Como una demostración más del sectarismo con que los grupos inspirados por el marxismo actúan, aparece la petición que una asociación de letrados, la Asociación Libre(¡!) de Abogados de Madrid, ha realizado hace unos días, en la que solicitó y consiguió que la Junta de Gobierno del Colegio de Abogados de la Capital de España retirara, sin convocar a la Junta General, el nombramiento de Decano honorífico que en 1939 el citado Colegio profesional otorgaba a José Antonio Primo de Rivera, abogado y fundador de Falange Española, asesinado tras un pseudo juicio en 1936 en la prisión frentepopulista de Alicante. Las razones que han aducido eran que ese título no le correspondía porque su finalidad era la de exaltar lo que llaman golpe de estado de julio del 36; que no coincidía con el espíritu democrático exigible y, que, según este “nuevo tribunal popular”, José Antonio estaba inculpado de cooperación en el levantamiento contra la República... Por último -no podía faltar este argumento-, porque había que acatar la Ley de Memoria Histórica promulgada por el Gobierno socialista de José-Luis R. Zapatero y no derogada por el actual del PP. Lo cierto es que, mientras el apoyo de los miembros de la Junta a la retirada de tal honor al General Franco, que también iba en el paquete, fue mayoritario, el rechazo a quitárselo a José Antonio fue el de la mitad de la Junta de Gobierno del Colegio, teniendo que recurrir al voto de calidad de su Presidenta Sonia Gumpert, que hizo suya la propuesta de ALA, para retirar aquella distinción al abogado José Antonio Primo de Rivera miembro que fue del Ilustre Colegio de Abogados de Madrid.
Si no fuera porque los falangistas del siglo XXI estamos por encima de estas perversas ignominias, porque tenemos superados el odio y el sectarismo de quienes perseveran en su incapacidad para la convivencia, esta nueva muestra de anacronismo y triste anquilosamiento merecería una respuesta menos formal que una carta abierta. Esa decisión, que solo demuestra una estúpida estrechez mental, basa su despropósito en torpes y falsas razones que historiadores de prestigio, investigadores y biógrafos de distintas sensibilidades se han encargado de demostrar.
Tanto la supuesta instigación del líder falangista a favor del levantamiento de Julio 36, refutada históricamente por ejemplo, con la Circular del 24 de junio de 1936, o como la realidad comprobada del mensaje al Jefe de Gobierno de la República, ofreciéndose para ser mediador y componer un Gobierno de Salvación Nacional presidido por el republicano Martínez Barrio, o la orden dirigida a Luys Santamarina instándole a evitar una acción contrarrevolucionaria, amén de los textos fundacionales en los que abominaba de una política reaccionaria para ser figurones de una derecha capitalista e injusta. Olvida la asociación progresista de abogados ALA, que José Antonio, desde su ingreso en la profesión demostró ser uno de los letrados más brillantes de su época, algo que su profesor Sánchez Román reconocía cuando lo calificó como “un magnífico abogado de consulta y dictamen y de una gran elocuencia”... Opinión que el mismo Bergamín, nada sospechoso de reaccionario, en el primer juicio donde José Antonio actuó en 1926, confirmaba con apabullante sinceridad. “Dije que era una verdadera esperanza. Rectifico, Sres. Magistrados, Hemos escuchado a una auténtica gloria del Foro español”. O que en el proceso en el que se defendió ante el Tribunal Mixto de Alicante, el mismo Fiscal de la causa reconocía la superioridad procesal del acusado José Antonio Primo de Rivera., admitiendo así el prestigio de uno de los juristas más completos del País.
Su mismo Testamento, aunque es una pieza fuera del itinerario profesional, mostraba una vez más la enorme calidad de su formación como jurista y como persona. Claro que todos estos razonamientos quedan borrados, sólo para traicionar al sentido común, a la sensibilidad humana y a la inteligencia natural, absorbida por el malsano deseo de machacar a quien no pensara como ellos, los nuevos inquisidores. ¡Así escriben la historia! Si bien como persona no deseo nada malo a estos impresentables; como falangista, simplemente, los desprecio.
Eduardo López Pascual