Juan Martín el Empecinado.
Había pensado haber comenzado este escrito trayendo de los pelos alguna cita famosa de algún no menos famoso personaje de renombre histórico. Pero creo que a estas alturas ya estamos más que sobradamente cargados de pedanterías. Por ello no comenzaré con cita ajena alguna, sino con una afirmación propia, con una afirmación que no decoro especialmente, con una afirmación que repito por activa y por pasiva cada vez que se habla de política en las calles de mi barrio: la clase política es eso mismo, una clase, una casta, una corte de patricios.
No viven como nosotros, no visten como nosotros, no hablan como nosotros, no comen como nosotros, no se ganan la vida como nosotros, no andan por nuestras calles, no viajan en nuestros autobuses, no compran en nuestros mercados, no educan a sus hijos en nuestros colegios, no viven en nuestros barrios..., no piensan como nosotros. Y sin embargo legislan sobre nuestros sueldos, sobre la educación de nuestros hijos, sobre nuestros servicios públicos, sobre nuestras viviendas y sobre el manejo de nuestras conciencias. Por medio de los medios de intoxicación. Aquellos que aumentan su salario con su propio voto cada legislatura argumentan, discuten y legislan sobre el salario mínimo interprofesional de los jóvenes, sobre las ETT´s que nos roban, sobre la cuantía de las pensiones, sobre los contratos basura que nos atan a la caridad de nuestros padres que han de seguir manteniéndonos en sus casas durante décadas... Quienes no viven, no sienten y no piensan como nosotros son los encargados de crear leyes que enmarcan nuestra vida en sociedad. ¿Hasta cuándo?
No son iguales a nosotros. No lo son, son otra cosa social, personal y económicamente. Se han aupado a lo más alto del escalafón social y tejen a su alrededor una muralla infranqueable. Construyen sus mansiones en lujosos barrios residenciales puertas afuera de nuestros barrios, tintan los cristales de sus lujosos coches para ver y no ser vistos, se aseguran las pensiones máximas del Estado por haber votado con el pie en los hemiciclos, cabalgan al frenético ritmo del gasto público y la dieta compensatoria, aseguran el futuro de sus hijos apartándolos de nuestros colegios e institutos públicos, apartándolos también de nuestros hijos públicos y tocan alegres la lira mientras ven como Roma, la Roma del urbanismo especulador, se quema con todos nosotros dentro.
¡Votadles! ¡Votadles cada cuatro años! ¡Votadles y aclamadles! En el fondo votáis lo que admiráis, lo que en sueños querríais ser: parte de la clase, de la casta, de la corte de nobles y patricios. Hasta los terratenientes esclavistas sureños contaron entre sus defensores con muchos de sus propios esclavos. Pero no os engañéis. Lo repito y lo repetiré siempre: os bastará con echar un rápido vistazo a sus ademanes, con sentir una sola vez el peso de su injusticia, con chocar frontalmente con sus intereses corporativistas... para saber que ellos no son de los nuestros.