El itinerario que habría de culminar en la Constitución de 1978 requería de un mismo y único discurso político de base, anterior a cualquier divergencia ideológica y sostenido por todos los partidos con aspiración de gobierno. Este requisito habría de ser acatado sin reservas o conllevaría un conjunto de desventajas insuperables dentro del juego electoral. De lo contrario, el partido díscolo nunca obtendría el reconocimiento a su legitimidad democrática y quedaría sin acceso a la financiación, la cobertura informativa y a otra serie de prebendas más discretas sin las cuales se torna imposible afrontar la inmensidad que supone una campaña electoral eficiente.
Este discurso común de base declaraba la ruptura radical con el franquismo que, en adelante, se declararía causa eficiente no sólo de los males que por aquel entonces aquejaban al país sino de los que lo continuarían lastrando en el futuro. La pretensión de este antifranquismo de validez universal debe entenderse como un núcleo de ideas-fuerza capaz de remover la voluntad colectiva y de fijar los límites que el juego partidista de izquierdas y de derechas no podía llegar a rebasar. En otras palabras, el imaginario antifranquista se verá hipostasiado a la categoría de “alma política de la nueva España democrática”.
La propuesta satisfizo especialmente a una izquierda que exhibía el prestigio -más aparente que fáctico- de la lucha clandestina contra el régimen de Franco, pues daba plena satisfacción a su más primario afán revanchista. Pero también contó con la aquiescencia de una derecha acomplejada por sus décadas de colaboracionismo y acuciada por ganar credibilidad y respetabilidad democrática. Este juego de fuerzas desembocaría en un concepto afortunado, “el consenso”, que bien podría compendiarse en una sola idea: Democracia significa hacer las cosas del modo más diametralmente opuesto a como se hicieron bajo el franquismo, con absoluta independencia de la eventual bondad de las iniciativas habidas durante ese período.
Este antifranquismo consensuado representa un claro fenómeno paranormal, fantasmal y post morten. Entre otras averías que lo convierten en una verdadera enfermedad mental de nuestro tiempo político, este antifranquismo sin Franco presenta el claro defecto de haberse hecho visible sólo cuando varias toneladas de mármol cubrían ya los restos anciano dictador. Porque con el general vivo las cosas pintaban de manera bien diferente y sólo un puñado de auténticos falangistas plantaron cara a la situación sin reparar en las consecuencias y pagando, por ello, el consiguiente tributo en forma de fusilamientos, penas de muerte -conmutadas o no-, encarcelamientos, destierros, persecuciones y condenas al ostracismo y a la muerte civil. No halló Franco tesón más constante en toda su vida que el de aquella Falange auténtica y clandestina que nunca se plegó a la falsificación del nacional-sindicalismo. Camaradas de cuyo ejemplo <FA> se declara deudora y heredera. Esta línea genealógica sin solución de continuidad nos ubica hoy a la altura moral necesaria para denunciar las imposturas del reciente antifranquismo de salón.
- REDUCTIO AD FRANCORUM. El franquismo necesitaba revestirse de legitimidad y obviar su naturaleza coyuntural camuflándose con el curso natural de la historia. Para lograrlo hizo suyo un buen número de hechos y elementos de la realidad –material o eidética- que, en puridad, son patrimonio común de todos los españoles. No es una intención nueva. De hecho, la interesada confusión entre un régimen político recién instaurado y la esencia del pueblo, la historia nacional y el alma política del país supone una ambición, mayor o menor, de todos los gobernantes. Pero el analfabetismo antifranquista ha consumido el relato franquista sin la menor prevención crítica. ¡Ha dado por bueno lo que el franquismo pretendía de sí mismo! A consecuencia de ello despliega sus acusaciones, odios y condenas contra piezas de la historia y del carácter cotidiano de los españoles de los que el franquismo, simplemente, se apropió. Aspectos que en la mayoría de las ocasiones ni siquiera corresponden a esa época histórica al trascender, con mucho, los estrechos límites de un régimen político con apenas 40 años de vigencia.
