Eduardo López Pascual

Ante el desafío secesionista lanzado por el Gobierno autónomo catalán, han aparecido en la opinión pública varias respuestas que van desde el juicio más negativo y oposición frontal al mismo, que contemplaría incluso la defensa por la fuerza de la Unidad nacional, pasando por quienes sienten indiferencia ante el envite independentista, hasta los que abogan por una aplicación justa de la Constitución vigente. Hay también otros que, como yo mismo, manifestamos nuestro criterio de defender la realidad histórica de la Nación española, sujeto de más de quinientos años de andadura común, y hacerlo a través de una dialéctica pacífica en democracia, que se traduce en abogar por la Unidad de España sin apelar a prácticas belicistas.

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Yo me mojo casi siempre en mis apreciaciones sociales o políticas, y mantengo una actitud plena de convivencia y respeto a las ideas de todos, en tanto que sean democráticas y no utilicen la violencia como argumento de base, de tal forma que por mucho que me ofendan los separatistas, o que invoquen amenazas de cualquier tipo, seguiré practicando la palabra y la poesía. Estoy convencido de que la gente como yo, quienes de una u otra manera caminan por mi senda política y convencimiento vital, no acudiremos a la calle con actitudes violentas, aunque nos duela y repugne la deriva separatista en Cataluña o la Comunidad Vasca. No me caben dudas acerca de la Unidad de España, patria y proyecto sugestivo de vida común (como dijo Ortega), pero creo que esos desafíos de los dirigentes políticos secesionistas de ambas comunidades, no merecen saldarse con soluciones armadas, sino con una labor continua y constante de españolización, según la acepción tradicional de esa palabra en el diccionario.

También por desgracia, porque todavía hay quienes desean proseguir con calumnias de tipo leninista hacia nosotros – ya saben, eso de que una mentira repetida mil veces se convierte en verdad-, me parece útil expresar aquí y ahora mi rechazo al uso de la fuerza ante las provocaciones y desafíos nazionalistas, que parecen recuperar la praxis política totalitaria de los años veinte y treinta del siglo pasado. De modo que si alguien se interesa por mi posición ante el problema catalán, que sepa que deseo llegar a su solución a través de la acción política, la pedagogía histórica y la denuncia social, porque creo que es más eficaz en la reivindicación de la unidad de una Patria más grande, libre y justa.

Debe de haber un mensaje claro en esta cuestión, y no será ocioso recordarlo para gusto de todos, frente al problema separatista en algunas regiones españolas, trabajemos todos por la unidad de la Patria sin temores ni vergüenzas, pero hagámoslo sin ira ni golpes, con las manos abiertas y la paz en los labios, ya que la razón está de nuestra parte.