Por Bernardo Rivero Taravillo
Entre los ilustres discípulos de Ortega y Gasset, renovador e impulsor de la filosofía española en las primeras décadas del pasado siglo, podríamos citar a Zubiri, Xirau, Gaos, Zambrano y Marías, pero también a Ramiro Ledesma Ramos (1905-1936), quien, a comienzos de la década de 1930, abandonaría una muy prometedora trayectoria intelectual para entregarse plenamente a la acción política revolucionaria. Posteriormente, los trágicos acontecimientos de 1936, en los que pierde la vida (como tantos otros de ambos bandos, fusilado por un pelotón criminal e ignorante), impidieron que pudiéramos conocer su evolución y consolidación como filósofo. Posiblemente habría llegado a ser, al menos, tan destacable como los anteriormente citados (lejos de ser un político profesional parece probable que volviera a las tareas intelectuales). "No han matado a un hombre, han matado a un entendimiento fueron las palabras de Ortega en París cuando tuvo conocimiento de la muerte de Ledesma.
Creemos necesario, y culturalmente saludable, recuperar y elevar al sitio que merece, superando injustificados prejuicios, a aquel joven pensador, escritor precoz, que entre 1928 y 1931 colaboraba en La Gaceta Literaria, Revista de Occidente y El Sol, publicaciones de la época del mayor prestigio (no olvidemos tampoco otros escritos interesantes anteriores, como el ensayo El Quijote y nuestro tiempo y la novela El sello de la muerte, ambos de 1924). Entre sus artículos podemos destacar La Filosofía, disciplina imperial (Notas para una fenomenología del conocimiento filosófico), publicado en 1931 en El Sol, sin duda, imprescindible.
Sus artículos, lúcidos y de extraordinario rigor, son el resultado de un profundo estudio y análisis de temas tan actuales entonces como la fenomenología, la teoría de la relatividad o la teoría psicológica de la Gestalt. Brillantes e incisivas reflexiones nos dejó asimismo sobre matemáticas, teoría del conocimiento y filosofía de la ciencia (opuesto al viejo positivismo, observamos también en él ideas que podemos considerar precursoras del falsacionismo popperiano): Hans Driesch y las teorías de Einstein (1928), El causalismo de Meyerson (1929), etc.
En definitiva, una producción filosófica (claramente influida por el magisterio de Ortega y por el pensamiento de Heidegger), aunque embrionaria, nada despreciable.