Recientemente, la farándula nacionalista catalana ha ofrecido un ejemplo canónico de lo que acabamos de exponer. En un ataque de verborrea sin sentido un tal Josep Abad, miembro de la Assemblea Nacional Catalana (ANC), hizo público un informe encargado por el Ayuntamiento de Sabadell donde aseguraba que figuras de la cultura universal como las de Antonio Machado, Goya, Calderón, Larra, Bécquer o Góngora formaban parte de lo que él, en su infinita sabiduría, denomina un “modelo pseudocultural franquista”. Estamos claramente ante la versión regional de la Reductio ad francorum que afirma: si no es nacionalista es necesariamente franquista.
- DEMONIZACIÓN DEL FRANQUISMO. Una segunda sentencia irrevocable ha sido dictada: si es franquista pertenece al mal absoluto. No cabe la indulgencia. En vano los escasísimos franquistas que quedan, o los meros amantes del rigor histórico, se esfuerzan en mostrar la naturaleza doctrinaria de un planteamiento tan extremo. Y tan abusivamente inclusivo, ya que sus premisas se prolongan más allá del estricto ámbito del franquismo y de los hechos habidos durante tal mandato. Como conclusión lógica, la cuestión no es ya que el franquismo sea intrínsecamente malo; también lo malo ha de ser, necesariamente, franquista; y todo lo que se aparte del franquismo, en esencia debe ser bueno.
De este modo, el antifranquismo se reviste de una sucesión de elementos emocionales que hurtan toda posibilidad de juicio objetivo sobre aquella época. La descripción se distorsiona y precipita un subproducto ideológico. Sin lugar a dudas, una aproximación templada a este periodo de la historia arrojaría tantas luces como sombras. Es lo que ocurre con todos los periodos. Y esta concesión de luz no implica ninguna clase de simpatía, como pretenden los antifranquistas de última hora, si no es por el rigor y la verdad.
Constituido inicialmente con los restos del gran naufragio franquista, el Partido Popular ofreció recientemente un ejemplo perfecto del poder evocador de esta demonización. En su intento por justificar lo injustificable, una atípica dirigente del PP declaraba que: “con la Reforma Laboral se acaba con unas relaciones laborales franquistas”. Sublime: el recurso a la demonización del franquismo apuntala la mayor agresión sufrida por los trabajadores españoles hasta donde la memoria alcanza. Además, amortigua la respuesta de una izquierda que se ha visto sorprendida con el paso cambiado. Se evidencia así que todo lo que se aparte del franquismo es ontológicamente bueno. En este caso concreto, ni siquiera sirve que la manifiesta superioridad del Derecho Laboral franquista resulte un hecho incontrovertible en comparación con los sucesivos desmontajes perpetrados por los diferentes partidos gobernantes desde 1978 contra los intereses de los trabajadores.
- ESPECIAL INCIDENCIA DE LA REDUCTIO Y LA DEMONIZACIÓN SOBRE LA IDEA DE ESPAÑA. Por inverosímil que pueda parecer, la desafección del antifranquismo hacia la idea de la patria española hace pensar que, en su proverbial ignorancia, cree que España es un invento del general Franco. Y si España es un invento de Franco, lo que es malo para España es bueno para la democracia y para la libertad. Se trata, claro está, de un disparate propio de un inventario conceptual averiado. Sólo si, tras la Segunda Guerra Mundial, el pueblo germano hubiera intentado purgar la inmensa tragedia hitleriana proponiendo la extinción de Alemania de la faz de la tierra, estaríamos frente a un correlato aproximado. Porque tal cosa es lo que anhelan los pretendidos antifranquistas para España. No basta con la muerte del dictador, no; hay que erradicar toda su obra para extirpar el mal desde su raíz. Y España, recuérdese, es un invento franquista.
