La Agenda 2030, pretendidamente concebida para la construcción de un futuro sostenible, fue inviable desde su primer minuto. Una quimera moderna, una ensoñación aparentemente utópica muy lejos del alcance real de su principal promotora, las Naciones Unidas. Sólo una ingenuidad patológica o una intención aviesa pueden explicar que el proyecto viera la luz. Que a estas alturas algún dirigente de apellido Borbón, Sánchez o Feijóo luzca todavía el multicolor emblema circular de la cosa en la solapa sólo se explica por la ausencia de un proyecto nacional propio.  

Ingenuidad. Todas las escuelas primarias insisten en el riesgo de futuro que implica nuestra devastadora capacidad de contaminación. En Secundaria se abstrae un poco más la cuestión para concluir que no hay obstáculo mayor para un futuro sostenible que nuestro actual modelo de producción industrial por lo cual, sin la decidida participación del mundo empresarial y financiero, cualquier iniciativa de transformación va a colapsar por la base.

No es asumible que los altos ejecutivos de UN obviaran esta realidad perfectamente asumida por la sociedad. Cuanto menos después de las conclusiones que los analistas han elevado sobre el fracaso del proyecto global inmediatamente anterior, los Objetivos de Desarrollo del Milenio (ODM). Se subraya allí el error de haber confiado la transformación del modelo a una pura gestión política donde la ONU exige a los países miembros que, a su vez, exijan a las empresas radicadas en su territorio un cambio radical en su relación con el medio ambiente. Con completa seguridad, cuando los grandes magnates multinacionales fueron recibiendo llamadas en estos términos de sus respectivos presidentes de gobierno las carcajadas debieron escucharse en la luna. Alguien en la ONU había obviado que, en ciertos aspectos, el poder real de estos súper ejecutivos es muy superior al de los gobiernos democráticos. Alguien no se había percatado de que el viejo sueño liberal (Laissez-faire, laissez-passer) se había culminado y las finanzas corren ya línea paralela a la política cuando no muy por delante de ella. A fin de cuentas, para eso se inventaron los “tratados de libre comercio” que permiten a las grandes multinacionales hablar de tú a tú con los gobiernos del mundo, en pie de igualdad y tras obtener de ellos las más amplias, gentiles y bobaliconas concesiones.

Por eso, cuando Naciones Unidas anuncia a bombo y platillo el lanzamiento de la Agenda 2030 en septiembre de 2015, era necesario concluir que se habría alcanzado entre bastidores un primer acuerdo entre política y finanzas por la supervivencia planetaria pura y dura. En caso contrario, la ONU se enfrentaría a una reedición del gran fiasco que supusieron los ODM cuando el prestigio del emblemático edificio ubicado en la Primera Avenida de Manhattan ya no daba para tanto.

Pero no. El lanzamiento de la Agenda fue fraudulento. Nunca, en ningún momento, ni antes ni después del mismo se anunció una multibillonaria inversión de las mayores industrias y empresas mundiales para sustituir el modelo productivo y garantizar un futuro sostenible. Por eso puede afirmarse sin reservas que la Agenda 2030 y sus Objetivos de Desarrollo (ODS) se publicitaron bajo la falsa premisa de que los obstáculos que enfrentaron los ODM habían sido removidos y ya se contaba con un poderoso sector empresarial dispuesto a asumir el costo de la gran fiesta futurista y sostenible. Porque antes de enviar las invitaciones se debe tener muy claro quién va a pagar la fiesta.

Desde el principio la Agenda 2030 resultó una gigantesca estafa incapaz de superar su inicial estadio pirotécnico y festivo. Un inmenso buque que se va a pique en el momento justo de ser botado. Cabe preguntarse por qué habría de ser de otro modo. Desde una estricta lógica empresarial el cambio de modelo productivo carece de sentido. Las actuales condiciones de producción hacen que los negocios prosperen prodigiosamente generando retornos y ganancias extraordinarios. En el reducido marco de los grandes inversores capitalistas el sistema es el mejor que se podría concebir. Si el modelo funciona el modelo debe mantenerse pues nadie cambia de caballo cuando va ganando la carrera. Sería algo tan inesperado como que un partido político acometiera la reforma del sistema electoral que le acaba de dar el triunfo en las elecciones. 

En esta partida de futuro el as que la ONU creía tener guardado en la manga era la necesidad lógica del cambio de modelo. De mantenerse el actual, el colapso del planeta queda garantizado por su extraordinaria capacidad contaminante, explotadora de recursos naturales y generadora de basura y de desechos. La situación ecológica ha alcanzado tal gravedad (y nadie dude de que es así) que la avenencia de la gran industria internacional al drástico cambio de modelo se daba por descontada. A fin de cuentas, todos vivimos en la misma frágil burbuja de gas y permanecer ciegos a sus límites resultaría suicida. Por desmesurada que sea la irracionalidad de los grandes hombres de negocios no cabía esperar que redundasen en su ceguera. 

Tan sólo parecía necesario un último empujoncito para vencer las reticencias y la ONU, tal vez para apuntarse el tanto de la salvación del planeta, lo daría por medio de una arriesgada estrategia de hechos consumados. A pesar de no contar aún con ningún compromiso expreso procedente del gran sector industrial y financiero decide lanzar su Agenda con la certeza de que los grandes magnates no se atreverán a comparecer ante la opinión pública mundial como los dinamiteros del gran proyecto ecológico de salvación universal. 

Una estrategia muy arriesgada, en efecto. Y anticuada. Porque si las políticas de buena imagen resultaron esenciales en los años del cambio de siglo y de milenio, la Reputación Social Corporativa ya parece una moda del pasado. Como tantas otras. Por eso, cuando Naciones Unidas ya daba por ganada la partida, merced a la incontestable disyuntiva del cambio de modelo o la asfixia ambiental, los grandes hombres de negocio dicen que de eso nada, que son milongas, que el progreso y el crecimiento no se pueden detener. Laissez-faire, laissez-passer. La inconsciencia liberal en su estado más legítimo: “Nuestro papel es mejorar nuestros resultados trimestrales; si el futuro resulta irreversible… pues el que venga detrás que arree”.

Con todo, la Agenda 2030 seguirá dando mucho de qué hablar.

(Y aquí, inopinadamente, con el artículo ya firmado, la última polémica suscitada por la Vicepresidenta del Gobierno de España al afirmar que los ricos tienen un Plan B y están preparando su abandono del planeta en exclusivos cohetes espaciales).

JUAN RAMÓN SÁNCHEZ CARBALLIDO.


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