Vaya por delante primero que no soy teólogo y que por tanto no tengo la formación debida para hacer un tratamiento exhaustivo del asunto. En segundo lugar, creo a pies juntillas en aquello de no juzgues y no serás juzgado y en su parangón taurino de ponte tú delante si lo haces mejor. Finalmente tomo también como verdad absoluta que el que esté libre de pecado que tire la primera piedra.
Pedidas las disculpas pertinentes lo que aquí expreso tiene -no podía ser de otra forma- un carácter somero, no complejo y está amparado por la insolencia que da el afán de aprender y debatir.
Descubro dos conceptos que se me manifiestan tremendamente atractivos: "Religión Popular" y "Pecado Social".
Desde la vieja y confortable Europa veo la religión como algo excesivamente litúrgico, formal, esclerótico, que favorece -incluso- el "arreglarse, que tenemos que ir a misa", sin embargo también existen "los otros", "los de allá" (presumo que dentro de no mucho también los habrá acá) cuyas preocupaciones no van por el camino de entender el misterio de la Santísima Trinidad o de la Resurrección de los Muertos sino más bien por la creencia en un Cristo con liderazgo que les de fuerzas para organizarse ante la próxima incursión de los milicos o de los escuadrones de la muerte, que les empape de firmeza de ánimo para evitar la desaparición de mujeres en Guatemala o en Ciudad Juárez, las violaciones en el entorno familiar o como arma de guerra o, simplemente, para ingeniárselas en qué dar de comer a su prole.
¿Hay, por tanto, una religión Norte y una religión Sur?, ¿Una religión rica y una religión pobre? No debería, pues la religión, al menos la que a mi me ocupa y preocupa, debe ser integradora pero si he de ser sincero la realidad me nubla el optimismo. La labor de los misioneros es, así, heróica y no concibo otro adjetivo para calificar el esfuerzo evangelizador de verdaderos vicarios de Cristo como Romero, Ellacuría, Sobrino, Ferrer o Teresa de Calcuta y tantos y tantos de los que desconocemos su nombre (no todos ellos eclesiásticos, por cierto y para sincero orgullo).
Y mientras comparto estas líneas me pregunto: Qué derecho tengo yo, desde la comodidad de mi despacho, siquiera a escribir sus nombres.Qué quiere decir un banquero, un empresario de la energía o de las telecomunicaciones -blancos, católicos, solventes a carta cabal-, cuando habla de América Latina o Africa como "una tierra de oportunidades". Cómo puede digerir un torturado o la esposa de un desaparecido la imagen de un dictador recibiendo la comunión. Qué resignación cristiana podemos nosotros pedir a un pueblo con una renta "per cápita" mensual de cinco euros. Cómo puede el Diós de los blancos hablar de "los perseguidos por causa de la justicia" en un pais en que el 90 % de la población es indígena y jamás ha tenido un presidente indio. Cómo puede perdonar a su prójimo el makú, el yucaré, el matapí, o el aimara cocalero al que le pagan en armas su siembra de hoja y además tener que soportar que le moralicen diciendo que su cultivo está matando a muchos jovenes al otro lado del Rio Grande.
Alberto