Pedro Miguel López Pérez
Publicado en la revista cultural EL CARRO (num. 8, Febrero 2024),
de la asociación Luis Chamizo de Guareña.

Ellos no están. No aparecen. Ninguno figura en la extensa relación de autores que se citan en la editorial de éste nuevo número de EL CARRO. Y no es porque no sean o hayan sido prestigiosos e influyentes, pudiendo ser considerados incluso como colosos del pensamiento. También es difícil encontrarlos en algún catálogo o relación actual de escritores, debido, en buena medida, a su difícil encaje en la actual corrección política.

 

Ha tenido que ser alguien como Juan Manuel de Prada, escritor sin com­plejos, que desde hace tiempo ha de­cidido ir por libre, ajeno e incluso denunciando la hipocresía, el puri­tanismo y el sectarismo que preten­den imponernos desde lo que el sistema considera políticamente co­rrecto, quien rescate del ostracismo a una amplia y variopinta relación de escritores en su último libro titulado Raros como yo.

Explica De Prada que un escritor raro es aquel que no está en sintonía con su época y "quizá con la nuestra. Que desentona siempre". Y a esos escritores, mejor dicho, a una pequeña selección de los mismos es a los que vamos a referirnos a lo largo de éstas líneas.

 

Comenzamos con Pedro Mourlane Michele­na (1888-1955) quien, tras completar sus estudios en Medicina e Historia, escribir algunos poemas y pro­nunciar decenas de conferencias en 1915 publica su primer libro El discurso de las armas y de las letras, en el que reúne un puñado de artículos siempre con la I Guerra Mundial al fondo. En 1924 funda un dia­rio vespertino de vida efímera La Noche, que según González-Ruano fracasó por estar demasiado bien escrito. Luego sostendría una sección diaria en El Li­beral de Bilbao, que también llegaría a dirigir. Con la proclamación de la II República empieza a colabo­rar en el orteguiano El Sol. En 1935 obtiene el Premio Luca de Tena por un artículo publicado en dicho dia­rio. Falangista de primera hora participó en la célebre velada que tuvo lugar en el restaurante Or-Kon-Pon en la que se compuso el Cara al Sol.

Terminada la Guerra Civil, El Sol sería recon­vertido en el diario Arriba, en el que Mourlane Mi­chelena seguirá publicando sus finos artículos hasta la muerte. En palabras de De Prada "hombre humil­de hasta lo enfermizo, ascético y candoroso, tendía a embellecer todo aquello de lo que hablaba". Con ca­rácter póstumo, se publicó su Arte de repensar los lu­gares comunes (1955).

 

Nuestro segundo autor es el bilbaíno y cosmo­polita Jacinto Miquelarena (1891-1962), perio­dista que en 1924 funda Excelsior el primer diario deportivo de España. Tras asistir a las Olimpia­das de Amsterdam publica El gusto de Holanda (1929). Otra breve estancia en Nueva York le bas­tará para completar un retrato caleidoscópico de esa gran urbe titulado, Pero ellos no tienen bananas (1930), donde ya asoma su humor entre sentimen­tal y cáustico. Ese mismo año se traslada a Madrid e ingresa en la redacción de ABC y al año siguien­te publica Veintitrés una especie de guía turística de otras tantas ciudades. En 1934 hace lo propio con Stadium. Mientras tanto Miquelarena frecuenta la tertulia de "La Ballena Alegre» en la que conoce a un hombre que le causa honda impresión: «Un día —escribirá más tarde— se acercó un mozo de fren­te despejada y ojos azules. Llegó con toda su vehe­mencia, con una claridad de mediodía, con el amor a España, con el desprecio a todo lo que corrom­pía el país, con asco por la derecha y asco por la iz­quierda: se llamaba José Antonio Primo de Rivera". Su intimidad con el fundador de Falange será tan­ta que también participará en la composición del Cara al Sol. Cuando la guerra le sorprenda en Ma­drid tendrá que sobrevivir en la clandestinidad. De aquellas jornadas de angustia levantará acta en dos libros, Cómo fui ejecutado en Madrid (1937) y El otro mundo (1938). En 1937, incorporado ya a los sublevados es nombrado primer director de Radio Nacional y reanuda su colaboración en ABC (de Se­villa) donde firma artículos con el seudónimo de El Fugitivo. Por uno de ellos obtiene el premio Maria­no de Cavia. También colabora en La Ametrallado­ra, la revista humorística semillero de la posterior La Codorniz.

Corresponsal de ABC en Berlín, Miquelarena narrará la llegada a Alemania de la División Azul. Pero algún artículo suyo molestó sobremanera al cu­ñadísimo Serrano Suñer, que exigió su destitución fulminante. Desde entonces pasará larguísimas tem­poradas fuera de España, al frente de la delegación de la agencia EFE en Buenos Aires y como correspon­sal de ABC en Londres y París. Suya es la traducción más hermosa al castellano de lf, el célebre poema de Rudyard Kipling.

