Rosa Díez en ABC, 30.03.07:
"GENTE CORRIENTE
"Los verdaderamente malos son pocos; lo más peligroso es la gente corriente". Primo Levi.
Esta sentencia de Primo Levi podría haber sido escrita a la luz de lo que ocurre en el País Vasco. Pero él pensaba en los campos de exterminio nazis cuando hizo esa reflexión. Levi hablaba para estudiantes, en el transcurso del periplo universitario que organizó una vez concluido su libro "Si esto es un hombre". Respondía así a la pregunta de unos alumnos sobre la maldad. Levi describía con esas palabras la falta de piedad de los alemanes corrientes, esa inmensa mayoría que veía cómo desaparecían sus vecinos sin preguntarse qué había sido de ellos. Pensaba en la "gente de orden" que veía el humo de los crematorios y se limitaba a taparse la nariz. Pensaba en las "buenas gentes" que cruzaban de acera para no saludar a un judío con el que habían compartido celebraciones familiares unos días antes de que fueran señalados por los nazis como enemigos de la raza aria. Pensaba en todos aquellos que prohibieron a sus hijos jugar con los hijos de los "malditos judíos". Levi pensaba en la buena gente que, de repente, perdió hasta la piedad. Si Levi hubiera vivido en Euskadi y en nuestro tiempo podría haber hecho la misma afirmación refiriéndose a los nacionalistas. En el País Vasco no hay limpieza étnica porque resultaría imposible: estamos tan mezclados, es tan mestiza nuestra sociedad, que tendrían que matarse entre ellos. Por eso aquí se puso en marcha la limpieza ideológica. Somos tan "iguales" que tuvieron que empezar a matarnos para hacernos diferentes. Ahora ya somos diferentes. A los judíos los distinguían por su "estrella de David"; a nosotros, "los vascos diferentes", nos distinguen porque nunca vamos solos. Nosotros, "los vascos diferentes", somos los que tenemos la capacidad de movimiento restringida; ellos son los que disfrutan de todos los derechos que la Constitución española nos reconoce como ciudadanos. Nosotros, "los vascos diferentes", somos los que vivimos amenazados; ellos son los que viven en libertad.
Antonio Aguirre fue agredido por un genuino representante de la "gente corriente", de la "buena gente", de esa "gente de orden" que milita en el partido que gobierna Euskadi desde que hay democracia en España. Los dirigentes del PNV han exculpado inmediatamente al agresor: "perdió los papeles", "está apesadumbrado por la imagen del partido que ha dado, llevado por la tensión del momento", "se sintió acosado", "no quiere ensuciar el buen nombre del partido". Ni una sola palabra de disculpa hacia el agredido. El agredido es culpable; el agresor, una pobre víctima que "perdió los papeles". Buena gente.
Nada más peligroso que una situación en la que los dirigentes de un partido político de gobierno disculpan la agresión a un militante de un movimiento cívico, embozándose en la mentira y en la superioridad moral del agresor: "le conocemos de siempre..." "les provocaron..." Los "provocadores" eran siete. Los provocados, mil. Y, según se puede escuchar en los diferentes videos colgados en internet, "los mil provocados" consideraban "españoles de mierda" a esos siete magníficos que osaban enfrentarse a la "pacífica" manifestación. Bueno, también les llamaban "asesinos", y "cerdos", y "asquerosos". Pero lo que sin duda pasará a los anales de los batzokis será cómo fue posible que siete "españoles de mierda" consiguieran acorralar a mil vascos de pura cepa...
Da miedo. Sobre todo después de escuchar a la portavoz del Gobierno vasco decir que "están planteándose denunciar al Foro Ermua por la contramanifestación" (¿?). Tiene razón Antonio Aguirre cuando dice en la entrevista publicada en "El Correo" que el problema ya no es que el Gobierno no te defienda; lo grave es que es el propio Gobierno el que te pone en la diana. Aunque Aguirre nos recuerda a todos que "... los primeros que nos empezaron a llamar fachas y extrema derecha fueron Odón Elorza y José Antonio Pastor. Entonces les solicité que no pusieran al Foro en el punto de mira de ETA".
