Miguel Ángel Loma
Consciente de vuestra misión de pastores, me dirijo a vosotros con la esperanza de ser atendido. La crudeza y obscuridad del momento presente, tras la propuesta independentista lanzada por el gobierno nacionalista vasco, reclaman vuestra palabra pública y explícita. Muchos ciudadanos, aún confusos tras algunas afirmaciones vertidas en vuestra última carta pastoral, la están esperando.
Somos numerosos los católicos españoles que, aborreciendo de manera pública el terrorismo con las palabras y los hechos, nos sentimos justamente heridos cuando comprobamos cómo se identifica a una parte considerable de la Iglesia vasca con posiciones políticas de un nacionalismo étnico y excluyente. Sean cuales fueren las relaciones existentes entre quienes agitan el árbol del odio y entre los que recogen y administran sus frutos, nos preocupan algunas consecuencias sombrías que prevemos como sólidamente probables, y que aún podrían evitarse con la influencia y ejemplo de vuestra palabra y testimonio.
De persistir el gobierno vasco en su desafío, es muy probable que la división y confrontación dentro del propio seno de vuestra comunidad, y con el resto de comunidades españolas, se agudicen. Es necesario optar por la paz, pero sin olvidar la justicia ni manipular la verdad. Menos aún, cuando tal manipulación tiene como objeto a los más pequeños de nuestros hermanos, envenenados diariamente en centros escolares con la falsificación de la enseñanza de nuestra historia común, y engendrando en sus inocentes almas el odio hacia todo lo que signifique España, nombre que eludisteis mencionar en vuestra carta, sustituyéndolo por eso otro de "Estado español". La manipulación de las conciencias infantiles es un asunto muy grave y sobre el que debierais tener una especial atención porque, tanto los niños como los acosados por el terrorismo, son la parte más débil e indefensa de nuestros hermanos.
Una decidida política del gobierno vasco que cercara a los asesinos y a quienes les amparan, y que permitiera a los amenazados vivir en paz, entrañaría un gesto de humanidad con los padres, hijos, familiares y amigos de las víctimas, que sólo pueden permitirse la visita a sus restos mortales en sus tumbas, y cuya fe comienza a flaquear ante equívocas actitudes de parte de vuestro clero, que les han llegado a negar funerales por sus almas, y que equiparan al verdugo con la víctima, a Caín con Abel.
Confío en que vuestro silencio epistolar ante la nueva amenaza que se cierne sobre todos nosotros se deba a la prudencia y a la meditación. Si, como decíais en vuestra pastoral, el diálogo es la avenida que conduce a la plaza de la paz, ruego para que en vuestro sereno diálogo con Dios analicéis la parte de responsabilidad que en la desgraciada situación actual pudiera corresponderos a vosotros, a vuestros antecesores, y a muchos eclesiásticos de vuestras diócesis, y cuál es la causa de que exista un sentimiento común de recelo hacia la Iglesia vasca; sentimiento que daña al resto de la Iglesia y provoca un alejamiento hacia ella no sólo de quienes no comparten nuestra fe, sino también de hermanos nuestros directamente afectados por el terrorismo asesino.
Que María, Esperanza nuestra y Reina de la Paz, interceda por todos nosotros y nos dé fuerzas para permanecer junto al Crucificado y sin miedo a la defensa de la Verdad.