Más de dos millones y medio de habitantes, cerca de un 22 por ciento de desempleo, una tasa de participación en el P.I.B. nacional de algo más del 5 % a pesar de representar el 6 y pico por ciento de la población nacional. Una región tradicionalmente exportadora de trabajadores, castigada por la crisis del sector primario y víctima de algunas de las desgracias ecológicas más trágicas de nuestro pasado reciente, bien representadas por la insistencia de sus bosques en arder en verano o la querencia de los petroleros desfasados por naufragar en sus costas.
Una tierra verde, estupenda, repleta de personas hospitalarias y amistosas, participes del proyecto español de siempre y siempre con el orgullo de quien sabe que sus raíces están salvaguardadas precisamente por su pertenencia a una patria mayor, que lejos de negar su realidad, siempre ha sabido presentarla como uno de los ejemplos más propios de españolidad y de perfecta integración en el conjunto de la nación.
Una región que necesita continuar en el camino de la convergencia con el resto de España, accediendo al mismo nivel de desarrollo del resto de la nación y que tiene la oportunidad de igualar su renta per capita al resto de la de España que esta un 20 % por encima de la gallega, a través de sus peculiaridades y de su oferta de productos y servicios de una calidad demostrada. Una población que merece más de lo que obtiene y que todavía tiene mucho que decir en el concierto de los pueblos españoles.
Esta región, este pueblo, según el Partido Popular, merece un quinto Gobierno del incombustible y camaleónico Fraga. En las próximas elecciones, y si el conservadurismo tradicional del electorado español, vuelve a darle en Galicia un éxito al PP, Galicia se convertirá en un caso de laboratorio para estudiar la poquísima participación en política de nuestro pueblo y para además demostrar la escasa imaginación con que se afronta la toma de decisiones políticas en nuestro país.
Por higiene política e incluso por una cuestión de principios democráticos, los partidos políticos debieran hacer un esfuerzo por renovar sus dirigentes y por aportar formas novedosas de gobernar para dar oportunidades al avance social y al desarrollo.
Lastima, en Galicia, muy probablemente no será así.
Talio