Rosa Montero en El País, 3.2.09
No me he repuesto todavía del pasmo de ver al nuevo coordinador general de IU, Cayo Lara, al frente de una manifestación en apoyo al régimen cubano. Escribir es una manera de pensar, y la indignación es una mala consejera a la hora de escribir porque dificulta el raciocinio. Intentaré (será difícil) no indignarme, pero lo que no puedo evitar es una inmensa tristeza. La pena de saber que, una vez más, las víctimas del castrismo están siendo doblemente apaleadas, por un régimen que les priva de todos sus derechos y por unos manifestantes que, siguiendo la vieja práctica totalitaria, se dedican a insultarlas y difamarlas. El desaliento de comprobar hasta qué punto el dogmatismo no sólo ciega a las personas, sino que las envilece, haciéndoles apoyar a los verdugos.
Cuba es una dictadura simple y pura. Sostener otra cosa es no querer informarse. Los datos fiables de la brutalidad del castrismo están al alcance de cualquiera: basta con consultar, por ejemplo, los informes de Amnistía Internacional o de Reporteros Sin Fronteras. Es un país sin libertades en el que una mera crítica al Gobierno puede llevarte a la cárcel. Recordemos que en la primavera negra de 2003 se condenó a 75 disidentes con penas de hasta 28 años de prisión. Decenas de ellos siguen dentro en condiciones terribles. Todo esto es tan obvio y conocido que aburre repetirlo. De hecho, creí que el peso insoslayable de la verdad había terminado por calar en los prejuicios de la gente, y que hoy los partidarios del castrismo ya sólo podían ser o bien parte interesada (funcionarios del régimen), o bien algún nostálgico residual de mollera blindada. Y de repente aparece el líder de IU, una fuerza parlamentaria con casi un millón de votantes, manifestándose a favor del castrismo. Es decir, manifestándose a favor de una dictadura. ¿No es impresionante?