Juan Francisco Martín Seco
Estrella Digital. España, octubre del 2003.
Pocos conceptos tan etéreos como el de nación. Sus límites son difusos. El concepto no es jurídico sino antropológico, histórico, cultural y, por tanto, sus contornos aparecen imprecisos e indefinidos. La historia ha creado y destruido naciones, al tiempo que se fundaban y se derribaban Estados. Sólo el Estado da forma y define la nación. El Estado es algo real; la nación, en gran medida, una entelequia. No es que eso que llamamos humanidad no sea plural: espacio geográfico, raza, religión, cultura, lengua, costumbres, etcétera, generan la diversidad de los pueblos; pero ¿dónde termina uno y dónde comienzan los otros? ¿cuándo y en función de qué factores se puede caracterizar a un colectivo como nación? Son preguntas que, a pesar de los ríos de tinta que se han vertido por su causa, continúan sin tener contestación. Algo parecido sucede con el derecho de autodeterminación. ¿Cómo negarse a que un pueblo decida su destino? El problema comienza tan pronto como se trata de definir lo que entendemos por pueblo. ¿Quién tiene derecho a autodeterminarse y frente a quién? El pueblo vasco, pero ¿quién conforma el pueblo vasco? ¿los nacidos en el País Vasco? ¿los residentes en Euskadi? ¿los hijos de vascos? ¿Cuántas generaciones son necesarias? ¿Aun cuando se viva fuera del País Vasco? ¿también los navarros? ¿y los franceses? Euskadi puede autodeterminarse frente a España, pero ¿Álava puede autodeterminarse frente al resto del País Vasco? y ¿una región o un pueblo de Álava puede autodeterminarse frente a Álava?
El proyecto Ibarretxe, recurriendo al ámbito de decisión vasco, presenta dos errores de fondo que invalidan su propuesta. El primero es que se plantea no desde la nación o el pueblo vasco, sino desde la Comunidad Autónoma vasca, es decir, desde el Estado español, al que curiosamente se pretende dejar al margen. Ibarretxe es lehendakari por la Constitución española, dentro de un ámbito jurídico cuya fuerza coercitiva proviene exclusivamente del Estado español. Lo presenta en un Parlamento nacido de un Estatuto que sólo es tal en el marco jurídico español y pretende celebrar el referéndum en una población, la de la Comunidad Autónoma vasca, que tan sólo viene definida por las leyes españolas.
El segundo es que no plantea la independencia, sino un Estado libre asociado con el Estado español y, desde ese momento, algo deberemos decir el resto de los españoles. Si nos interesa o no tal asociación. En un Estado democrático no pueden establecerse privilegios ni en lo personal ni en lo territorial. Los privilegios, los fueros, son vestigios de otras épocas, épocas de absolutismo en que las libertades, los derechos, no estaban generalizados, sino concedidos o arrebatados al monarca en forma de privilegios, de fueros, normalmente por la nobleza, pero también más tarde por ciudades y territorios. El mismo status quo marcado por la Constitución no deja de presentar elementos espurios en esa igualdad propia de un Estado democrático. Los fueros con el concierto fiscal sitúan al País Vasco en una situación clara de privilegio en materia tributaria frente al resto de las Comunidades Autónomas.
Uno no sabe muy bien qué es la nación española, pero sí qué es el Estado, único ámbito en el que, mejor o peor, se cumple el juego democrático y en el que resulta posible establecer contrapesos al poder económico. Parece evidente que cuanto más pequeño sea dicho ámbito, en una época de globalización económica, menos posibilidades habrá de que cumpla estas funciones y mitigue las desigualdades creadas por el mercado. En este sentido, el proceso autonómico supone un paso atrás. Y es por eso también por lo que, sabiendo o no qué es eso de la nación europea a la que se refería Ortega, habría que apuntarse al Estado Europeo, lo que precisamente no es la Unión Europea.
El proceso autonómico asumido en la transición ha introducido en la política española una fuerza centrífuga a la que no se ve fin, con el riesgo de desvertebrar, no la nación española sino el Estado español. La primera víctima, aunque no sea consciente de ello, será la izquierda.