Enrique Antigüedad
Hace ya muchos años que decidí definirme en lo político como falangista. A pesar de que pudiera parecer que con los años debiera tener cada vez más claro que es lo que eso significa en términos de política real, qué hacer ante esta o aquella cuestión, qué proponer ante esta o aquella situación, qué posición tomar ante esta o aquella decisión gubernamental, la realidad es que con el paso del tiempo he ido perdiendo la soberbia que al principio me hacía pensar que tenía/teníamos las soluciones a todos los problemas y ahora me permito dudar, sin avergonzarme, de la viabilidad de algunos de los planteamientos que en ocasiones he defendido con gran vehemencia.
Sin embargo, esa duda que me ha traído el paso del tiempo, no ha sido ni remotamente suficiente como para hacerme cambiar mi manera de pensar ante las cosas del mundo, de mi patria y de las personas que me rodean. Ante cualquier cuestión, tengo una manera de pensar basada en principios que para mi son inamovibles en su esencia si bien son necesariamente flexibles en sus consecuencias.
La elección que hice en mi juventud, en plena adolescencia, para ser sincero, fue por las cosas hechas por amor, por las ideas planteadas como remedios para los problemas de todos y no sólo de algunos. Siempre anhelé mayor justicia en las relaciones de todo tipo entre las personas y siempre pensé que las discrepancias políticas no debían ser motivo suficiente como para que las personas llevaran su militancia política hasta el absurdo de pensar que lo que les afecta a ellos no va a afectar de hecho a todos sus compatriotas o que lo que afecta a algunos de sus compatriotas no les afecte en el fondo a ellos también. Por eso, no creí en los planteamientos parciales e interesados de los partidos políticos, por eso soñé y sueño con un modelo de sociedad donde las personas nos unamos, sabiendo que el esfuerzo común, la responsabilidad compartida y el saberse pieza fundamental de un mecanismo superior, nos convierta a todos en verdaderos patriotas, es decir, en personas comprometidas con el futuro de los suyos y del proyecto del que formamos todos parte.
Porque creí en las personas y en su capacidad para hacer las cosas bien o mal, entendí la necesidad de dotar a la sociedad de un Estado que garantizase la participación política más allá del simple sufragio electoral, una manera facilona de hacer pensar a las gentes buenas que tras elegir a sus representantes en las instituciones sus deberes políticos con respecto a la sociedad ya han acabado.
Porque me pareció que el poseer cosas, con ser importante, no lo es todo, busqué y encontré en las ideas falangistas maneras de llenar mi vida de algo más que consumo y diversión y casi sin darme cuenta convertí lo colectivo, el intento de hacer cosas pensando en los demás más que en mi mismo, en un esfuerzo asumido y compensado en lo personal, puesto que defender esta actitud se me hace imprescindible para poder amanecer un día más, cuando el día anterior ha sido tan poco gratificante como lo son los días que nos ofrece el actual modo de vida que llevamos.
Sindicalismo revolucionario, patriotismo abierto a todos, compromiso con el destino de los que conviven conmigo, una tendencia natural a pensar que las cosas se hacen mejor unidos que planteando exclusiones, un esfuerzo por cambiar la tolerancia por el respeto, la caridad por la justicia, el egoísmo de lo individual por el placer de la solidaridad, un orgullo saludable con respecto a mi gente sin permitir que el nacionalismo emponzoñe mi capacidad de ser influido por los demás, una clara preferencia por el mestizaje enriquecedor en contra de la multiculturalidad segregadora, la firme creencia en la necesidad de mantener el idealismo hasta el mismo día en que ya ningún niño pase hambre en el mundo, esas son cosas que me hacen ser falangista.
Porque del afán por lo colectivo que me inculcó mi personalísima visión el ejemplo de José Antonio y de su obra política, tal vez ya no tenga tan claro cómo ni cuando va a ser posible acabar con la banca privada usurera, ni que es lo que tenemos que proponer para desmontar definitivamente el capitalismo mundial, pero si tengo claro el fin de justicia, libertad y dignidad humana que buscamos y esa certeza es algo que me ha regalado la Falange y que ya ha pasado a ser algo totalmente personal, que me hace ser como soy, como a veces creo que es Falange Auténtica, un estupendo caldo de cultivo para empresas de justicia, grandeza y libertad.