El otro día paseaba por la calle y vi un grupo de "niños pijos". Llevaban banderas de España en sus muñequeras, en sus cinturones, en el borde de la camiseta... y en la suela del zapato. Pensé: "Si los falangistas auténticos somos patriotas, ¿en qué nos diferenciamos de estos chicos? Si hacemos de España nuestra razón de ser, ¿qué compartimos con ellos?".

Hablan por aquí y por allá de que España se rompe ya. Pero llevan diciendo lo mismo al menos treinta años. Creo que nosotros no decimos lo mismo, porque nuestra España no es una abstracción. Cuando hablamos de España hablamos de todos y cada uno de los españoles. Hablamos de pan y de justicia.

Se oyen las voces de siempre que llaman a unirse por la Patria. Pero ¿y luego qué? Si conseguimos esa Patria unida, ¿qué vamos a hacer? ¿con qué contenido la vamos a llenar? Esa unidad sólo tiene sentido si está alimentada por un proyecto de justicia social, de más y mejor democracia, y el hombre como sistema: eso ha sido, es y será el patriotismo de los falangistas. Lo demás es mercancía averiada, patrioterismos de imposible digestión.

"Desde luego la idea de España no vive su mejor momento, pero creo que una inmensidad -seguí pensando- nos separa de esos niños pijos de banderas rojigualdas, porque nuestro sitio está con los que no aman la Patria porque no saben lo que es la justicia. ¿Sabremos ahora elegir a nuestros aliados?".

Terminé de pensar y continué mi camino hacia el patriotismo de los descastados.

Litio