Por Mendelevio
Desde los círculos del llamado “patriotismo constitucional” ven a la monarquía como garante de la Unidad de España. Esto lo recoge la Constitución en el artículo 56 “El Rey es el Jefe del Estado, símbolo de su unidad y permanencia”. No comparto esta tesis por varios motivos. El menos importante es la poca fe que tengo en la familia Borbón. Pensar que un descendiente de Carlos IV, Fernando VII o Isabel II es el garante de la unidad de España me pone los pelos como escarpias. Tampoco es lo más importante lo bajo que están cayendo los borbones del siglo XXI. Noós, Corina, los elefantes de Bostwana… resultan especialmente dolorosos en un país con 6 millones de parados y unos índices de pobreza crecientes.
Me preocupan más aspectos de historia política comparada. Hoy Isabel II de Inglaterra es a su vez Jefa de Estado de Canadá, Nueva Zelanda y Australia. ¿Eso significa que el Reino Unido y estos tres Estados sean una nación? No. Son cuatro naciones con una cúspide coronada que adorna los sellos de correos. Mantienen un mismo folclore monárquico, sin muchos más lazos jurídicos ni económicos. Esto, evidentemente, fue un modelo válido para el Imperio Británico, que le ahorró tres guerras de independencia como la de Estados Unidos.
¿Este es el modelo que queremos para España? ¿Queremos que Cataluña, País Vasco, Castilla o Murcia sólo compartan Jefe de Estado? Distinta fiscalidad, distinto sistema judicial, sanitario y educativo, pero mismo Jefe de Estado. ¿Queremos auto engañarnos con una unión de revista del corazón? Da la impresión que nuestra casta política, en cada revisión de los estatutos de autonomía o las posibles reformas constitucionales, sólo se plantea respetar la unidad de la jefatura del Estado. Parece que todo lo demás es negociable, dependiendo de las necesidades de conseguir mayorías parlamentarias. Recordemos al último Felipe González, al primer Aznar, a todo Zapatero y ¿el próximo Rajoy? Todos, por conseguir aprobar unos presupuestos negociaron con desleales de CiU, PNV, CC o ERC parcelas de la vertebración jurídica de España.
Esto es volver al siglo XVII y pueden desearlo los nostálgicos del foralismo carlista, pero no nosotros. Las diferencias no son cuestiones de símbolos o uniformes, sino de modernidad. En uno de los famosos catecismos civiles de la guerra de independencia de España contra el invasor francés se recogían perlas como: “¿Es pecado asesinar a un francés? No padre, se hace una obra meritoria librando a la patria de esos violentos opresores” Pero la que más nos interesa es: “¿Qué es la patria? La reunión de muchos gobernados por un rey, según nuestras leyes”. Me resisto a identificarme con esta afirmación a la que nos lleva el patriotismo constitucional.
El problema no es el actual titular de “los derechos de la corona”. Derechos sobre nosotros. El problema es la corona en sí. Da igual que cambiemos al amigo de Corina por el presunto JASP Felipe. Ambos tienen como prioritario afianzar la institución, la dinastía… Por encima de los derechos de los españoles, anteponen los intereses de la Corona.
Una Patria es un proyecto sugestivo de vida en común. Es solidaridad. Es hacer cosas juntos. No es heráldica, no es protocolo. No cedamos todo menos la corona. Si lo único que no une es tener el mismo rey, hemos retrocedido siglos y desaparecido como nación. Salvar la corona no es salvar la unidad de España, es apuntalar la tramoya que esconde su disgregación.
Isabel II es reina de Australia, Canadá, Nueva Zelanda y el Reino Unido... ¿Son por ello una misma nación?
Ilustración de la revista La Flaca, en la que aparecen las rencillas de la familia Borbón. Hay peleas padre-hijo (Carlos IV y Fernando VII), entre hermanos (Fernando VII y Carlos-María Isidro), entre cuñados (Isabel II, Francisco de Asís y Montpensier), entre primos (Enrique de Borbón y Luisa Fernanda) y primos segundos (Alfonso y Carlos-María de los Dolores).