 

Aunque quiso ser ingeniero de montes Víctor de la Serna (1896-1958) acabó estudiando Filosofía y Letras, antes de conseguir plaza como inspector de enseñanza en Santander. Allí, siendo biblioteca­rio del Ateneo, hizo sus primeros pinitos como es­critor y manifestó una clara vocación periodística, que lo empujaría a fundar un par de diarios de cor­ta vida, La Región y El Faro, así como un semanario Ciudad, todos ellos caracterizados por su esme­ro literario. También creó una agencia de artícu­los que logró reunir las más prestigiosas firmas del momento, encabezadas por Miguel de Unamuno. En 1929 publica su primer libro, 12 viñetas, una co­lección de breves artículos periodísticos. En 1931 se traslada a Madrid para hacer crónica parlamen­taria en El Sol. En la capital asiste a las míticas ter­tulias de "La Ballena Alegre" frecuentada por José  Antonio, en compañía de algunos de los más jóve­nes talentos de la literatura y el periodismo de la época. Rodará por varias redacciones hasta hacerse cargo de la dirección de Informaciones, periódico que sería incautado por el partido socialista al esta­llar la guerra. Se refugia entonces en una embajada y en septiembre de 1936 logra pasar a "zona nacio­nal" incorporándose como voluntario en el frente del Norte. Pronto sería reclamado para trabajar en la Delegación de Prensa en Salamanca. Allí tendrá que organizar los funerales de Unamuno, porque las fuerzas vivas de la ciudad, en palabras del pro­pio De la Serna, "señores muy importantes, conser­vadores, de los que por llamarles de algún modo se les suele llamar de derechas" no quisieron portar los restos del rector.

Pocos meses después será detenido por su opo­sición al franquista Decreto de Unificación y su apoyo declarado a Manuel Hedilla (sucesor legíti­mo de José Antonio al frente de Falange). Huyendo de esas querellas se incorpora al frente de guerra. En 1938 obtiene el premio Mariano de Cavia por un ar­tículo publicado en El Diario Vasco. Ya en 1939 se hace de nuevo cargo de la dirección de Informacio­nes, popularizando su seudónimo de Unas, con el que firmará multitud de crónicas de guerra, reco­rriendo el frente ruso, acompañando a la División Azul, donde combatía uno de sus hijos.

Tras su marcha forzada de Informaciones fun­da el vespertino La Tarde, que a juicio de Fran­cisco Umbral fue "el periódico más exquisito que pudiera soñar un virtuoso del periodismo". Pero dicha exquisitez tuvo que cerrarse en apenas dos años dejando a su creador en la ruina. De esa pe­nosa situación lo salvará Juan Ignacio Luca de Tena abriéndole las puertas de ABC, donde Víc­tor de la Serna resucitará literariamente firman­do piezas, muchas de ellas con el seudónimo Diego Plata, que se cuentan, según Juan Manuel de Pra­da "entre las más hermosas que nunca haya publi­cado este periódico". Es nombrado "corresponsal de ABC en España" por lo que viajó "por las Espa­ñas" enviando unas crónicas bellísimas, escribien­do algunas de las mejores páginas de la literatura de viajes española.

 La corte literaria de José Antonio

Rafael García Serrano (1917-1988) navarro que se traslada a Madrid para estudiar Filosofía y Le­tras y afiliarse a Falange. El estallido de la guerra lo sorprendió en Pamplona, donde se alistó como al­férez provisional. En la batalla del Ebro enferma de tuberculosis y durante la convalecencia escribirá su primera novela Eugenio o la proclamación de la pri­mavera (1938) dedicada a José Antonio. Sus dotes de novelista se ratifican con la magnífica La fiel infan­tería (1943), obra de técnica vanguardista en la que se respira la influencia de las novelas bélicas de en­treguerras. Con ella obtiene el Premio Nacional de Literatura, pero La fiel infantería será retirada de las librerías por petición del arzobispo primado de To­ledo, Pla y Daniel, quien juzgó que la novela está "salpicada de expresiones obscenas". En 1949 publi­ca Cuando los dioses nacían en Extremadura, una ex­celente crónica novelada de la conquista de Méjico por Hernán Cortés; y en 1951 la que tal vez sea su obra maestra, Plaza del Castillo, en la que narra los Sanfermines de 1936 y rinde homenaje a los mozos que corrieron delante de los toros pocos días antes de marchar al combate. Plaza del Castillo tal vez sea, junto con Madrid de Corte a checa (de Agustín de Foxá), la novela cumbre de la literatura falangista, en la que se palpa el talante fraterno y sin rencores que caracteriza a García Serrano. Más tarde completaría otra magnífica trilogía sobre la Guerra Civil, forma­da por Los ojos perdidos (1958), La paz dura quince días (1960) y La ventana daba al río (1963). Su Dic­cionario para un macuto (1964) recoge expresiones propias de los combatientes en aquella contienda y vuelve a estar lleno de un espíritu fraterno. García Se­rrano jamás dimitió de sus convicciones políticas, de las que levantó acta orgullosa en su libro de memo­rias La gran esperanza (1982), con el que obtuvo el premio Espejo de España.

 

Los cuatro autores citados, hoy olvidados o proscritos, cuando no las dos cosas, forman parte de esa relación más extensa y heterogénea de escritores que constituyen el último libro de Juan Manuel de Prada. De los mismos cuatro y otros muchos como Dionisio Ridruejo, Samuel Ros, Luys Santa Marina, Rafael Sánchez Mazas, etc., todos caracterizados por su militancia falangista, dan cuenta los hermanos Mónica y Pablo Carbajosa en su libro La corte literaria de José Antonio.

 


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