¿Que significa España para un buen falangista?
- Preguntas enviadas por J. T.
Puede encontrar una amplia respuesta a esta cuestión accediendo al documento "Ponencia Política, 4º Congreso Nacional" (páginas 11-27) disponible en la web de Falange Auténtica.
No obstante, extraemos los siguientes párrafos de ese documento para ofrecerle una primera visión sobre nuestra idea de España.
La Patria como superación falangista del nacionalismo
El término nación no es propio del lenguaje falangista. Nosotros pensamos España como una Patria.
La Nación es siempre un QUÉ, definido en los términos esencialistas del historicismo. Posee un carácter estático, que induce el error de una permanencia garantizada. Representa lo que ya se hizo, lo heredado.
Una Patria es un PARA QUÉ, definido a imagen de la voluntad y la libertad del hombre. Su carácter es dinámico, susceptible de cambio, imprevisible, inacabado. La Patria responde a la llamada del quehacer, del porvenir.
Nación y Patria responden a dos realidades irreconciliables.
La Nación encarna un sujeto histórico en sí misma. Representa una entidad casi sobrenatural, aunque convenientemente incardinada a una elite directriz. La Nación posee sus propios proyectos que no requieren, ni mucho ni poco, la coincidencia con los proyectos individuales o colectivos de sus súbditos. Tampoco se detiene a considerar la adhesión que su tarea universal pueda promover entre los suyos, pues no existe recurso tan efectivo como una leva.
Por el contrario, para que haya Patria se deben cumplir tres condiciones.
- Presencia de un amplísimo grupo humano, por lo general coincidente con el sustrato demográficos de las llamadas naciones.
- Un acuerdo en el interior de este grupo para realizar una tarea en común.
- Que esa tarea resulte lo suficientemente ambiciosa como para merecer la atención y el reconocimiento del mundo entero (carácter universal).
Por eso, la Patria no existe sino en función de la gente y de su ímpetu. A diferencia de la pretendida naturaleza de la Nación, la Patria reviste siempre un carácter voluntario y transitorio, aunque no inevitablemente breve. Incapaz de reconocerse en un hecho providencial y dado definitivamente, la Patria está obligada a reinventarse y renovarse cada hora.
El motor que mueve a la Nación es el designio histórico; su permanencia depende de la rememoración de sus mitos fundacionales y de las glorias del pasado. La Nación depende de pasar el testigo a las generaciones futuras, lo acepten o no. La Patria subsiste mientras un proyecto de futuro conserve su poder movilizador de las personas.
La Nación y sus cultores, los nacionalistas, explotan no sólo el mito de la diferencia. También el mito del origen, que ensueña un pasado remoto de plenitud y felicidad bajo unas formas políticas de origen étnico y muy apegadas al suelo natal. El acontecer histórico fue eclipsando esta prístina arcadia hasta la decadencia. La causa principal fue el gobierno de los extranjeros, incongruente con la personalidad profunda de aquel país natural y el sentir de sus gentes. La extracción de lo foráneo y la recuperación de una soberanía política plena conducirán a una nueva Edad de Oro.
Este lirismo político permite reconocer, en las diferencias entre una Nación y una Patria, los ecos de la tensión habida entre el mito y el logos en los albores de nuestra cultura.
En aquel entonces, el triunfo de la razón revistió un carácter puramente instrumental. Tiene que ver con la mayor competencia del logos en la resolución de problemas. Así como la ciencia venció a la magia, evidenciando su mayor solvencia en el orden práctico, son de esperar objetivos y resultados más favorables de un Estado que atienda a principios racionales que de aquel que responde prioritariamente a las componentes afectivas y emocionales.