las calles, pero después también, que hay mucho que hacer.