Nadie como Antonio Muñoz Molina ha sabido expresar esta combinación de fuerzas de la Reductio y la demonización contra la unidad nacional: “Primero se hizo compatible ser de izquierdas y ser nacionalista. Después se hizo obligatorio. A continuación declararse no nacionalista se convirtió en la prueba de que uno era de derechas. Y en gradual abaratamiento y envilecimiento de las palabras, bastó sugerir educadamente alguna objeción al nacionalismo ya hegemónico para que a uno le llamaran facha o fascista”. Piénsese, por ejemplo, en el reciente cartel de la paranoica CUP catalana que vincula, por “españolista”, el “no” en el referéndum ilegal previsto para el 1 de octubre con una imagen de Franco en la plenitud de su poder.
- PREVALENCIA DE LA IMAGEN SOBRE EL CONCEPTO. Tras la muerte del dictador, el flamante antifranquismo de última fila (“dónde estabas entonces, cuando tanto te necesité”) tomó prestado un término del francés para designar coloquialmente a todos sus enemigos franquistas: “facha”. Sorprendentemente, los franquistas con verdadero caché y carta de pedigrí nunca recibieron este calificativo infamante e incapacitante. Políticos franquistas (Juan Carlos de Borbón, Adolfo Suárez o Manuel Fraga); hombres de negocios franquistas (Martín Villa, Manuel Areces o el hijo del alcalde franquista de Zaragoza, César Alierta); periodistas franquistas (Jaime Campmany, Fernando Ónega o Martín Prieto); miembros de la farándula franquistas (Álvaro de Luna o Víctor Manuel) y otros cientos de personajes que, a pesar de loar la figura de su Caudillo hasta incluso después de su muerte (como en el caso del malencarado Francisco Umbral), fueron ulteriormente exonerados de toda mácula por la opinión antifranquista.
Esto se debe a que el enigma de saber quién es facha y por qué lo es requiere de una racionalidad perfectamente desconocida; algo así como una intuición estética que sólo poseen los muy cafeteros del tinglado antifranquista. De modo que, para simplificar las cosas, en adelante considerarán que es facha todo lo que parece facha. Y punto. A partir de aquí el antifranquista ejerce lo que sin ambages recuerda a un comisariado político. Porque, lejos de contentarse con la vigilancia de los ultimísimos vestigios (¿?) del régimen anterior, se apunta contra todo lo que sugiera la menor relación con él. Una actitud, por lo demás, perfectamente coherente con la mejor de sus tradiciones. Recuérdese, a tales efectos, a la Dolores Ibárruri (Pasionaria) de 1938 cuando animaba el instinto asesino de sus compañeros comunistas con la frase que la haría pasar a la posteridad: “Más vale condenar a cien inocentes a que se absuelva a un solo culpable”.
La Iglesia Católica, aliada destacadísima del general Franco, es una clara damnificada por el permanente estado de sospecha y de arbitrariedad antifranquista. También lo es la Falange. En este caso, gracias al impagable colaboracionismo de muchos pretendidos falangistas con la mistificación del 18 de julio. Y al posicionamiento que, durante la transición, estos mismos falangistas “históricos” hicieron de las siglas originales de FE de las JONS en el entorno de la Extrema Derecha y del “tejerismo”. El Ejército, que encarnó el verdadero soporte material de la dictadura, ha sabido llevar a cabo una asombrosa transformación de imagen que lo ha librado milagrosamente de toda sospecha.
- ALIANZAS INDESEABLES. Si el “fin” de este antifranquismo a toro pasado no es otro que la total erradicación del franquismo y de todo lo que se le asemeje, en su jerarquía de valores este “fin” justifica los medios. La dispersión mental del antifranquismo, que entremezcla en un solo discurso a España, a Franco y a la leyenda negra secular contra todo lo hispano, lo hace parecer cada día más disparatado. Es tónica general de este antifranquismo manifiestar sus más fervientes simpatías hacia cualquier episodio -individual o colectivo- comprometido con el debilitamiento de la unidad de España. Por haber sido la unidad una obsesión permanente para el antiguo régimen.
