Alberto González Rodríguez

Nada me une al partido popular, ni al socialista, ni a ninguno. De modo que nadie tome estas líneas como defensa de alguno. Allá ellos con sus polémicas, en las que sabrán defenderse solos. Los tiros van por otro lado.

Van como toma de posición desde la sociedad independiente no militante contra la manipulación a que alguno trata de someternos, como si todos fuéramos unos ignorantes estúpidos dispuestos a tragar el falseamiento de la historia últimamente en boga, consistente en reescribir el pasado, desenterrar muertos y avivar rencores, con riesgo de, como ya se ha desvelado incluso de modo expreso, volver al año 36, lo que acabarán por lograr si continúan hurgando en cosas ya olvidadas por todos menos por los que las siguen removiendo desde el partidismo revanchista. Una muestra de ello es el artículo "Antes rota que roja", publicado en este mismo diario el pasado día 6 y rectificado el 8, que su autor, hoy socialista con cargo y ayer comunista, inicia tergiversando la frase "antes roja que rota", de la que afirma ser "una de las consignas de la derecha fascista española durante la II República que expresa gráfica e impúdicamente la reacción y el sentimiento que le animaban ante el avance popular de los partidos y organizaciones de izquierda". Afirmación que significa, o ignorar la historia, lo que es malo, o manipularla, que es peor. Y que, en cualquier caso, denota que el autor es un pésimo analista o un gran manipulador, ya que el sentido de la frase es exactamente el contrario del que le da. "Prefiero una España roja a una España rota" no fue consigna de nadie, sino una frase de Calvo Sotelo repetida en varias ocasiones como base de su pensamiento personal. La última vez, en aquella negra sesión del Parlamento "democrático y progresista", de 16 de junio de 1936, en que, tras haberlo sido ya varias veces por socialistas y comunistas a través de La Pasionaria, Margarita Nelken, José Díez, Galarza y otros, fue amenazado de muerte directamente por el propio presidente del gobierno, Casares Quiroga, y La Pasionaria ("Su señoría morirá con los zapatos puestos") anunciando el propósito de asesinarlo que, valiéndose de las fuerzas de seguridad del Estado, cumplieron menos de un mes después, el 13 de julio. Tras lo cual, obviamente, la frase no volvió a ser utilizada. Porque a partir de tan horrendo crimen de Estado, nadie, salvo los propios rojos, quería una España ni rota, ni roja. La frase no iba, pues, contra el avance de las izquierdas, dedicadas por otra parte a quemar conventos, asesinar religiosos y arrasar campos -que podía haber ido, vista la situación de las cosas sino a favor de España, con una grandeza de espíritu que sólo cabe interpretar en la misma clave que el juicio de Salomón. Es decir, preferir que algo muy querido pase a manos de otro, incluso adversario, antes que verlo destrozado o muerto.

¿Cabe mayor generosidad? ¿Se imagina nadie a Largo Caballero o a cualquier otro izquierdista, de antes o de ahora, diciendo "prefiero una España derechista, antes que una España rota? Desde luego resulta impensable. De modo que mal pudo ser consigna de "la derecha fascista" la frase que, hasta que se asesinó a su autor, prefería una España roja a una España rota por los separatismos que la corroían bajo el gobierno de unas izquierdas fanatizadas por el odio a España, que en sus mítines y manifestaciones callejeras coreaban los gritos de "Rusia sí, España no" y "Muera España, viva Rusia"; portaban retratos de Stalin y Lenin, que también cubrían las calles, y cuyo líder, Largo Caballero, era llamado "el Lenin español".Una izquierda "progresista" tradicionalmente contraria al concepto de patria por considerarlo derechista o fascista, siempre proclive a la ruptura de la unidad de España y falseadora de la historia, con antecedente en aquella demencial I República de vocación disgregadora, autora del proyecto de dividirla en 15 Estados independientes, disgregados a su vez en municipios autónomos relacionados entre sí tan solo por los pactos voluntarios que cada uno decidiera, cuyo nombre exacto, aunque parezca chiste, era el reiterativo de "Pactos sinalagmáticos, conmutativos y bilaterales". Esa era la España rota que Calvo Sotelo no quería y a la que prefería una España roja, si eso significaba mantener la unidad de la patria. Aunque, como estaban las cosas en el 36, bajo dominio de un enloquecido Frente Popular -lo que el autor del artículo comentado llama "avance popular de los partidos de izquierda"- inspirado y controlado por el Lenin español, poca diferencia iba de una a otra. Pues según proclamaba el propio Largo Caballero el 13 de noviembre de 1936 de cara a las próximas elecciones, en afirmación que el levantamiento de 1934 hacía buena: "Si los socialistas somos derrotados en las urnas iremos a la violencia, pues antes que el fascismo preferimos la anarquía y el caos. Es decir, o mía, o muerta. Todo lo contrario de lo que decía Calvo Sotelo. Basta pues de demagogia, de tergiversaciones y de manipulación.

Recordemos, y que sirvan de reflexión a todos, los doloridos versos de un poeta de izquierdas, pero no fanático, y en consecuencia profundo amante de España:"No se juega con la patria/ como se juega al escondite:/ Ahora sí, ahora no./ Ya no hay patria. La hemos matado entre todos,/ los de aquí y los de allá,/ los de ayer y los de hoy./ España está muerta./ La hemos asesinado entre tú y yo".


ALBERTO GONZÁLEZ RODRÁGUEZ es historiador