Por Eduardo Espert
ALASEI-Bonn. Publicado en: EL GRANO DE ARENA, Correo de información ATTAC n°210. Lunes, 13/10/2003
Las primeras fotos de conjunto del planeta (desde el Apolo) confirmaron visualmente lo que ya sabían los geofísicos: el 75% de la superficie es agua. Sabemos también que la profundidad media de los océanos es abismal. La Tierra es, pues, el planeta del agua. Una riqueza clave: dentro de veinte años habrá en la tierra o-cho-mil-mi-llo-nes de hombres que necesitarán aún más cereales y vegetales de toda clase, y pastos para obtener carne. Nada de eso es posible sin agua. Agua dulce, naturalmente. Ahora bien, el gigantesco 97% de esa riqueza observada, a primera vista inagotable, es agua salada. La dulce está -estaba en 1999-, en un 78%, congelada en los „hielos eternos" de los casquetes polares, y en los glaciares; un 20%, en capas geológicas muy profundas, prácticamente inalcanzables. Si representamos el total de agua del mundo por una bañera llena, el agua dulce haría un cubo de limpieza doméstica medio lleno; y la dulce accesible -lo que nos queda para sobrevivir-, un mini-vaso de licor.
A lo loco se vive mejor
La agricultura es la gran consumidora de agua. Para producir un año de alimentación de un sólo ser humano hacen falta -en promedio, claro: en el corazón de Africa mucho menos, en los países ricos mucho más- 300.000 litros; de los que la evaporación se lleva casi la mitad. (Cuando el agua termine por faltar, pudiera ser que el hambre llegara antes que la sed). El segundo gran consumidor es la industria: 22%. Para producir un saco de cemento se gastan 225 litros, para un kilo de paño 2.700 l., para el acero y el aluminio de un automóvil 78.000 l. El consumo doméstico es muy desigual: por cabeza y día, en la India 25 litros; en Senegal 29; en Europa occidental (otra vez promedio) 200; en USA 350. Lo más grave no son los relativamente pocos litros para la cocina y el aseo; el WC cada vez, ya es otra cosa („haces una pinta y gastas un galón", dicen los ingleses); lo peor son las lavadoras, lavavajillas, etc., concebidas como si el agua fuera de veras inagotable. A pesar de todo, el consumo estrictamente doméstico, al lado de la agricultura y la industria, viene a ser un modesto 8%.
El consumo individual no estrictamente doméstico ya no es tan modesto, porque en algunas zonas de la Tierra, la gente está contenta con sobrevivir; pero en otras quiere además vivir, a ser posible "a lo loco". Porque loco es, por ejemplo, mantener piscinas en zonas áridas, echando mano a las reservas de aguas relativamente profundas. En las Baleares, y no sólo en los centros turísticos, se riegan céspedes deportivos con agua acarreada en buques cisterna desde la Península. En Kuwait y en Bahrain, donde desde tiempo inmemorial no llueve jamás, vive una población de dos millones con agua de mar desalinizada; una solución cuando no hay otra, pero sólo pagable con el petróleo. Libia está derrochando ahora capas subterráneas de agua, acumuladas durante las fases climatológicas en que el Norte de Africa contaba con lluvias abundantes; y que se agotarán en treinta años. Arabia Saudita, a base de riego artificial, produce ella misma trigo que podría comprar mucho más barato en el mercado mundial. Incluso se desecan lagos y biotopos húmedos, desviando con la técnica sus fuentes hacia el consumo urbano y agrícola.
Una riqueza irregular
Las lluvias están repartidas muy irregularmente. Donde la temperatura es más alta, y mayor la evaporación, es donde menos llueve y menos queda para las plantas, los arroyos y el hombre. Y cuanto más reseco y desnudo está el suelo, más rápida resbala sobre él la lluvia, sin empaparlo, ni llegar a engrosar el caudal freático. Esa irregularidad la induce a veces, desgraciadamente, el hombre mismo, por el "método" de la deforestación. La desertización será la estación final de la „cruzada contra las pluviselvas tropicales". La connivencia entre multinacionales madereras codiciosas del beneficio rápido, y gobiernos -o políticos- en busca de lo mismo, da por resultado la pérdida anual de superficies inmensas de selva. Si se comparan las fotos de satélite con los mapas de la primera mitad del siglo XX, sólo en la Amazonia ha desaparecido ya claramente más de la mitad de lo que fue selva. La catástrofe sobreviene, inexorable, por caminos diversos. En primer lugar, el suelo de las selvas taladas no permite reforestación, porque su capa de humus es muy poco profunda y, sin la selva ya, muy pobre: la selva es una cadena de reciclaje de material muerto que se reasimila y se incorpora de nuevo a la vida vegetal. Por eso, si una zona de selva desaparece, desaparece para siempre; y la erosión eólica remata el proceso de desertización. Segundo: si no hay bosque, no hay lluvia. La lluvia es la condensación del agua acumulada en las nubes por la evaporación; la cual, a su vez, arranca de la masa verde. Basta pasar revista al paisaje castellano, o al de las islas griegas, o al de los desiertos africanos y estadounidenses. Y finalmente: sin árboles, la función clorofílica se reduce no sólo a la insuficiencia, sino a la insignificancia; y la falta de oxígeno implica necesariamente la asfixia de la vida. La selva es el indispensable pulmón del planeta. Y no sólo la irregularidad es un problema, sino la calidad misma del agua. La industria maneja más de 60.000 substancias químicas, y los desagües irresponsables contaminan y envenenan las aguas superficiales y las freáticas. Las centrales depuradoras de agua potable filtran, ozonifican, mezclan... Y lo que nos llega al grifo ya no sabe más que a un estéril Hache-dos-O.
