Traemos a la sección "Estamos de acuerdo con" de nuestra web este artículo firmado por Fernando Valbuena y publicado en su habitual columna del diario HOY, el pasado viernes 26 de septiembre.

Conste que el estar de acuerdo no quiere decir que compartamos todo lo que el autor expone en el citado artículo. Pero sí creemos, igual que él, que hoy la política está huérfana de hombres de una pieza, personas de honor y palabra que estén prestos a servir a los ciudadanos que les han elegido no a servirse de sus cargos para medrar e incrementar su patrimonio personal.

También traemos a colación este artículo porque conjuga a la perfección, como se puede comprobar en el último párrafo, las palabras de nuestro fundador José Antonio Primo de Rivera con las del gran poeta Miguel Hernández, en su obra Vientos del Pueblo. José Antonio y Miguel, Miguel y José Antonio ¡poesía que promete!

Una última pregunta para los lectores ¿qué político actual se atrevería a hacer suyas las palabras que pronunció José Antonio en Campo de Criptana?


GALLARDÓN, SIN ARRIAR BANDERAS

Lo del PP tiene miga. Dura como el desengaño, pero miga. Triste como el trago amargo del desencanto, pero miga. Por mucho que se tome distancia, por mucho que uno trate de entender las razones de estado que todo lo pueden, por mucho que uno le dé vueltas, no hay por dónde ni cómo.

La política aquí, en España, cambia principios por encuestas. Principios cual cromos. Se acabaron, en la política al menos, los hombres de una pieza. Y si queda alguno, resulta extraña ave. EL PP habita en la conveniencia, en el día a día de las obras minúsculas, en valores de quita y pon, estéril, que ya vendrán a beber su sopa cohortes de aduladores, tan famélicas de verdades como sabias para explicarnos el por qué y el cómo.

 

Reconozco que solo a los poetas les es dado cantar versos inmaculados sin rendir cuentas. Pero cuando alguien da un paso al frente y asume voluntariamente, a nadie obligan, responsabilidades de gobierno, debería preguntarse cada noche si ha cumplido con el credo que dice defender, con las promesas nacidas de ese credo y con la propia e íntima coherencia que viste al hombre honrado. Y eso aquí, está visto, no pasa. ¡Qué buen pueblo si hubiera buen señor! En la pelea por el bien común a uno le gustaría encontrar capitanes honrados a los que servir. No los hay. Un puñado, no más, entre mares de ventajistas y galernas de falsarios.

Ayer leía a Eduardo García Serrano. En su columna comparaba las siglas, y los hechos, del PP con las de Poncio Pilatos. Por un rato medité hasta qué punto pudiera tener razón. Me asusté. Los partidos no son sistemas articulados de ideas y valores, son caballos de Troya al asalto del poder. Nos gobiernan a golpe de encuesta. No lo digo ufano, antes bien al contrario, lo digo envuelto en un manto de tristeza, porque en su degradación está la degradación del sistema de convivencia que nos hemos dado.

Dice Arriola que a él le pagan por ganar elecciones. ¡Qué pena me da Arriola! Qué pena me da Rajoy, subido siempre a una escalera, sin que sepamos nunca si sube o si baja. Me quedo con Gallardón. Gallardón ha tenido la decencia de dimitir sin arriar banderas. Ha demostrado coherencia y nadie le podrá echar en cara que mercadease con las ideas para conservar la poltrona. Ahora se le critica con saña. A mi juicio ha sido un buen Ministro de Justicia. El único que ha pretendido seriamente la tarea infinita de modernizar una administración de Justicia anclada en el siglo XIX, el único que se ha alzado limpiamente por la erradicación de los viejos privilegios de casta. En algunas medidas discrepé, las más las aplaudo. Los privilegiados, con toga y sin ella, le enseñaron los dientes. No pudo ser.

Mientras tanto, la vida pasa. El toro de la Vega se murió de risa y de risa morirán hoy en el vientre de su madre trescientos veinte españoles que a vivir venían. Necesitamos capitanes. Grandes capitanes. Vienen a mí aquellas palabras de José Antonio en Campo de Criptana, "si os engañamos, alguna soga hallaréis en vuestros desvanes y algún árbol quedará en vuestra llanura”. Eran otros tiempos, aquellos en que se perdonaba todo excepto la cobardía y la traición. Se equivocaba Miguel Hernández, vientos del pueblo, “nunca medraron los bueyes en los páramos de España”, se equivocaba.