Miguel Ángel Loma
Dan mucha penita esos personajes que se han quedado fuera de la representación política tras las últimas elecciones. Tanto tiempo acostumbrados a la sufrida moqueta, al coche oficial, a los viajes por medio mundo, a los saraos, comiditas y copitas gratis total, y de repente, por la caprichosa voluntad del electorado (¡ingratos!) o de quienes montan las candidaturas de sus partidos (¡traidores!), se ven en medio de la calle (es un decir), sin oficio ni beneficio conocido y teniéndose que pagar de sus bolsillos los langostinos, que a ver quién tiene estómago para cambiar de dieta a estas alturas de la vida y volver al bocata de mortadela con aceitunas (es otro decir). Pese a todo, yo sé que nuestros políticos profesionales son muy solidarios entre sí, y ayudan a sus colegas más menesterosos buscándoles algún carguete público donde cobijarles, pero no siempre se acierta porque, aunque los políticos profesionales sirven lo mismo para un roto que para un descosido, a veces estos "aparcamientos" se hacen al tuntún, sin apreciar las cualidades demostradas por cada cual para aprovechar mejor sus talentos, y sin valorar tampoco los ámbitos sociales más necesitados de sus actuaciones. Por ejemplo, ahora tenemos un grave problema con el lince ibérico, un animalito en peligro de extinción que se está quedando medio lelo y al que prácticamente hay que llevar de la patita a una hamburguesería para que se alimente, porque parece que ha ido perdiendo todas aquellas facultades que le identificaban como símbolo de astucia, agudeza y sagacidad, y sus presas le hacen pedorretas delante de sus mismísimos bigotes (vamos, que hoy calificar a alguien de lince es poco menos que augurarle un futuro más negro que el de un embrión humano cerca de Bernat Soria).
Pues bien, por aquello de que mejor que dar peces es regalar una caña y enseñar a pescar, se me ocurre que una buena fórmula para ayudar a estos animalitos (me refiero a los linces) sería la creación de una especie de escuela para linces, y colocar allí a todas esas meritorias personalidades hoy cruelmente apartadas del escenario político. De este modo enseñarían a los pobres felinos no ya cómo sobrevivir, sino cómo vivir de fábula y a costa de la teta de los presupuestos públicos hasta la jubilación. Sinceramente, no creo que existan mejores maestros en las artes de la supervivencia que estos sacrificados personajes de reconocida abnegación al servicio de la cosa pública. (Otra posibilidad sería nombrarles asesores de concursos televisivos basados en la supervivencia como ese de "La isla de los famosos", pero conociendo el librillo que se gastan nuestros maestrillos correríamos el grave riesgo de que los famosos se instalaran de por vida en la dichosa isla a base de subvenciones públicas, o que se proclamasen virreyes de una comunidad libre asociada o cualquier otro invento similar, y que, lógicamente, no quisieran regresar... Y la verdad, lo de quedarnos sin famosos en la España actual, significaría una tragedia mediática de consecuencias inimaginables).