El problema demográfico
Por encima de este pandemónium de intereses e irresponsabilidades se cierne la explosión demográfica. La "revolución verde", basada en el riego artificial y los abonos químicos, logró al comienzo de la década ochenta el récord de 350 kg. de grano por cabeza y año (102 días de reserva de trigo; hoy, 50 días). El crecimiento demográfico (cada año 90 millones más) fue reduciendo la ventaja que la agricultura llevaba en la carrera; y en 1999, aunque hubo un plus en toneladas absolutas, sólo se llegó a 290 kg. por cabeza: 60 menos. Los ocho mil millones de hombres que necesitarán alimentación el año 2020 tendrán que enfrentarse además con otro factor adverso: la disminución de la superficie cultivable. Aquí, por sobreproporción de praderas para producir carne; allá, los suelos se esquilman por cosechas múltiples y sin rotación, o se intoxican por sobrecarga de abonos químicos, o por salinización... En algunas áreas, los campesinos reaccionan cultivando laderas en terrazas inverosímiles; pero entonces la lluvia ya no riega: arrastra. Las fotos de satélite presentan ríos cada vez más amarillentos. Parece poco que una tormenta se lleve río abajo un milímetro de tierra fértil; pero son 15 toneladas por hectárea. Por esas y otras causas, cada año desaparece una extensión de tierra cultivable aproximadamente como Cataluña. Y tampoco toda la tierra cultivable se dedica a la producción de alimentos. En los países en desarrollo se cultiva y se riega para obtener divisas duras: `plantaciones de café y té , campos inmensos de algodón, palillos de comer a la oriental -que se tiran después- en las selvas tropicales del sudeste asiático, maíz de pienso en Africa para el ganado vacuno europeo... Cultivos que exigen mucha agua, y en suelos casi nunca apropiados: agua y tierra que faltan para hacer frente al hambre.
La alimentación del bienestar
Otro aspecto importante en el despilfarro del agua es el avance asolador del consumo de carne en los países ricos. La canalización de los alimentos vegetales hacia la obtención de alimento animal a través del ganado implica una pérdida del 90% del valor nutritivo original. Es un despilfarro de las cosechas. Pero además, un despilfarro del agua: 4.000 litros para un filete de 180 gramos; 20.000 para un kg. de carne de vacuno. Litros que faltan, no en los países consumidores, sino en los productores de piensos.
Y, ¿cómo reacciona la política?
En los países que aún no sienten la sed, están bastante extendidos los partidos de los "optimistas profesionales" y de los "bagatelizadores". Ambos cierran los ojos a las cifras. El común denominador de su consenso se resume en el lema "No es para tanto... Al fin y al cabo, la industria se esfuerza por ahorrar agua...". Lo que es cierto... a veces. La industria del papel, por ejemplo, ha conseguido a base de reciclaje, circuitos cerrados, etc. reducciones sorprendentemente altas en su consumo de agua. Pero el ahorro no ha bajado espontáneamente del cielo: ha habido que hacerlo bajar a base de impuestos ecológicos, y aumentos del precio del agua. Y tampoco es así siempre. Otro ejemplo, éste en dirección contraria: en la India, Coca-Cola (Hindusthan Coca-Cola) dispone en propiedad de pozos comprados, de los que extrae, para limpieza de botellas y de la fábrica misma, 1,5 millones de litros diarios que le faltan a la agricultura y a la población del entorno. El nivel de las aguas freáticas en la región ha descendido brutalmente y las mujeres tienen que hacer largos kilómetros a pie para el abastecimiento doméstico de agua potable.
Moraleja del precedente Apocalipsis
¿Qué puede hacer "Monsieur tout le monde"? A primera vista, no mucho; y sin embargo, no poco -si lo hacemos todos. En los problemas colectivos, la conducta ha de ser siempre tal que, si todos la siguieran, el problema se resolvería. Así que:
• Reducir lo más posible el consumo de carne.
• No apoyar a ningún político de los "bagatelizadores", ni de los "optimistas profesionales". Sólo a los que se esfuercen en serio por resolver el problema, en vez de a los que presenten las majorettes más esbeltas. Y
• Aun en el privilegiado „primer" mundo, comportarse frente al grifo con respeto reverencial.