En la España del siglo XXI, ¿sigue siendo el catolicismo un principio básico de la Falange? Sé lo que pensaba José Antonio; pero no si ha cambiado este aspecto como han cambiado otros, al menos en la FA: participación en la democracia, rechazo de la violencia... Un saludo,

- Pregunta enviada por J.

El catolicismo fue, ciertamente, el principio fundamental en la vida de José Antonio y de la inmensa mayoría de los militantes falangistas hasta la fecha, con mayor o menos coherencia personal según los casos. Pero no se puede deducir de ello que constituya igualmente un principio fundamental de la Falange, ni mucho menos del nacionalsindicalismo que es una teoría política y económica y no una escuela religiosa o moral.

Desde la perspectiva de Falange Auténtica, todo nuestro ideario se construye a partir de la creencia fundamental y la defensa de los principios de la Dignidad, la Libertad y la Integridad humanas. Estos tres valores –que nos gusta denominar como universales y eternos, es decir, consustanciales al hecho humano- son de origen precristiano aunque nos han llegado expresados en lenguaje cristiano ya que cultura europea y cultura cristiana fueron una y la misma cosa durante milenios.

Sin embargo, lo importante para nosotros es el fondo y no la forma, de tal modo que sentimos una afinidad natural con todas las personas que basan su pensamiento y su comportamiento sobre los tres valores fundamentales expresados –Dignidad, Libertad e Integridad- con independencia de cuál sea la fuente de ese percepción: religiosa, filosófica, científica, estética, etc.

Esto explica que importantes militantes de la primera hora, como Ramiro Ledesma, Julio Ruiz de Alda o Manuel Mateo –por citar sólo algunos nombres destacados- fueran agnósticos o abiertamente ateos sin que ello supusiera una merma de su condición falangista. Se puede, en consecuencia, ser tanto ateo y falangista como católico y falangista. Quién sabe si, incluso, masón y falangista, como Martínez Lacaci o Tuero Madiego.   

Y se debe ser, ante todo, justos. Y reconocer con agrado –aunque no nos ataña como partido ni mucho ni poco- los esfuerzos de la Iglesia católica para adaptarse a los tiempos  (“participación en la democracia, rechazo de la violencia…”) sin necesidad de transigir con el núcleo fundamental de su fe.