Por Alberto

Ayer en un informativo de televisión pude verle y oirle. Le ví y le oí hablar de la crisis y dirigirse a los telespectadores usando de manera fría y calculada la primera persona del plural. "Estamos pasando momentos durísimos", "Atisbo que comenzaremos a recuperarnos a mediados del dos mil trece" o "no son buenos momentos para nadie". Si continúa un minuto más me hubiera apetecido pasarle el brazo por el hombro y decirle: "Venga machote, que Dios aprieta pero no ahoga, que tú puedes con todo lo que te propongas y, además, aquí estamos para ayudarte en lo que necesites", "¡pobre hombre!".

En cuarenta y seis años sólo he conocido (dudoso honor) a una persona con esa frialdad prepotente y sobrada, una persona a la que, al mirarle a la cara, no sabías si acababa de perder a sus dos hijos en accidente de tráfico o le había tocado un millón de euros a la lotería; se llamaba y se llama José Amedo Fouce.

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Me tranquilizo y pregunto que tendrán que ver él y el ejecutor de los GAL (ojo, no el creador, que esa es otra historia) y concluyo que sí, que cada uno ejerce el terrorismo como sabe y puede, unos con una ametralladora y otros con un tipo de interés. Me acelero, tengo necesidad de respirar hondo y serenarme de nuevo pero no lo consigo. Me indigna comprobar como los políticos darían una mano por sentarse a cenar en su mesa, como las fundaciones y ong´s se desviven por obtener su patrocinio, como los gobiernos esperan su diagnóstico, en el mejor de los casos, o su placet y conformidad, en el peor, para aplicar tal o cuál medida.

Reflexiono pero no sé responderme quién de los dos, a su manera, a destrozado más vidas, si el del GAL o el del Santander.