Tomo prestado el título de la película de Clint Eastwood para reflexionar brevemente sobre el tan traído y llevado tema de los viejos símbolos. Acabamos de ver una gran ikurriña desplegada sobre la fachada del Ayuntamiento de Pamplona, ocultando a la Enseña nacional y a la roja bandera que luce las cadenas que los navarros supieron ganarse en la Reconquista de España, en la otrora tan “nacional” Plaza del Castillo, magníficamente recreada por Rafael García Serrano, hoy escaparate de guiris borrachos y manipulaciones separatistas aprovechando la fiesta de todos. Allí estuvo Hemingway tras sus dobladas campanas y sus crónicas desde la zona republicana, viviendo a cuerpo de rey y estomago de Cuba, en plena España franquista. Los vascos separatistas van a lo suyo y, que duda cabe, son audaces a la hora de llamar la atención. Pero no pasa nada, aquí todo el mundo tiene derecho a la libre expresión de sus ideas, ¿todos? quizás no los falangistas.
Tras la Guerra Civil, donde “todos” participaron, la Iglesia la primera, el Ejército, por supuesto, la Derecha, la Izquierda, con el PSOE y el PCE a la cabeza, los anarquistas, esos “todos”, cada cual a su manera y a su ritmo, hizo su catarsis, o sea, y ateniéndonos al origen en la tragedia griega de la palabra, su purificación emocional, corporal, mental y espiritual, así todos redimidos y viviendo tan ricamente en la actual sociedad democrática y tal. Menos los falangistas.
En una asistencia reciente a un congreso de cierta parte del mundillo azul, donde, en teoría, se iba a debatir la actualidad de la doctrina y las maneras de aplicarlas a la realidad socio política de hoy, se exhibían en algunas mesas las consabidas chapitas, llaveros y demás parafernalia, con profusión de yugos y flechas, águilas de San Juan, etc. Luego, en los debates, nombres de asociaciones que aludían a viejas apelaciones guerreras, o al ancestral culto a los muertos, reivindicaban la fuerza de la “marca histórica” y su irrenunciabilidad a la hora de saltar a la arena política.
A pesar de la queja de haber sido “el acompañamiento coreográfico del régimen” hay quien insiste en presentarse a los españoles del siglo XXI con una imagen para-militar, en seguir enarbolando las viejas banderas. No hay que renegar del pasado, no hay que olvidar a los héroes, pero lo importante es el fondo, la forma ha de adecuarse a la necesaria actualización del mensaje. Como el PCE ha sabido diluirse en la verde y soleada Izquierda Unida, los que aspiren a que le dejen jugar en política partiendo de presupuestos nacionalsindicalistas, deben hacer su catarsis, no olvidemos que la fatalidad que cubre a los protagonistas de aquellas tragedias griegas es el orgullo desmedido que hace a los mortales creerse incluso por encima de los dioses.
Javier Compás