Por Manuel Ramos Castromil
Ante la perspectiva de la próxima campaña electoral, los viejos políticos ya están entonando la cantinela del cambio... Cambio que jamás acontecerá si ellos mismos no se mandan a mudar para la jubilación política o para los últimos puestos de las listas electorales; listas que ellos elaboran hace una porrada de años, envejeciéndonos a todos en nuestros sueños de un futuro mejor. Porque, si no hay renovación en los cuadros políticos, la polilla de la rutina hará su trabajo, como la carcoma corroe la vieja madera, por noble que ésta sea.
Llevamos diez, quince, veinte y más años soportando la visión inamovible de los mismos rostros, pedigüeños repetitivos de nuestro voto. Nos sabemos de memoria la retahíla de sus promesas, casi siempre incumplidas; el tono rimbombante de su voz que raramente acaricia una verdad; la lista negra de sus desafueros hacia quienes no son de su cuerda política o cometen el pecado sin perdón de criticarlos. Lo suyo no es dedicarse a gobernar, si están en el gobierno, sino a hundir por todos los medios al contrincante hasta hacerlo cisco. Y así será por los siglos de los siglos, si no cambian los sujetos de la acción política.
Cambio sí, pero sobre todo de remeros, para que la aparición de brazos jóvenes y propósitos nuevos impulsen la barca de la convivencia ciudadana a las playas de un progreso auténtico, sostenido y repartido, mediante el uso del juego limpio y el respeto a la justicia y a la libertad. Cambio para que España, la autonomía y el municipio dejen de ser un sobresalto y, de una vez, "la administración disponga de hombres adecuados, rectos y sinceros, que no engañen al pueblo y que den ejemplo, tal como pedía Confucio cinco siglos antes de Cristo.
Se dice que, cuando un gato acecha a un pájaro gordo y lustroso, el paisaje no le interesa lo más mínimo. Otro tanto le pasa al viejo político aferrado al poder, ese pájaro gordo y lustroso, a quien el paisaje, esto es, los ciudadanos de a pie, le interesamos menos que un comino. El gran cambio consistiría en que la gente joven preparada tomara el relevo y, dejando el pájaro gordo del poder a un lado no preferente, se dedicara a enriquecer el paisaje del ser humano, variopinto, siempre necesitado de ser defendido, antes de que la falta de fe en los políticos lo marchite definitivamente.