Por Justo Hernández
Mientras a este lado de los Pirineos la máxima expresión de rebeldía juvenil, parece ser la celebración de macrobotellones, la juventud francesa está de nuevo en la calle; y ya no se puede decir que se trata de emigrantes excluidos que queman coches. La clave de las protestas está en la devastación de unos derechos sociales y laborales edificados durante largo tiempo por un movimiento obrero vigoroso que ahora intenta ser castrado desde imperativos neoliberales.
Francia registró en la última década en desempleo promedio superior a 10 por ciento -uno de los peores de la Unión Europea-, en tanto el paro entre los jóvenes menores de 25 años se situó en 20 puntos porcentuales durante casi una generación.
Las precarias condiciones de ocupación entre la juventud francesa llevaron a que los graduados universitarios emigren a otras naciones de la UE, en especial, Irlanda, en busca de mejores opciones laborales.
El jefe del Gobierno conservador, Dominique de Villepin se ha sacado de la manga el CPE (Contrato de Primer Empleo), que algunos traducen "CPE: C como desempleado ("chomeur" en francés), P como precario y E como explotados", y que supone una vuelta de tuerca más hacia la desregulación total del mercado de trabajo y un posible aviso de lo que nos espera al resto de trabajadores europeos.