El INE acaba de hacer públicas las conclusiones de su "Proyección de población para el periodo de 2014 a 2064". Sin paliativos: España tiene una de las tasas de fecundidad más bajas del mundo, tendencia que se confirma desde hace décadas.
Hace unos años, cuando ya nos ocupábamos de estas cuestiones, tuvimos ocasión de defender una relación directa entre el drástico descenso de nuestra tasa de natalidad y el modelo económico del capitalismo. En ese imaginario, vivir es consumir y el rango social una derivada del volumen y la calidad de los signos externos de riqueza. Traer hijos al mundo implica una importante detracción de los recursos materiales necesarios para mantener el estatus dispensador del prestigio social; o, cuando menos, la aparente pertenencia a tal estatus. Las consecuencias directas de esta razón dibujan las pirámides invertidas de las estadísticas poblacionales.
Como las malas noticias nunca llegan solas, FOESSA y CÁRITAS hacían coincidir, en estas mismas fechas, la aparición de su estudio “VII Informe sobre exclusión y desarrollo social en España 2014”, elaborado por más de 90 investigadores de 30 universidades.
Las cifras hablan por sí mismas: la mayoría de la población española, casi el 66%, no alcanza la integración plena. De hecho, el porcentaje de exclusión ya se sitúa en el 25%, casi doce millones de personas. Poco menos de la mitad de ellas desciende ya a la categoría de exclusión severa. De los 11,7 millones de excluidos, el 77,1% sufren exclusión del empleo, el 61,7% exclusión de la vivienda y el 46% exclusión de la salud.
El panorama cambia radicalmente. Ya es una clara minoría, el 34%, el sector de la población seducida por la posesión de bienes materiales superfluos. Para el resto, el espejismo se ha roto. Y así, el puro consumismo se reduce a una variable menor que secundaria dentro del conjunto de fuerzas que, en peligrosa confluencia, echan abajo al vector español de la natalidad.
Ahora viene a resultar que la propaganda sobre la acumulación de objetos, de pequeñas migajas de riqueza, contaba con una cláusula oculta: la provisionalidad. La crisis nos ha revelado que nada es para siempre. Que el empleo, y su consecuente provisión de recursos, no son eternos. Que todo fluye, todo es volátil; que no hay seguridad. En el colmo del cinismo, los teoretas del capitalismo hacen de esta debilidad, virtud. Especialistas, por regla general, en nómina de alguna institución pública, bien a resguardo del temporal.
Por sus dificultades de financiación, cualquier proyecto a largo plazo se nos antoja una quimera en nuestros días. Y no hay proyecto con un recorrido más amplio que el de la paternidad y maternidad. La provisionalidad con que el Sistema nos amenaza representa, justamente, la antítesis de la responsabilidad perenne de traer un hijo al mundo. El amor filial deviene incompatible con la perspectiva del niño dependiente de las legumbres del comedor escolar.
La caída en picado del índice de natalidad español es, en fin, uno de los claros síntomas de la enfermedad terminal que la mentalidad capitalista ha inoculado en nuestra sociedad. El otro es la tasa de suicidio, de la que tengamos, tal vez, ocasión de ocuparnos en otra oportunidad.
Juan Ramón Sánchez Carballido.