Miguel Ángel Loma

A pesar de lo que escribiera Unamuno, hay quien piensa que la invasión de una pequeña isla donde pastan las cabras no necesitaba tanta atención; pero la experiencia enseña que cuando se transige con la amenaza y no se le paran los pies al transgresor, las cosas degeneran y siempre se acaba produciendo más violencia y sangre de la que se pretendía evitar ignorando el problema o emitiendo declaraciones seráficas. El episodio del Perejil no ha sido ninguna tontería por más que algunos recriminen al Ejecutivo español su actitud de recuperar la isla, pretendiendo hacer casi una broma de un asunto que en cualquier otro país habría cerrado filas en torno a su Gobierno. Pero en España es políticamente incorrecto todo lo que suene a defensa de la patria, no en vano se ha ido vaciando de contenido el artículo 30 de la Constitución. Como de todo se aprende, tras este nuevo capítulo de una vieja amenaza, podemos concluir que pese a tanta Unión Europea, tanta defensa común y tanto euro, los españoles muy poco podemos esperar de los Gobiernos de Francia y Gran Bretaña; que la OTAN sólo nos quiere para utilizar sus bases en nuestro suelo y mandar nuestros soldados a que se dejen la vida en lejanos países, mientras nos deja la puerta trasera sin cobertura ni protección; que al pueblo saharaui le espera un nuevo abandono y que quien parte el perejil sigue siendo el Tío Sam y sus intereses fosfatados. Convertidos por nuestra situación geográfica en los gendarmes antipáticos de Europa frente al hambre de África, debemos extremar nuestra cortesía con el Gobierno de Marruecos, que la cosa está muy chunga con el mundo islámico y si cabreamos a Mohamed por un quítame allá esas cabras, no contaremos con la solidaridad de los cabritos. No sólo nos toca bailar con la más fea, sino hacerlo con sumo cuidado para evitar que la cornamenta que nos han puesto nuestros aliados no se enganche entre las lámparas cortesanas de Rabat y Bruselas.