Julio Sánchez

En el pasado mes de diciembre Argentina ocupó las portadas de los periódicos de todo el mundo. Un gran estallido social había explotado en forma de saqueos, de "cacerolazos y de enfrentamientos con la policía. El panorama era dantesco: los pobladores de los barrios marginales tratando de sacar de los comercios cuanto podían, al tiempo que los propietarios de éstos lloraban sin consuelo; otros, incluso, se tomaban la justicia por su mano y disparaban a la multitud.

Todo ello se producía poco después de que se estableciera el llamado "corralito según el cuál no se podía sacar más de 250 pesos a la semana de unas cuentas que se congelaban ante la falta de liquidez de los bancos y del Estado argentino. De hecho, meses antes se habían emitido los bonos LECOP o los patacones para suplir la falta de dinero en efectivo.

Achacar la crisis a De la Rúa como jefe del Estado cuando se produjo el "argentinazo es absurdo; obviamente, le corresponde una parte de la responsabilidad pero mínima, pues los orígenes de la situación actual vienen de lejos.

Para mi, hay dos hechos relevantes para entender lo acontecido.

En 1955 el general Aramburu derroca a Perón, iniciándose una etapa marcada por la inestabilidad política con continuos golpes de estado y la proscripción del justicialismo. Se había puesto fin a la llamada "edad de oro del proletariado argentino, una etapa en la que se había puesto en marcha un estado social merced a la nacionalización de los sectores estratégicos de la economía y en el que los trabajadores empezaron a gozar de derechos que nunca antes habían imaginado.

Sin embargo, el acontecimiento que de verdad podemos considerar como causante originario del momento actual que vive Argentina es el golpe de estado del 76. Una vez más, los milicos gorilas se hacen con el poder en la nación austral; pero en esta ocasión la dictadura de los Videla, Massera y Galtieri se ganaría un puesto en la historia negra de Argentina. Se pone en marcha un plan genocida ante el que sucumben miles de personas que engrosarían las listas de desaparecidos. Al mismo tiempo, los militares liberalizan la economía argentina de la mano del nefasto ministro Martínez de Hoz. Se hace efectivo un plan sistemático de desindustrialización y endeudamiento. Conviene recordar, además, que en 1978 el mundial de fútbol se jugaba en Argentina y los militares vieron en el mismo la ocasión perfecta para llevar a cabo su propaganda y dar una imagen distinta del país, por lo que no repararon en gastos, gastos que junto con los demás desmanes de la desastrosa gestión económica propiciaron un aumento desmedido de la deuda externa. Es decir, las sucesivas juntas militares no sólo fueron genocidas por la puesta en marcha de una represión indiscriminada sino también por la aplicación de una visión económica liberal que conduciría a la miseria y al hambre a sectores importantes del pueblo argentino.

En 1983 se pone fin a la dictadura militar y toma el poder el líder de la Unión Cívica Radical, Raúl Alfonsín. Esta nueva etapa vendrá marcada por las huelgas generales promovidas por el sindicalismo peronista, por unos servicios públicos desastrosos y por la hiperinflación –los precios cambiaban a cada hora-. Todo ello produjo un enorme descontento popular que supo encauzar en su favor un descendiente de sirios con largas patillas llamado Carlos Saúl Menem. Hablamos de 1989.

El Partido Justicialista estaba en el poder, sin embargo traicionó radicalmente los postulados sociales del movimiento y con Domingo Cavallo como ministro de economía se acometen serias reformas, que se pueden resumir en dos:

-La equiparación del valor del peso con el del dólar, para acabar con la locura de la hiperinflación. Esta medida fue efectiva en cuanto a su objetivo, pero al mismo tiempo, se produjo la sobrevaloración de la moneda nacional, con el consiguiente aumento brutal de los precios, un enorme incremento del desempleo y el encarecimiento de las exportaciones.

