Javier López
Hugo Chávez sigue paseandose por el palacio de Miraflores, amo y señor de Venezuela. Baltazar Enrique Porras es un eclesiastico, presidente de la Conferencia Episcopal venezolana. Dice que "Chávez es un gran fracaso social".
Cuando Hugo Chávez llega al poder, Venezuela ha alcanzado su punto álgido en una de las historias democráticas más corruptas de Iberoamerica. Lo hace con el mandato de las urnas, no como en la intentona golpista de 1992, y poco a poco va aplicando un castrismo de banda ancha, sin la ganga marxista-leninista.
Hugo Chávez, que podría haber sido un militar discreto y un magnifico jugador de beisbol (¡cuántos destinos truncados por el apasionamiento mesianico!), decide que lo suyo es redimir al pueblo, y para ello se inventa eso del "sistema bolivariano", una nueva versión del populismo iberoamericano sin la enjundia de aquellos otros como el Justicialismo de Juan Domingo Perón. Versión cómica-circense escenificada con histrionismo caribeño ante las pantallas del televisor todas las semanas en "Aló presidente", telebasura aplicada a fines políticos.
La payasada chavista se ha instalado en el mismo corazón de esa América bolivariana de la que el presidente venezolano se siente hijo predilecto. Esa Iberoamérica, marginada del proceso globalizante, necesita nuevas referencias más creíbles que el chavismo, necesita dejar de ser la dama boba de la opulencia occidental. La alternativa no puede ser un cheque en blanco para la enésima representación de la república bananera. Venezuela, harta de un pasado de políticos corruptos, tiene que encontrar otra salida diferente a la propuesta por el hombre que sigue paseando orgulloso su boina roja por el Palacio de Miraflores.