El periodista, tertuliano y autor de casi una treintena de libros, José María Zavala, presentaba uno de sus últimos títulos publicados: “Las últimas horas de José Antonio”, del que el hispanista Stanley G. Payne apunta que se trata del “estudio más completo sobre el proceso y la ejecución de José Antonio. Los documentos inéditos descubiertos por Zavala constituyen una aportación fundamental e indispensable para conocer las últimas horas de vida del líder de la Falange”.
El autor remarcaba como a través de los llamados “expedientes perdidos”, salen a la luz nuevos datos sobre las circunstancias que acompañaron el fusilamiento de uno de los fundadores de Falange Española y de las JONS, desde el juez responsable del juicio, hasta el papel del director de la cárcel de Alicante, pasando por los miembros del pelotón de fusilamiento o el papel que llevaron a cabo los médicos tras el fusilamiento. Como es costumbre en otros libros escritos sobre el líder de la Falange, el autor se reafirmó en su intención de resaltar la faceta humana del protagonista de su obra, sus fortalezas y debilidades, sus dudas y reflexiones en los últimos momentos de su vida.
En la sala quedaron, al respecto, dos reflexiones lanzadas para escudriñar un profundo temor de los falangistas, por una parte el peligro que supone que un libro sustituya el estudio de historiadores independientes, sin prejuicios ni ideologías, sobre los hechos históricos que rodearon el fusilamiento de José Antonio y muy lejos de ello, los españoles asistamos impávidos a la utilización de una Ley de Memoria Histórica, como arma para abrir heridas entre vencedores y vencidos, abrigada por ese espíritu cainita tan al gusto del español.
Y por otra subrayar, que pese a que el autor hace hincapié en que sus páginas van dirigidas a la faceta humana de José Antonio, en toda su extensión, la trama del libro no es otra que el fusilamiento en Alicante, el 20 de noviembre de 1936, del Jefe y uno de los fundadores de Falange Española de las JONS. Precisamente, este último dato, la causa por la que José Antonio Primo de Rivera fue asesinado, es decir, por su proyecto político y por ser un revolucionario.
Aquella fría mañana de noviembre, del pasado siglo, en los primeros meses de una guerra civil en el que perdieron todos los españoles, como muy bien aventuró el Jefe de la Falange, mientras ponía todo de su parte para intentar parar el enfrentamiento, ya era prácticamente imposible separar el adn revolucionario de José Antonio de su personalidad, máxime cuando esa particularidad había constituido una decisión voluntaria, forjada en los últimos años de su vida, en respuesta a una clara repulsa frente a la injusticia social y la desafección de la patria.
{youtube}bs_9FQ60ZGA{/youtube}
{youtube}Bi_y3v1VOj8{/youtube}
{youtube}RbYETQ_slRk{/youtube}