Las torpes justificaciones esgrimidas por Pedro Sánchez en su discurso de investidura del pasado 15 de noviembre fueron incapaces de ocultar la motivación real y última de todas sus actuaciones: una ambición egótica por el ejercicio del poder aderezado con un regusto patológico y dudosamente democrático por hacer rabiar a sus adversarios, una derecha política y mediática que yerra estrepitosamente el juicio al afirmar que Sánchez pone en riesgo la unidad de España con tal de amarrar el poder durante otros cuatro años. Han medido mal la ambición del personaje porque la intención de Sánchez es la de perpetuarse en el poder.

Es del todo seguro que los equipos del Presidente español trabajan ya sobre el escenario del referéndum de autodeterminación catalán. La primera reunión celebrada entre PSOE y Junts, bajo la vergonzante vigilancia de un observador internacional, se convocó para abordar este asunto y ningún otro.

Pero Sánchez no va a llegar al referéndum sin un plan. Un plan terriblemente arriesgado que, de salir mal, pondrá fin al Estado español tal como lo conocemos; pero que, de salir bien, supondrá décadas de socialismo y “progreso” en España.

Ese plan parte de una verdad casi de Perogrullo: que una cosa es convocar un referéndum de autodeterminación y cosa muy distinta es ganar un referéndum de autodeterminación. Y Sánchez ya está demasiado acostumbrado a ganar bazas increíbles como para rechazar un órdago semejante.

En opinión de Falange Auténtica los acontecimientos pueden desarrollarse en estos términos: el referéndum se convocará; Sánchez y el PSOE harán campaña por el No; el No triunfará y Sánchez y el PSOE cobrarán un rédito electoral perdurable gracias a la derrota del nacionalismo en su propio terreno de juego.

Esta posibilidad se asienta en la simple matemática electoral.

Todo el catafalco del nacionalismo descansa sobre la hipótesis falsa de que el pueblo de Cataluña es mayoritariamente separatista cuando, en realidad, es unionista. Es lo que cabe deducir del extraordinario retroceso de los dos grandes partidos nacionalistas catalanes en las Generales de este mismo año.(1)

Se crea o no se crea, el PSC-PSOE fue el partido más votado en Cataluña en las Generales de 2023 con un 34.49% de los votos, casi 14 puntos por encima del porcentaje logrado en 2019. Obtuvo 19 Diputados frente a los 14 de todo el bloque independentista y lo superó en más de un 10% de sufragios. El independentismo en su conjunto perdió aquí nada menos que siete Diputados, lo que supone la volatilización de un tercio en su apoyo electoral.

Si el PSC-PSOE aparenta hoy y por motivos eminentemente prácticos un abandonado del unionismo es claro que no está en perfecta sintonía con la mayoría de sus más de 1,2 millones de votantes catalanes. Continuamos percibiendo que, en Cataluña, el PSOE saca mayor partido a su E de español que a su S de socialista. (2)

El panorama que las cifras dibujan es el de un nacionalismo catalán que paga una fuerte factura en las urnas por su radicalización y un crecimiento del voto unionista.

Y Sánchez lo sabe.

En realidad, el independentismo catalán es un gigante con los pies de barro. Arrogante, insultante, prepotente e irritante hasta la saciedad hace valer una fuerza que no le corresponde. Todo el poder del que estos nazis de medio pelo hacen gala procede de una única fuente: la sempiterna desidia del voto unionista. Por eso, cuando ese voto ha conseguido movilizarse el terror ha cundido entre sus filas encendiendo todas las alarmas, temerosos de que la identificación entre la Cataluña verdaderamente democrática y el secesionismo muestre por fin su inautenticidad.   

Entre 1980 y 2010 la media de participación electoral en Cataluña se situaba exactamente en el 60%. Pero ese porcentaje sube significativamente en las elecciones de 2012, 2015 y de 2017. El incremento de participación se debe a una circunstancia novedosa en el panorama político catalán, la irrupción de Ciutadans. En 2015 asistimos a un espectacular incremento de participación del 17%  que lleva en volandas a este partido a ser el segundo más votado. En 2017 las cifras crecen aún más, hasta el 22% sobre la media tradicional y Ciutadans logra lo imposible: ganar las elecciones catalanas. Los independentistas sólo recuperaron la calma, el poder y el falso discurso de la Cataluña subyugada y rebelde cuando una lamentable concatenación de errores convierte a Ciutadans en una opción no confiable. La consecuencia inmediata volvió a ser una caída de participación del 28%, correspondiente a una masa electoral huérfana de partido. De partido unionista, se entiende.

Pero, en la grave tesitura de un referéndum de autodeterminación, es muy previsible que ese 28% de voto adicional que logró aflorar Ciutadans vuelva a movilizarse a favor del No, colocando la fantasía independentista donde le corresponde, en la minoría aunque no en la pura marginalidad.

Y Sánchez lo sabe.  

El vergonzoso acuerdo firmado entre el PSOE y Junts para hacer de Pedro Sánchez Presidente del Gobierno arranca con uno de los mitos predilectos del catalanismo excluyente, el supuesto ataque del Poder Judicial contra el Estatut de 2006. Circunstancia legal que desató el llamado “procés”, el intento de referéndum ilegal y la violencia separatista en Barcelona. Pues bien, a pesar de haber sido vendido por los independentistas, y aún por los socialistas, como un magno documento histórico de absoluta trascendencia para el futuro de Cataluña lo cierto es que la votación de esa cuasi Constitución catalana registró una abstención de más del 51%, lo que en cualquier mente civilizada hubiera supuesto -cuando menos- una duda razonable sobre su legitimidad. Ocurre, además, que recibió un 25 % de votos negativos. De modo que dos de cada tres votantes catalanes rechazó el excesivamente hipostasiado documento soberanista o pasó directamente de él.  

