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¿Ramiro Ledesma era fascista?

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No.

La opinión más extendida afirma lo contrario pero nosotros vemos en Ramiro a un nacionalista revolucionario. “No habrá mejor definición para nuestro movimiento que la que se limite a indicar que exalta, recoge y encuadra a las juventudes nacionales. Esa es nuestra razón de ser, la ejecutoria de las Juntas. Queremos ligar al Partido a un solo y magno compromiso: que las generaciones jóvenes -veinte a cuarenta años- vean con espanto la posibilidad de que coincida un período de deshonor, ruina y vergüenza de la Patria con la época en que ellos son fuertes, vigorosos y temibles. Ahí tan sólo radica y reside la justificación jonsista.” (JONS, nº 4, septiembre 1933).

La principal debilidad del nacionalismo es que carece de una propuesta política y económica propia y unificada que permita interpretarlo plenamente como una ideología. Estas carencias obligan al nacionalismo a buscar apoyo en ideologías más materiales. Pero todo cuanto el nacionalismo recoge del exterior de sí mismo lo convierte en provisional, accesorio y fungente. Sólo la Nación posee entidad permanente. Por eso el fascismo inicial de Ramiro no es un fin en sí mismo sino un medio para organizar la Nación. Un medio plenamente circunstancial; de haber optado por el bolchevismo o por la democracia liberal la elección hubiera resultado idénticamente provisional, justificable sólo en función de los réditos organizativos que pudieran aportar a la idea nacional y temporalmente vinculada a sus éxitos. Pero en 1933 el éxito internacional parece corresponder plenamente al modelo de Estado fascista y Ramiro lo incorpora (ojo: el modelo de Estado y no la plena ideología fascista) a las JONS. Aún así el aporte del fascismo al primer Ramiro no es en absoluto desdeñable: la idea de un Estado autoritario y totalitario donde una minoría rectora imponga a las masas el rumbo a seguir.

Hay otro aspecto del fascismo que entusiasma a los jonsistas. No desmentiremos a Ramiro cuando insiste en que el núcleo de su pensamiento es España. Como realidad eterna, universal, tangible y, a la vez, en un puro estado potencial “que aún nunca logró mostrarse puro, entero y verdadero” como reza el verso magnífico de Gabriel Celaya.

Para alcanzar esta expresión máxima y definitiva de sí y de sus posibilidades universales España requiere de la “nacionalización” de las masas. Es decir, de la conversión de los trabajadores al quehacer del engrandecimiento de la nación española, su seducción por la idea de Patria, la fusión (se trata de una propuesta extraordinariamente compleja de entender) de los intereses individuales con los intereses colectivos. El entusiasmo de Ramiro por el fascismo y por el nacional-socialismo proviene en gran parte del éxito que, a su entender, ambas ideologías han cosechado en esa tarea. Tanto el obrero italiano como el alemán se convirtieron en trabajadores al servicio del interés nacional y transitarán, sin solución de continuidad, hacia la condición de soldados cuando su defensa se haga ineludible.

Pero si este reconocimiento ha de valerle a Ramiro la etiqueta de fascista también lo convierte en un comunista. Por sus elogios sin ambages a una Unión Soviética que ha logrado la nacionalización de sus ingentes masas obreras y su conversión al ideal nacional. “La revolución bolchevique –escribe en su Discurso a las juventudes de España- triunfó en Rusia no tanto como revolución propiamente marxista que como revolución nacional. (…) Esa victoria no es otra que la de haber edificado de veras una Patria. Es una victoria nacional”.

Si continuamos por esta misma senda lógica Ledesma, además de fascista y comunista, es un anarco-sindicalista a tenor de su aplauso incondicional y ruidoso a una CNT cuyo “nacionalismo” se pone especialmente de relieve frente al internacionalismo de aquella UGT de entonces.

Es innegable que Ramiro valoró en su justa medida la capacidad de seducción del fascismo y replicó muchas de sus formas y aún de sus actitudes como medio de aproximación a las masas. Se interesó, pues, por el fascismo como táctica, como técnica de rebelión de las masas contra el orden caduco. Pero si se identificó con el fascismo lo hizo con la premisa de una imposible réplica del modelo italiano en España, lo que plantea la nueva cuestión de hasta qué punto el fascismo puede ser adaptado o rectificado sin dejar de ser fascismo. Además, lo hizo de forma crítica al apreciar, desde muy temprano, la incapacidad del fascismo para llevar a término su amplio programa político. Particularmente en el retraso en desplegar el corporativismo, piedra angular del fascismo económico. Por tal motivo termina percibiendo en él un aroma a “revolución fallida” (sic), una incompetencia total para el desmontaje del andamiaje capitalista, tema central de aquel tiempo político. De hecho, anticipa la posibilidad “de su fracaso histórico, su carácter de cosa inacabada, de tentativa, de conato”. El admirado Estado fascista de su primera hora hace aguas por todos lados y se ha convertido, tempranamente, en un vasto mecanismo averiado.

¿Interesaría a España importar un material ya declaradamente defectuoso? No puede extrañar que el propio Ramiro remate su último libro, ¿Fascismo en España?, con una imagen que debería resultar reveladora a propios y extraños: el trueque de la camisa negra por la roja garibaldina que –en su fuero interno- vendría tal vez a representar el triunfo de las ideas nacionalistas sobre el advenedizo material fascista. Resultaría profundamente injusto negar a Ramiro, a posteriori, su derecho a la rectificación. Especialmente cuando no se desvió de su verdadero objetivo que nunca fue otro que una España grande y libre.   


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