Da miedo la impunidad que algunos dirigentes de los partidos democráticos prestan a la violencia y a los violentos. Da miedo porque conocemos y recordamos la historia. El "ciudadano corriente" que el lunes agredió a Aguirre no sólo no ha sido amonestado, sino que ha sido públicamente disculpado por su propia formación política y por el Gobierno vasco. El "ciudadano corriente" trabajó para el Departamento de Interior del Gobierno vasco, vamos, para la autoridad. Si lo que él hizo es comprendido y exculpado por el Gobierno vasco y por el partido que sustenta al Gobierno de España, ¿por qué razón un chaval vasco, educado en el odio y en la mentira, no va a coger primero un spray, después un cóctel molotov y finalmente, cuando se la den, una pistola para abatir a esos "españoles de mierda", "asesinos", "asquerosos", que hay que dejar morir en el suelo?
(...)
Ésa es la gente corriente, la que se aprovecha de nuestra falta de libertad para medrar en política, y en la vida. La que nos "tolera", sin considerarnos nunca "de los suyos". La que no mueve un dedo por protegernos. La que llama "presos políticos" a los asesinos y clama por sus "derechos" mientras permite que nos excluyan y persigan por reivindicar los derechos fundamentales que la Constitución nos reconoce.
Levi explica en el citado libro cómo la despersonalización, la deshumanización del individuo o colectivo declarado enemigo, era vital para llegar a la solución final sin ningún tipo de remordimiento. Los judíos, los gitanos, los comunistas, los homosexuales... no eran humanos para los nazis: eran sólo enemigos de la raza aria, una amenaza para la pureza de su sangre. Estaban "obligados" a eliminarlos si querían conservar un bien mayor, la raza pura, el ideal humano. Pero al lado de esos fanáticos que teorizaban y diseñaban los planes de exterminio estaba la gente corriente. Esa "buena gente" comprendió enseguida hasta qué punto podían beneficiarse de la desaparición de tantos alemanes, o polacos..., de tantos compatriotas mejor cualificados que ellos mismos; y dejaron aflorar sus más bajos instintos. Tardaron poco en sentirse cómodos, aceptando que los nuevos excluidos, en el fondo, nunca habían sido de los suyos, que siempre les habían tenido envidia de los judíos, que llegaron de otros lugares y fueron capaces de progresar y llegar más lejos que ellos, que siempre habían temido al diferente, al de otra cultura, al de otra condición sexual... Los ideólogos de la solución final fueron pocos; los ejecutores, bastantes más, pero nada hubiera sido posible si millones de "buenos alemanes" no se hubieran comportado como los "buenos vascos" que siguen en Euskadi las consignas del "partido guía". Ese "partido guía" liderado por ese ejemplo de moderación, esa perla blanca llamada Josu Jon Imaz.
Tiene razón Aguirre: es el PNV quien nos pone en la diana, y nuestros dirigentes del PSE, quienes asienten con la cabeza o callan. Si a quienes discrepamos -seamos socialistas o no- nos llaman crispadores o nos invitan a irnos al PP -al que previamente han calificado como "derecha extrema"-; si el lehendakari le dijo hace nada en el Parlamento vasco a María San Gil: "Ustedes representan lo peor de este país" -de un país en el que hay terroristas-, ante el silencio cómplice del PSE; si Diego López Garrido dijo hace dos días en el Congreso de los Diputados que "el PP es un arma de destrucción masiva", ¿qué pueden pensar los que tienen las pistolas y la costumbre de actuar poniendo la teoría en práctica? ¿Puede alguien extrañarse de que muchos de nosotros nos sintamos más abandonados, más solos que nunca?
No es éste un artículo optimista. No hay motivos. Llamar a las cosas por su nombre es la mejor contribución que se puede hacer para intentar que las cosas cambien. Como dijo Hanna Arendt a su vuelta del exilio norteamericano, indignada por la pasividad e indiferencia de sus compatriotas ante su responsabilidad histórica, "describir los campos de exterminio sin ira no es ser objetivo, sino indultarlos".
Valga esta reflexión y esta denuncia para que si nuestros nietos nos preguntan algún día: "¿tú qué hiciste cuando pasaba eso?", podamos darles una respuesta mirándoles a los ojos.