Por Flecha
Cada primero de Enero, en el estado mexicano de Chiapas, hombres, mujeres y niños, el alma de Hispanoamérica, los indígenas de nuestra patria, se levantan para recordar al mundo que ellos, pese al olvido, también existen. Bajan por las montañas, son campesinos, agricultores, hombres y mujeres, guerrilleros de la patria que piden tierra y libertad, como Emiliano Zapata.
A caballo y a pie, las masas de campesinos siguen a su subcomandante para liberar la patria. Las huellas de sus caballos sirven para marcar la historia de un pueblo que no se rinde, de un pueblo que aun cabalga, de un pueblo que lucha, y junto a él, Hispanoamérica entera cabalga en busca de dignidad, libertad, justicia social y paz.
Desde la Patagonia argentina hasta la cuba rebelde se oye el grito de quienes darán su vida por la dignidad del pueblo. Son los hijos de mil derrotas, que con su sangre generosa, quieren rescribir la historia de un pueblo que no claudicará jamás.
Hoy, son la voz de los muchos que nos unimos a ese deseo de dignidad, a ese deseo de construir la patria del obrero, que la tierra sea para todos, que se derriben los cimientos de esta cruenta tiranía, que nazca un mundo nuevo más justo basado en el amor entre las personas.
Que nadie intente monopolizar a este pueblo que inicio su revolución, nuestra revolución. Que los sectarios, los gallos de espolones rojos, dejen a este pueblo que no entiende de derechas e izquierdas, que no quiere imponer más odio sobre el odio. Que guarden sus hoces y martillos para otros, que está revolución nace del amor y no del odio, que esta revolución es de todos y para todos. Que está revolución es del pueblo.
"Hay un clamor que viene de las montañas, hay un clamor que se oye al atardecer, que dice así: ¡revolución, revolución, revolución!