El maquiavelismo antifranquista nunca resultó más refinado ni vergonzante que al mostrar sus simpatías hacia la ETA. Las hemerotecas registran la alianza entre el antifranquismo y el terrorismo en la primera etapa criminal de la banda, cuando se llegó a justificar la violencia recurriendo al mitema de la lucha contra la dictadura. El antifranquismo ingenuo no llegó a reparar en que, si las acciones criminales de la ETA afectaban al franquismo, lo hacían como efectos colaterales de su único y público objetivo. Y que este nunca fue otro que la independencia del País Vasco, con su consecuente ruptura de la unidad de España. En este caso se pasó por alto el manual: el enemigo de mi enemigo no es mi amigo. En esta misma línea se situaría el éxtasis del antifranquista con la monserga “latinoamericanista”. Si es malo para España es bueno para el mundo mundial.
- ICONOCLASTIA. La imagen más común de la aversión antifranquista hacia todo lo español son las afrentas impunes contra los símbolos que representan dicha unidad. La peor parte ha correspondido a la enseña roja y gualda, vilipendiada en cientos de manifestaciones públicas de antiespañolidad o suplantada, en el mejor de los casos, por la tricolor de la Segunda República aunque siempre en su calidad de insignia partidista de la izquierda. Tampoco la figura del Jefe del Estado se libra de las iras tal como se ha mostrado al mundo entero durante la retransmisión de los fastos deportivos que se organizan de vez en vez.
En definitiva, si el franquismo no hizo nada especial ni se apartó de la norma vigente en todos los países del mundo al honrar el sentimiento de pertenencia y de identidad a través de los símbolos nacionales, el antifranquismo se solivianta ante la más inocente exhibición de lo que considera el catálogo de los horrores fachas: banderas, desfiles militares, actos de homenaje a los héroes, monumentos conmemorativos, visitas oficiales, etc. Así, en una verdadera ceremonia del esperpento, el ayuntamiento de Cáceres llegó a retirar en 2010 un escudo de los Reyes Católicos, obra del artista Eulogio Blasco, confundiéndolo con el blasón de la España franquista. Y para los anales queda el celo de la concejala de Madrid, Celia Mayer, en la retirada de símbolos –franquistas o no- a los que no es de aplicación la Ley de Memoria Histórica.
Ni las guirnaldas de flores de los cementerios están a salvo, ya, del afán iconoclasta.
- INCUESTIONABILIDAD DEL SISTEMA DE PARTIDOS. El franquismo prescindió de los partidos políticos y se dotó de una pantomima de representación ciudadana que pretendía ser más directa y orgánica. En consecuencia, si Franco eliminó los partidos políticos resulta elemental que el antifranquismo los defienda, a viento y marea, y los proclame como una de las piezas fundamentales e insustituibles del sistema democrático que los franquistas (¿?) sueñan en derrocar.
Nada importa que tales entidades resulten corruptas hasta la médula, ni que funcionen como simples agencias de colocación para sus militantes más destacados, familiares y allegados. Miles de sueldos de carácter político, perfectamente prescindibles y a cargo de unos impuestos desbocados. Un insoportable dispendio de fondos que cuenta, frecuentemente, con la aquiescencia de los sindicatos llamados “de clase” y que, en realidad, son meros replicantes del modelo en sus propios ámbitos de influencia. Pero nada de esto importa para la nueva lógica de las cosas: la gente común continúa acudiendo a las urnas para dar su apoyo mayoritario a un régimen putrefacto. Porque lo contrario resultaría de un franquismo puro y neto. Este maniqueísmo radical ni siquiera permite el atisbo de una tercera vía.