-La privatización de la casi totalidad del sector público. Aparte de los efectos perniciosos que siempre conlleva esta medida, es preciso decir que las empresas estatales se malvendieron. Por U$S 20.000 millones se vendieron entre otras: reservas de petróleo y gas natural, YPF, los ferrocarriles, SEGBA (una de las empresas de distribución eléctrica más grandes del mundo), líneas de transporte, puertos, obras sanitarias, la compañía de teléfonos Entel, Aerolíneas Argentinas, plantas de fabricaciones militares, etc. En contraposición, Brasil recibió alrededor de U$S 100.000 millones sólo por la privatización del sector de comunicaciones y electrónica. Es cuestión de comparar.

Las privatizaciones y el modelo neoliberal aplicado por Menem de la mano de Cavallo y seguido por De la Rúa, cumpliendo las exigencias del FMI, además de representar la continuidad de la política social y económica implantada por la dictadura militar, no son más que el ejemplo claro de lo que supone el capitalismo; nos encontramos con un sistema que cambia la fachada, que favorece a un sector de la población, pero que empeora las condiciones de vida de la mayoría. Es decir, Argentina vive una época marcada por la modernización; empiezan a verse lujosos centros comerciales, las tiendas se llenan de productos y ropa de las más importantes marcas internacionales y se produce una mejora notable en los anteriores sectores públicos –como anécdota, comentar que en Argentina antes de la privatización de Entel tardaban ¡sobre veinte años! en instalarte un teléfono en tu casa-. También sectores de la población mejoran su nivel de vida, pero paralelamente la pobreza crece; en 1990 se situaba en torno al 20% creciendo paulatinamente y hoy el 45% de los argentinos son pobres.

Otro dato importante a tener en cuenta es la mínima confianza de los ahorristas en el sistema bancario argentino. Como muestra de ello basta decir que se calcula que en cuentas del extranjero existen entre 180.000 y 200.000 millones de dólares pertenecientes a ciudadanos argentinos, o sea más de la cuantía de la deuda externa del país sudamericano.

Por otra parte, la corrupción se extiende por todas las capas de la administración y de la clase política y financiera.

En cualquier caso, sea cuál sea la causa, la triste realidad es que hoy casi la mitad de los argentinos viven en la pobreza y la desnutrición empieza a ser algo normal en un país que paradójicamente produce alimentos para 300 millones de personas. En lo que va de año, cada día 2.000 personas pasan a engrosar los índices de pobreza, 300.000 líneas telefónicas han sido dadas de baja por falta de pago, el combustible ha aumentado su precio un 30% (de la misma cuantía ha sido el descenso del consumo en las estaciones de servicio)y la canasta básica ha pasado de 524,35 pesos en marzo a 625,94 pesos en mayo.

Para hacer frente a la crisis el gobierno de Eduardo Duhalde pretende lograr un acuerdo con el FMI, lo cuál es más de lo mismo, la pescadilla que se muerde la cola. Ya con anterioridad se decretó la devaluación del peso, que en la actualidad se encuentra en torno a 3,50 con relación al dólar. Del mismo modo, como medida "suavizadora del "corralito, los ahorristas pueden canjear sus depósitos por bonos del Estado, sin embargo la respuesta ha tenido escaso éxito.

Con motivo del estallido social acaecido en diciembre, en el estadio de Mestalla un sector de la afición valenciana mostró una pancarta que rezaba: "Por tantas y tantas razones, Argentina estamos con vos.

Efectivamente. Estamos con vos, Argentina porque tu trigo y tu carne dió de comer a los españoles en los terribles momentos de la posguerra.

Estamos con vos, Argentina porque has acogido a miles y miles de compatriotas que en busca de nuevas expectativas se instalaron en tu suelo.

Estamos con vos, Argentina porque eres una nación hermana, perteneciente a la comunidad de países hispanos.

Pero sobre todo, estamos con vos por solidaridad.


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