Que opinión os merecen los idiomas que se hablan en España ademas del castellano? Es una pregunta rara, los idiomas son, y punto. Me refiero a si considerais que han de ser cooficiales junto al castellano en las regiones de las que son propios historicamente, y si han de ser cuidados, de la forma que sea, para prevenir su retroceso y desaparición. No todos tienen tanta suerte como el catalan en el interior de cataluña ni como el vasco en gipuzkoa... en valencia, baleares, alava y galicia la situación es un drama. También en las areas metropolitanas de Bilbao y Barcelona. Por no hablar de asturias o de la huesca pirenaica. Y hablando de pirineos, que opinión teneis al respecto de la "España norte", lo que algunos llaman Catalunya nord e iparralde? Gracias
- Preguntas enviadas por P.
Consideramos que la riqueza idiomática de España es un tesoro que debe ser, no ya conservado, sino promovido. Esto es igualmente aplicable a todas las manifestaciones y particularidades procedentes de nuestro riquísimo acervo cultural y popular. Creemos en la diversidad, no nos sustentamos en una visión monolítica y esencialista del hecho español más allá de la absoluta igualdad de derechos entre todos los ciudadanos, que es una de las prioridades del Estado de Derecho. Si se tiene en cuenta que consideramos nuestra Patria a toda la Hispanidad las posibilidades se tornan ya casi infinitas.
No obstante, somos radicalmente críticos con la instrumentación de la diversidad cultural como arma de división política. La especificidad cultural y, especialmente, la posesión de una lengua autóctona ofrecen al nacionalismo su principal baza de confrontación. En su romántica visión de la realidad, hablar diferente es ser diferente. También vale para comer, bailar o vestir diferente. El relato nacionalista, que consiste en exacerbar la diferencia hasta límites irreales, no duda -al alcanzar un cierto poder político- en revolver los elementos culturales colectivos contra los derechos individuales inalienables. Esto supone para nosotros un punto de ruptura. Por ejemplo, cuando se procura marginar e incomodar a los ciudadanos nacionales que, por muy diversas circunstancias, no conocen o no usan la lengua de la región (como en el caso catalán o balear); o cuando se gastan auténticas mareas de dinero público para promover una lengua malamente reconstruida que, sencillamente, no es popular y cuyo uso queda restringido a las elites locales (como en el caso del País Vasco), millonadas que mejor harían invirtiendo en proyectos de naturaleza social.
La condición de cooficialidad de algunas lenguas españolas parece ya es una realidad inamovible. Pero el abuso permanente del que es objeto está produciendo una clara corriente de rechazo en la sociedad, uno de los efectos que –precisamente- se intentaba evitar gracias a la oficialización. El cómico espectáculo de la traducción simultánea en las Cortes ha ayudado bastante. Si la cooficialidad acaba generando rechazo hacia el patrimonio lingüístico español no podemos más que concluir que la cooficialidad no ha sido una buena idea. El nacionalismo hace de la lengua un elemento de agresión y un artefacto segregacionista.
Respecto a Catalunya Nord e Iparralde, desde un punto de vista estrictamente cultural sólo puede afirmarse que las fronteras geográficas solo son líneas casi arbitrarias trazadas en los mapas y no muros infranqueables e impermeables a la influencia del vecino. Es perfectamente natural que algunos elementos específicos de la cultura vasca y catalana hallen acomodo en el país limítrofe y tampoco pueden extrañar los préstamos galos al otro lado de la frontera. Desde el punto de vista político, sin embargo, Francia ha demostrado siempre su escasa paciencia hacia las veleidades regionalistas y su actitud expeditiva a la hora de emprender medidas de orden público en defensa de su proverbial jacobinismo. A diferencia de España, es un país serio. Sin olvidar que, en la pretendida Iparralde, gobierna con claridad la ultraderecha nacionalista de Marine Le Pen, lo que deja en claro ridículo las fantasiosas ensoñaciones panvascongadas de sus abertzales vecinos del sur. Y que la pretendida Catalunya Nord es nada menos que la Occitania, una región con una historia, cultura e identidad que ya hubiesen querido para sí los chicos del “proces”.