- INCUESTIONABILIDAD DEL RÉGIMEN AUTONÓMICO. Frente al centralismo franquista hay que defender, a toda costa, el Estado de las Autonomías y desarrollarlo hasta sus máximas cotas. También esta clausula del antifranquismo ha propiciado situaciones de esperpento. No importa si la crítica procede de un análisis razonablemente apolítico de la situación, centrado en el gasto autonómico, en la duplicidad de funciones y de cargos administrativos o en la corrupción nacida al amparo del nuevo poder regional. El credo autonomista forma parte de la dogmática fundacional del régimen del 78, como ya ocurría en el caso análogo de los partidos políticos.
La situación se complica cuando el autogobierno se reviste de un carácter y de una intencionalidad política. Cabe advertir sobre los riesgos reales que, para la unidad de España, supone la puesta de los medios del Estado a disposición de un nacionalismo periférico cuyo afán es, precisamente, la desaparición de ese mismo Estado tan dadivoso como insensato. Pero quien se atreva a expresarlo así obtendrá de inmediato el sambenito de “facha”.
Desde su primera hora la Falange mantuvo una postura abierta y favorable hacia la autonomía administrativa de las regiones españolas. Se daba así respuesta a la intención falangista de aproximar, en la medida de lo posible, las instituciones del Estado a los ciudadanos. Pero tal propósito ofrecía un límite: no podía darse esa cesión de poder a las regiones infectadas por el virus del nacionalismo. Se trata de conjurar así el riesgo de una desviación desde el marco inicial de lo puramente administrativo hacia otras pretensiones de naturaleza política y contrarias a la pervivencia del país. Lamentablemente, los falangistas hemos tenido ocasión de comprobar la veracidad de este vaticinio al valorar el entusiasmo con que los independentistas aplauden las tendencias suicidas de los antifranquistas que parecen coincidir con su misma escala de valores, al suponer que lo malo para España es bueno para Cataluña (o País Vasco, etcétera).
- ESPÍRITU DE REVANCHA. Existen dos ejemplos paradigmáticos de estados rigurosamente republicanos que se caracterizan por haber logrado identificar la mentalidad subyacente, intrínseca y profunda de sus ciudadanos para modelar con el alma del país. En los Estados Unidos esta alma nacional responde a la doctrina de los llamados “padres fundadores”. El grado de lealtad a ese espíritu fundacional permite diferenciar a un buen americano del que no lo es tanto. En Francia, el alma nacional se ha forjado en torno al lema revolucionario de Libertad, Igualdad y Fraternidad. Todo lo que atente contra esta base teórica atenta contra la República y, por ende, contra la Nación misma.
Cuando un país revela la forma de su alma nacional queda autorizado a invocar la “soberanía nacional”, en contraposición a la “soberanía popular”. Esta nueva concepción de la soberanía permite el dictado de legislaciones especiales y de normas ad hoc para la defensa del espíritu fundacional que la alimenta. Una potestad claramente inspirada por el axioma de Louis de Saint-Just, postulado a finales del XVIII: Pas de liberté pour les ennemis de la liberté. (“Nada de libertad para los enemigos de la libertad”). En los Estados Unidos, por mantener los ejemplos anteriores, el concepto republicano de excepcionalidad propició la famosa caza de brujas del senador McCarthy contra las actividades comunistas bajo la acusación de anti-americanismo (1950). Más recientemente, la invocación de la República permitió que se removieran en Francia las leyes electorales que hasta entonces favorecían los intereses del “antirrepublicano” Frente Nacional.