Y Sánchez lo sabe.  

Como sabe también que en Junts pervive aún un sector regionalista que estima peor para Cataluña la independencia que la situación actual, donde un chantaje permanente sobre el débil gobierno central se traduce en un riego periódico de millones para tapar los agujeros de la pésima gestión de la Generalitat. Un sector imposible de cuantificar pero que puede, tal vez,  engrosar las filas del No después de echar algunas cuentas elementales y de tentarse los bolsillos.

Con el paso del tiempo Pedro Sánchez ha mostrado sobradamente un radicalismo casi suicida. Hombre de ultimátum, de jugarlo todo a una carta y de no atender a razones en sus huidas hacia adelante, la suerte lo ha acompañado llevándose por delante no sólo a la vieja estructura de su partido sino a tres líderes de la oposición. Sin despeinarse y sólo de momento. La convocatoria de un referéndum a vida o muerte encaja perfectamente con su mentalidad de elefante en cacharrería.

No obstante, sabe que debe revestirse de calma y prodigarse en concesiones hasta llegado el momento de abanderar la opción unionista por el No frente al separatismo. Por supuesto que en solitario, nada de contar con el PP ni mucho menos de Vox. Entre tanto, intentará aplicar a sus socios nacionalistas la clásica estratagema de llevarlos de victoria en victoria hasta la derrota final que se producirá la noche del recuento del referéndum. Por eso no plantea el PSOE la menor resistencia a sus disparatadas exigencias, cuando no se adelanta directamente a ellas. Eso los mantendrá felices y confiados en la consecución de sus objetivos máximos. Sánchez se garantiza así la estabilidad parlamentaria y la paz en las calles de Barcelona en espera del último tramo de su plan.

Si calificamos estas estrategias como muy peligrosas es por el único factor que Pedro Sánchez parece desconocer: que el voto unionista también puede desmovilizarse.

El acoso permanente al concepto unionista –nacido del simple cómputo de intereses o de un sentimiento más elaborado de pertenencia nacional- ocasiona sus efectos. Desmotivación, desánimo, decaimiento. Nadie quiere integrarse en el bloque de la debilidad, la inacción y la total falta de iniciativa. Ni asumir el papel de opresor de las libertades y los derechos democráticos de otro. La actitud sumisa y humillada del Presidente del Gobierno de España frente al permanente chantaje nacionalista puede quebrantar la moral del votante unionista catalán, cansado de la sucesión interminable de ofensas a España que los socios de Sánchez prodigan dentro y fuera del país. Y puede debilitar, igualmente, la simpatía del pueblo español hacia Cataluña en su conjunto, por puro hartazgo, cumpliendo así inopinadamente con los planes del nacionalismo. Algo que empezamos a percibir como cierto y con creciente alarma. Hay un punto de no retorno que se alcanzará cuando el resto de España espete a los catalanes, separatistas o no, un definitivo “mejor que os vayáis de una vez”.

No podemos afirmar que este plan de Sánchez sea algo real. Demasiado bien sabemos que a personalidades tan sectarias como la suya la mera mención de España les suena a facha. Pero decimos que este plan sería coherente con su enfermizo apego al poder y sus soluciones infantiles por irresponsable. De por sí, la eventual aceptación del contexto del referéndum supone una pérdida de terreno inconmensurable frente a la ofensiva nacionalista, pero esa baza ya ha sido jugada. Sólo cabe esperar que todos estos cálculos sean correctos y dibujen el verdadero mapa del apoyo popular a la secesión de Cataluña. Si las movilizaciones populares se dieran en Barcelona y no en Madrid nos mostraríamos mucho más optimistas. Confiemos, no obstante, en que el unionismo catalán abandone la comodidad del sofá el día del referéndum y de, en las urnas, un campanazo a la escocesa. Democráticamente no puede hacerse más. Son casi ocho millones de españoles los que han confiado en Sánchez. Increíblemente ha sido así. Y no hay litio suficiente en España como para medicar a tanto suicida junto.

Juan Ramón Sánchez Carballido.

 

NOTAS

(1) El porcentaje de voto obtenido por Junts y ERC es del 27.12%. La suma de los partidos considerados unionistas (PSOE, PP y VOX) casi del 56%. Es decir, más del doble. Claro que este cómputo no se incluye en 14% logrado por Sumar (segunda fuerza más votada) porque su indefinición en materia catalana impide encuadrarlos en uno u otro grupo. Nos inclinamos a pensar que el súper-progre nazionalista tiene su propia opción que es ERC mientras que el súper-progre no nazionalista es más de Sumar. Pero vaya usted a saber.   

(2) La prueba está en el daño electoral fatal que le infligió Ciutadans en 2015 y 2017, un partido unionista joven, dinámico y libre de las ambigüedades y las pequeñas traiciones del PSC al electorado no nacionalista. Y en la recuperación del voto unionista por parte del PSOE cuando Ciudadanos hizo aguas, mejorando en diez puntos su apoyo electoral respecto a su resultado previo.