Miguel Ángel Loma
Con motivo de las recientes y alegres celebraciones del día del orgullo gay, don Pedro Zerolo, presidente de la Federación Estatal de Lesbianas y Gays, ha lanzado el dato de que en España existen cuatro millones de homosexuales, cifra que no procede de ningún estudio estadístico mínimamente serio sino de las mientes calientes del señor Zerolo, que con la misma gratuidad ha proclamado que entre el 8 y el 13 por ciento de la población española es homosexual.
La estrategia de inflar datos, supuestamente estadísticos, siempre ha resultado eficaz cuando se utiliza para crear un estado de opinión favorable respecto a cuestiones de difícil digestión ética o moral, como sucedió en su momento con el lobby de la cultura de la muerte para legalizar el aborto, y está ocurriendo actualmente con el poderosísimo e influyente lobby gay y su pretensión de legalizar el matrimonio entre homosexuales y su derecho a la adopción.
De indudable ayuda para conseguirlo, son los editoriales y comentarios vertidos estos días en los medios de comunicación, afirmando que existe una discriminación hacia los homosexuales y que no concederles los supuestos derechos que reclaman, significa poco menos que un delito de lesa constitucionalidad y una vulneración del artículo 14, por aquello de que los españoles son iguales ante la ley, sin que pueda prevalecer discriminación alguna por razón de sexo...
Observando la enorme influencia del lobby rosa, el silencio cómplice de quienes miran para otro lado y el desarme moral de una sociedad donde lo bueno y lo malo es lo que dicta como tal la televisión, no me cabe duda de que a la vuelta de la esquina veremos matrimoniarse a los homosexuales, y que para ello ni siquiera hará falta reformar la Constitución, porque ésta dice en su artículo 32 que "El hombre y la mujer tienen derecho a contraer matrimonio con plena igualdad jurídica", pero como no añade "entre sí" (porque lo obvio no se suele añadir en las Constituciones), la puerta hacia el himeneo queda abierta. Si además sumamos que al calor de la generosa contabilidad de Zerolo, los partidos políticos comienzan a considerar que el voto rosa puede ser determinante electoralmente hablando; que el señor Zapatero, Secretario General del PSOE, ya se ha apuntado a ser el oficiante de estas bodas en cuanto llegue al poder, y que el PP no le está yendo a la zaga en progresismo y tolerancia cuando se trata de rebañar votos, sólo nos queda esperar al gran momento histórico que se nos avecina. Por fin, después de tantos siglos de civilización, nos descubrirán que todas las diferentes culturas que han existido en la larga historia de la humanidad estaban contaminadas de una homofobia irredenta al rechazar, o ni siquiera detenerse a considerar, el matrimonio entre personas del mismo sexo. Menos mal que como no hay ignorancia que cinco mil años dure ni parlamento ni televisión que lo consientan, el siglo XXI será testigo de cómo nos liberan de un nuevo lastre intolerante, y avanzamos otro pasito más hacia la indignidad del género humano.
Si hay algo claro en este viscoso asunto, es que al menos y en lo que respecta a España, el colectivo homosexual hace gala de un victimismo gratuito que choca frontalmente con la realidad social desde hace lustros. Es más, si existe alguna discriminación es a su favor más que en su contra; sólo hay que ver el peso de su influjo en los medios de comunicación, las subvenciones públicas que tan generosamente reciben sus asociaciones y su omnipresencia en los programas de televisión donde homosexualidad es sinónimo de simpatía, buen rollito y bondad natural. Por el contrario, el lado oscuro y los efectos negativos individuales y sociales de la "opción homosexual" es tema tabú y reo sea de anatema quien ose siquiera plantearlo. Pero si la verdad es la verdad, dígala Agamenón o su porquero; la anormalidad es la anormalidad, contabilícela Zerolo o legalícela Zapatero.