El antifranquismo ejerce en la actualidad el rol más próximo al de alma política de la nación española. Con la ley de su parte y con todos los recursos del Estado en sus manos, el antifraquismo está en disposición de acometer cuantas medidas punitivas considere oportunas para doblegar a su enemigo. Como en occidente el poder político está profundamente mediatizado por el poder económico, el recorrido político de este antifranquismo testimonial resulta verdaderamente limitado. El único blanco a su alcance es el rotulado de las calles, la apertura de fosas comunes (para hallar en muchos casos restos de combatientes del bando contrario), el falseamiento dogmático del relato histórico, etc. En una palabra: el alma política de la España actual está impregnada por el trauma de la derrota sufrida en 1939 que continúa afectando a comunistas, socialistas y neo-anarquistas. Y por los anhelos de revancha que esto conlleva. Por tal motivo el relato predominante en el antifranquismo estructural español, que es el antifranquismo de izquierdas, se reviste de un tono amenazante y excluyente sobre el que resultará muy difícil crear una realidad política verdaderamente alternativa. La progresiva radicalización de la juventud, que resulta un claro epifenómeno del actual estado de cosas, con un gusto desproporcionado y brutal hacia la violencia preocupa notablemente a Falange Auténtica. Lemas como “arderéis como en el 36” o “más Paracuellos y menos alzacuellos”, que se han hecho populares durante las últimas jornadas, no auguran nada propicio.
- SOBRERREPRESENTACIÓN DE LAS MINORÍAS. Es bien sabido que bajo el franquismo, y por inspiración directa de la Iglesia Católica, se produjo una violenta represión contra determinadas minorías. Esta política no pareció afectar a las manifestaciones de identidad cultural regional y no es cierto, como ahora se pretende, que el uso de las lenguas autóctonas de España o las muestras de folklore tradicional fuesen sofocadas. Se trata de un mito que favorece las pretensiones de los nacionalismos periféricos al atribuirse el prestigio de una pretendida persecución.
Pero bajo la dictadura de Franco otros colectivos humanos, como el de los homosexuales, no gozaron de la misma tolerancia mostrada hacia las identidades regionales. No se trata ahora de argumentar acerca si esta represión no era tanto contra la homosexualidad en si como contra la sexualidad propiamente dicha, como corresponde a un régimen tan pacato como aquel. Se trata de incidir en que el antifranquismo ha concedido a algunos de los colectivos un poder de influencia y una relevancia social muy superior a la que les corresponde por su fuerza numérica. Si los homosexuales fueron perseguidos por Franco, el antifranquismo acrítico se ve en la obligación moral resarcirlos y atender sus reivindicaciones de lobby otorgándoles gran influencia política y social. De hecho, la gran noticia de la última convocatoria del Día del Orgullo gay en Madrid fue la presencia en el desfile de una carroza del Partido Popular.
Una mentalidad similar opera en las propuestas antifranquistas destinadas a promover una política inmigratoria de puertas abiertas. Si la autocracia franquista cerró las fronteras al mundo e hizo vivir a los españoles las penurias -materiales y culturales- del aislacionismo, se hace necesario ahora bajar las barreras y permitir que arriben a nuestras costas cuantas personas así lo deseen. La posibilidad de una inmigración ordenada parece “facha” precisamente por ese adjetivo: ordenada. Porque, como todo el mundo sabe, el orden es fascista.
En conclusión, estos son los términos que describen el alma política española consensuada en 1978; el espíritu que ilumina nuestras leyes; el claro horizonte no tanto de lo que queremos llegar a ser, sino de lo que nos negamos a volver ser. Y no conviene engañarse: la derecha y la izquierda están cada vez más próximas en ese espíritu común.
Desde su posicionamiento crítico ante cualquier forma de totalitarismo, Falange Auténtica advierte del error insondable de construir el futuro desde la plataforma equivocada que suponen todos los “antis”. Muy al contrario, la auténtica Falange se afana por construir una España siempre “a favor”, integradora y respetuosa de las diferencias, donde no haya cabida a ninguna forma de revancha. Mirar al frente o recrearse en el pasado: esa ha sido siempre la verdadera cuestión.
Juan Ramón Sánchez Carballido