Pedro Miguel López Pérez.
"Estáis hartos de política. Pero todo el asco que se os ha metido en el alma no impide que sigáis en vuestro pueblo, callados y sufridos, bajo la helada y bajo el sol, siendo el soporte económico de España y la guardia duradera y profunda de sus esencias nacionales".
José Antonio
Los partidarios de reformar el subsidio agrario jamás han propuesto iniciativas conducentes a preservar la subsistencia de un colectivo con unas peculiaridades específicas (históricas, geográficas y laborales), que en el caso de desaparecer dicho subsidio, tal como lo hemos conocido hasta hoy, estaría condenado a la indigencia. Por tanto, es necesario mantener el actual modelo, corrigiendo los errores y persiguiendo el fraude, mientras no se establezcan nuevos mecanismos que garanticen una vida digna para los hombres y mujeres del campo. Algunos de esos mecanismos pueden ser los que exponemos a continuación y que sometemos al debate.
En primer lugar, podríamos citar la apuesta por la creación de industrias de transformación agroalimentaria. Sector que hoy moviliza cerca de 400.000 empleos (tanto de personal autónomo, como de asalariados), de los que el 32% son rurales. Apostar por el desarrollo de este sector es un éxito seguro, puesto que va a suponer una salida económica suficientemente garantizada para las maltrechas economías de los agricultores, y una alternativa imprescindible y necesaria para las estrategias de diversificación económica y desarrollo rural.
El mundo rural actual no es una sociedad atrasada, que vive del pasado y se resiste a cambiar; por el contrario, es una sociedad dinámica, que tiene su personalidad, su idiosincrasia y que se encuentra ante el reto de hallar un nuevo lugar dentro de los procesos de cambio que afectan a toda la sociedad. A este respecto cabe resaltar la apuesta por una sociedad rural cada vez menos agraria y más industrial, una sociedad que se ha abierto a las nuevas demandas de la sociedad urbana, pero sin perder su personalidad. En este contexto hay que situar el papel que está ejerciendo la industria agroalimentaria. Por un lado es un sector que depende de las materias primas que se producen en cada zona, y tiene, por otro lado, una gran capacidad para multiplicar el valor económico de los recursos naturales.
No podemos pecar de simplificación y hacer depender la recuperación de la sociedad rural de la penetración del sector agroindustrial, pero tampoco se puede dejar de lado este hecho. Los últimos datos sobre la población rural han venido a demostrar que las zonas rurales demográficamente más positivas son aquellas que han sabido avanzar en los procesos de diversificación ocupacional, entre los que tienen un puesto destacado los servicios, pero también, la industria y la industria agroalimentaria.
No es arriesgado apostar por la industria agroalimentaria rural. Lo más que se puede pedir, desde este punto de vista, a los políticos y a los agentes sociales interesados por este problema, es que no interrumpan el proceso y no desvirtúen la realidad. Hay que recordar que el verdadero desarrollo rural es aquel que se adapta o se compagina con lo que viene haciendo la población. Sería poco operativo plantear una industria agroalimentaria rural que no se relacione directamente con todo lo que han hecho desde dentro los propios agricultores.
Este tipo de industria tiene sus características propias, entre las que destacan su carácter más o menos familiar, y la fuerte relación con las materias primas que se producen en cada zona. Este carácter, un tanto atomizado, tiene sus pros y sus contras. Entre los pros, está probablemente, la pervivencia de unos procesos de producción todavía tradicionales, entre los que prima la calidad sobre la cantidad, y la reducción de ciertos costes medioambientales; entre los contra podemos destacar las serias dificultades para dar a conocer estos productos, y mucho más, el que entren en circuitos de distribución adecuados. En este terreno hay todo un campo a desarrollar, que pasa necesariamente por potenciar la formación y mejorar la comercialización de los productos elaborados.
Es necesaria también la diversificación económica y ocupacional, como vía para el desarrollo del mundo rural. Las zonas rurales más dinámicas son aquellas que han sabido aprovechar sus recursos endógenos y traducirlos en una amplia gama de empleos: la construcción, la pequeña industria, como salida a antiguos trabajos de carácter artesanal, o para atender las nuevas demandas rurales, la citada industria agroalimentaria, y la creación de servicios, entre los que ocupa un lugar destacado el turismo rural. En este tipo de turismo, si quiere contribuir a un auténtico desarrollo del mundo rural, deben predominar la calidad, la sostenibilidad y la identidad sobre otros aspectos.
Para que la citada diversificación económica y ocupacional pueda darse en el medio rural, se hace necesario también apostar por la formación y capacitación de los hombres y mujeres que en él habitan. Es por tanto urgente incentivar la formación ocupacional, creando nuevas escuelas taller, casas de oficio, centros de iniciativa empresarial; ampliando la oferta de cursos del Plan Nacional de Formación e Inserción Profesional (FIP), así como la de cursos de formación continua. Igualmente sería necesario incidir en la formación para el autoempleo, tras analizar e investigar los posibles nuevos yacimientos de empleo existentes en las zonas rurales. De esta forma paliaríamos el grave problema que supone el abandono al que han estado sometidos en materia formativa los hombres y mujeres del campo. Abandono que hasta la fecha les ha impedido insertarse en otros sectores distintos al agrícola.
Como último punto, sería necesaria también una apuesta sincera por la multifuncionalidad de la agricultura. Este concepto que forma ya parte de la retórica de gobiernos y de la propia Comisión Europea, tendría en cuenta no sólo la función productiva de la agricultura, que es importantísima pero no la única, ya que existen otras muchas funciones que también cumple el agricultor y el jornalero presentes en el campo y que son esenciales para la sostenibilidad del medio rural; funciones como el mantenimiento del entorno ambiental, la protección y conservación de la naturaleza, el manejo sostenible de bosques y recursos naturales. Es obvio que la actividad agrícola contribuye a la protección del medio ambiente a través de la conservación de la biodiversidad, la conservación del suelo y la calidad del agua.
Puesto que la actividad agraria se desarrolla en primer lugar en la tierra y se trata ante todo de una acción en el medio natural, la relación entre agricultura y medio ambiente es estrecha. De hecho, "está reconocido científicamente que en la Europa rural, el trabajo de la tierra desde hace décadas y, con suma frecuencia, desde hace siglos, ha generado ecosistemas totalmente particulares y ricos, que se verían amenazados sin remedio en caso de abandono de la agricultura". En este punto sería absurdo negar el papel devastador que algunas prácticas agrícolas han tenido para el medio ambiente, pero no debemos olvidar que una actividad agrícola respetuosa con el entorno contribuye a la protección de la naturaleza. Se trata de apostar por un desarrollo sostenible cuyo primer requisito sería "preservar el capital natural", y para ello es imprescindible mantener la actividad agrícola y preservar el mundo rural.
Hasta que todas las iniciativas expuestas: creación de industrias agroalimentarias; diversificación económica y ocupacional; formación y capacitación; multifuncionalidad de la agricultura, apostando pon el Desarrollo Sostenible; se lleven a feliz término no queda otra opción que garantizar la supervivencia de las gentes del campo, a través del subsidio agrario, ya que lo contrario significaría condenarles a la indigencia.
Que se persiga el fraude y el clientelismo son medidas loables y acertadas, pero el subsidio, por los motivos que acabamos de exponer, debe mantenerse hasta que no se pongan en práctica nuevos mecanismos que garanticen una vida digna para los hombres y mujeres del agro.