Deberían ponerse en marcha más de 420 medidas para intentar atajar el problema del desempleo. Imprescindible algo de imaginación y sobre todo mucho sentido común y claridad en los objetivos sociales a conseguir. A saber, justicia social, justicia social y justicia social. Además, claro, tampoco cabe despreciar una versión menos esperpéntica de la ayuda de los 420 euros, que se queda corta en cantidad y resulta inverosímil en cuanto a requisitos de concesión.
Ni podemos, ni debemos cerrar los ojos a la tragedia diaria de los desempleados que ven como sus prestaciones y subsidios van llegando a su fin y que intuyen que después de eso, está irremisiblemente el abismo. El paro, más involuntario que nunca, es hoy por hoy, la situación humana más oscura y degradante que imaginarse pueda. Oficialmente inútiles para la sociedad y para sus propias familias, los trabajadores desempleados padecen la peor de las consecuencias del modelo económico liberal, donde no hay personas sino factores productivos. Y para colmo son las personas un factor productivo siempre menos valorado que el capital o la tecnología.
Dotar de una mínima dignidad a cada familia, a través de ayudas o subsidios no es en sí mismo criticable, puesto que al final hay casos en los que solo queda esa solución. Cuando es imprescindible esta iniciativa, hay que tomarla con decisión, puesto que no es una cuestión de caridad sino de estricta justicia y de tener un criterio social humanista. El Estado, "representación última de nuestra capacidad, a veces cuestionable, de vivir en comunidad, debe hacer frente al desarraigo de sus miembros cuando estos estén al borde del precipicio de la exclusión social. Un lugar adonde se llega fácilmente, pero del que es muy difícil salir sin apoyo o sin el acompañamiento de una sociedad con buena salud económica. Lo criticable, al hilo de la medida de los 420 euros, está en que aparte de solventar problemas urgentes que son de una necesidad incuestionable, un buen gobierno debe además considerar prioritarias las medidas estructurales y de previsión social. Medidas que pretendan, antes que salvar indigentes de la miseria, poner los medios para que el número de indigentes no crezca cada día. Nuestro gobierno, lejos de saber esta verdad absoluta, que no porque lo digamos nosotros deja de serlo, opta porque sus medidas prioricen objetivos políticos de propaganda y sean más vistosas que efectivas. Algo que nos defrauda y enfada. Desde Falange Auténtica cada día nos preocuparemos de recordar que esta es una crisis de confianza y tiene su origen, sobre todo, en la especulación financiera. Y esta ha sido propiciada, si no directamente por la banca privada, sí por sus mejores clientes y para su mayor regocijo y beneficio. Si PSOE y PP deben su poder directamente a la banca que financia sus campañas y su capacidad para monopolizar la democracia en nuestro país, es comprensible su vomitivo silencio. Tendremos que ser nosotros los que protestemos. Pequeños aguijones libres, descaradamente independientes y felizmente soberanos de nuestras ideas y pretensiones no nos preocupa que tengamos que recordar a cada instante, a quienes tengan un mínimo de sentido común, que es el momento de acabar con el modelo de crédito que nos ha hundido en esta crisis posmoderna y sustituirlo por un sistema bancario diferente. Un sistema en el que la acumulación de capital no sirva para especular, sino para crear riqueza social. Algo que es factible incluso sin grandes cambios traumáticos en el modelo de economía de mercado. Eso sí, si los encargados de gobernar no se encuentran agarrados por las pelotas por la gran banca. Y perdónese la grosería, pero es que no hay expresión más grafica que pueda describir mejor la relación entre los políticos profesionales y los bancos. Una banca dependiente de los órganos representativos de los trabajadores requiere que primero se desarrolle una nueva democracia en nuestra nación, alejada de la oligarquía de los partidos apoyados por la banca pirata. Un objetivo digno y justo para el que son más de 420 las iniciativas necesarias que hay que adoptar, pero que al final constituirían el principio del fin del desempleo y sobre todo de la exclusión social del desempleado. A cambio de medidas cosméticas, trufadas del estilo chapucero que tan bien caracteriza al gobierno de nuestra nación, se nos hurtan las verdades que nadie dice sobre la banca y las soluciones que podrían convertirse en permanentes si no fuera porque en el fondo esta crisis es una fase más del injusto modelo capitalista y el daño que recaer sobre el pueblo trabajador ni es extraño para los prebostes del liberalismo, ni realmente preocupa a los poderosos y a sus fieles servidores, los gobernantes del mundo desarrollado.
Sin poner en circulación los fondos que la banca atesora, apropiados de nuestra capacidad de ahorro y de su propia habilidad para la rapiña, el sistema, tal cual está hoy diseñado, no levantará cabeza. Sin inversiones y sin apoyo financiero no se podrán crear puestos de trabajo que faciliten a los trabajadores recursos para alimentar con su consumo el mercado. Ni tampoco sobrevivirán empresas que puedan aguantar su producción ante un panorama de descenso de las compras y de crecientes riesgos de impago.