Por Fernando Valbuena

Extremadura no se entiende sin los extremeños. Extremeños, como Extremadura, en desguace permanente. Extremeños del te irás y no volverás. Extremeños de todas las ausencias, de todos los atropellos, de todos los silencios… Extremeños en peligro de extinción. Como Extremadura, en despedida y cierre.

A primera vista, ni mejores ni peores. El mismo corazón que nos bombea dentro a todos. Los mismos dos ojos que nos alumbran a tirios y troyanos. Pudiera ser que fueran casi como los demás. Pudiera ser, pero son extremeños. Y son la buena gente de siempre. Aunque solo fuera porque el sol que les alumbra es más limpio. Como ellos, como la tierra seca y nervuda que cultivan y pastorean.

Les he visto en las ventas del camino, a pie de cancela, junto a los cercados, subidos en los olivos y, de vuelta, otra vez en el cruce los caminos, las cañadas y los andurriales. Envueltos en espolones de polvo, ellos y sus monturas. Podían ser cualesquiera otros, pero son extremeños. Digo verdad cuando digo que son buena gente entre la gente buena. Inocentes. Paisanos de los barros y las cigüeñas negras. Regantes de viñas de sangre y arrozales de sudor. Y vuelta, por los siglos de los siglos, inocentes.

Parte de esa buena gente se manifestó en Don Benito (mejor o peor guiados, pero eran ellos). Algún imbécil, desde su despacho del sindicato, desde su bicoca de por vida, algún imbécil de mala baba les ha llamado terratenientes y carcas. Y lo ha hecho con el desprecio con que escupen los miserables. Pero yo, en Don Benito, solo he visto extremeños curtidos de soles y de esfuerzos. Extremeños que en la piel llevan escrito que viven de su sacrificio. Ni señoritos. Ni terratenientes. Sus manos les delatan; porque los versos que escriben se escriben a la intemperie, quebrados de sol y desesperanzas. Agricultores y ganaderos a los no les salen las cuentas, porque son los tontos del baile, porque no han trincado una sombra allende de su tierra,... porque viajan sin padrino por un mundo que les es ajeno.

Nogales no es Don Benito. No comparo. Ni ramblas son canchales. No comparo. Pero me duelen esos palos. Y ese desprecio del vago que les llama vagos. Y pienso que no todos somos iguales, que mi gente extremeña es mejor, aunque solo sea por el hecho irrefutable de tener el siglo en su contra. ¡Donosa majadería! Solo por eso. Porque Extremadura yace hoy aún más desahuciada (y más parada) que ayer. Solo por eso y porque ellos siguen sudando los surcos que le abren a su madre, nuestra madre tierra. Son mejores aunque solo sea por un abrazo. Un abrazo redentor. Cuando, después de los porrazos, alguien se abraza a quien le aporrea demuestra la pasta de la que está hecho. Como el toro. Extremeños nobles y bravos. En la pelea y en el perdón. No comparo, pero semejantes abrazos no los he visto en otros lugares. Tampoco en donde más y más a menudo se manifiestan. No sé quien se equivocó. La policía no. La policía obedece. Pero en esos palos, y en los desprecios que vinieron luego, se resume el drama de esta tierra sufrida y pobre. Condenados por pedir, apaleados por alzar la voz. El ministro no está, no recibe. Y lo que es aún peor, en Madrid sus votos son tan esclavos como ellos mismos. No recuerdo a ningún diputado extremeño exigir (siquiera pedir) algo para su gente a cambio de votar a favor del nuevo Gobierno. No. Ninguno. No. Ninguna. Solo palabritas al viento. Y, sin embargo, vi ese abrazo. Y me henchí de orgullo sin ser extremeño. Apaleados como el Quijote por los galeotes. ¡Quijotes...! En ese abrazo está el tuétano de la raza, y está también toda mi admiración por la gente de campo, por mi buena gente extremeña.