Por Carlos Javier Galán

"Declaramos la intención de llevar a cabo (...) una política de crecimiento moderado de los salarios que permita adaptarse al contexto económico, apoyar el descenso de la inflación y la mejora de la competitividad, potenciar las inversiones productivas y favorecer el empleo estable y seguro. "La determinación de los salarios en la negociación colectiva basada en esta política de moderado crecimiento de los salarios, tomando como referencia la inflación prevista, la productividad y la cláusula de revisión salarial (...) constituye un modelo apropiado para evitar espirales inflacionistas nada deseables.Debe tenerse en cuenta que el crecimiento de los salarios en convenio debería tomar como referencia los costes laborales unitarios, de forma tal que la cifra resultante permita a las empresas, en particular a las abiertas a la competencia internacional, mantener, al menos, su posición actual y no verse perjudicadas respecto a sus competidores.

El lector quizá suponga que estos párrafos reflejan el propósito declarado de las organizaciones empresariales al afrontar la negociación colectiva 2007. Si así fuera, nada nos extrañaría. En un marco económico capitalista, que nosotros cuestionamos, parece sin embargo previsible que los empresarios se planteen como objetivo el que los salarios no suban mucho. Pero, para limitar esa pretensión empresarial, debe entrar en juego el contrapeso de los sindicatos, cuyo objetivo debe ser el opuesto: mejorar las condiciones de salario y de todo tipo de sus representados. En ese tira y afloja -como en toda negociación- se llegaría a un punto intermedio de conciliación de intereses. Insisto en que es una lógica que los falangistas auténticos no compartimos, puesto que el trabajo es un atributo humano y el capital un factor de producción, y pensamos que el capital debería estar al servicio de la empresa y de la economía y no a la inversa. Pero, en términos de economía de mercado, la negociación colectiva se plantea como una forma de conciliar las aspiraciones de empresarios y trabajadores.

Pero, si les digo que lo que han leído al principio de estas líneas, esa loa entusiasta a la moderación salarial, es el planteamiento que suscriben ¡¡¡los sindicatos!!!, ¿entienden ustedes algo? Yo no, lo confieso.

Estos planteamientos -y otros muchos de similar jaez que salpican el documento- son los que UGT y CCOO han aceptado de forma expresa y firmado sin reserva alguna en el Acuerdo Interconfederal para la Negociación Colectiva 2007, junto con las patronales CEOE y CEPYME, que suponemos les habrán cubierto de besos a continuación de la rúbrica. Afortunadamente, otros sindicatos, como USO, CGT o CNT, han valorado negativamente y en términos duros el documento, pero resulta escandaloso que las dos grandes centrales sindicales del país se pasen, con armas y bagajes, al argumentario de los grandes capitalistas, de la gran banca y de los poderes económicos. Porque lo grave es que no se contentan con aceptar la moderación salarial como resultado final de una dura negociación, sector por sector y empresa por empresa, sino que la ensalzan de antemano con carácter previo, como un objetivo deseable y plausible.

Desde que tengo uso de razón, cada vez que España ha estado en situaciones de crisis económica, he escuchado llamamientos a la responsabilidad en la negociación colectiva y a la moderación salarial. Se nos decía que los asalariados tenían que apretarse el cinturón para que las empresas pudieran superar esas etapas de crisis. Pero también desde que tengo uso de razón, cuando llegan las épocas de bonanza económica, no se compensa al asalariado por el sacrificio que antes tuvo que hacer, no se le permite que se ponga en esas etapas un cinturón holgado. Todo lo contrario: se proclama también la necesidad de mantener la moderación en el incremento salarial para que esa etapa de pretendida bonanza sea duradera. Y me pregunto, ¿no estamos haciendo como Abundio, el que vendió la moto para comprar gasolina? Porque ¿qué otro sentido puede tener la buena situación económica que conseguir el bienestar de las personas? Si la economía -como si fuera algo abstracto- va muy bien pero la mayor parte de los ciudadanos de a pie tienen que sacrificarse para ello, ¿para qué sirve entonces que vaya bien? ¿a quién beneficia? La economía va bien de verdad cuando nos va bien a todos o a la mayoría. Discúlpenme que haga preguntas tan poco sesudas, pero los que no somos economistas ni políticos tenemos estos vicios de cuestionarnos cosas elementales.

Los grandes sindicatos españoles no sólo han aceptado los dogmas neoliberales de mantener un bajo crecimiento de los salarios en toda coyuntura -cuando las cosas van mal, para superar la crisis y, cuando las cosas van bien, para que siguen marchando bien... para otros-. Han aceptado también el criterio general de que, cuando se trata de mejorar la competitividad, los sacrificados tienen que ser necesaria y únicamente los trabajadores. ¿Por qué no se dedica algún párrafo en el Acuerdo Interconfederal a plantear como objetivo la moderación en los beneficios de las grandes empresas? ¿Por qué no se dedica alguna línea a pedir una acción de gobierno que incida sobre la pesada carga financiera que soportan los sectores productivos y que, en lugar de sacrificar los salarios, disminuyan una minúscula porción los beneficios de la banca? Nos dirán que esto es demagogia, pero sigo sin entender por qué, para mantener la competitividad interior y, sobre todo, exterior de las empresas españolas, hay que ajustar los costes siempre necesariamente por el salario, es decir, por lo que afecta a la mayor parte de las familias.

Con sindicatos como UGT y CCOO ya saben los asalariados de nuestro país lo que les espera para este año: subidas en torno al 2 %, que es la previsión de inflación del gobierno. Antes, esos llamamientos genéricos a la moderación salarial, se veían luego muy condicionados por los ámbitos de negociación inferiores, donde las partes, conocedoras más cercanas de la situación real del sector, de las empresas y de los trabajadores, acordaban a veces incrementos algo superiores o tomaban como referencia índices más fiables que las previsiones gubernamentales. Ahora no, porque las direcciones nacionales de estos sindicatos imponen, a través de este Acuerdo Interconfederal, condiciones a los convenios colectivos, comprometiéndose a que la previsión de inflación del gobierno es la única que se tomará como referencia.

Por si fuera poco determinar que el 2 % sea la subida general de los salarios, los sindicatos admiten sin problemas que se generalicen las cláusulas de descuelgue -es decir, empresas que no apliquen esa subida cuando les perjudique: "consideramos necesario que en los convenios se establezcan las condiciones y procedimientos por los que podría no aplicarse el régimen salarial a las empresas cuya estabilidad pudiera verse dañada como consecuencia de tal aplicación - y la flexibilidad en la estructura salarial -empresas que vinculen una parte de esa subida a conceptos retributivos variables, dado que, según suscriben sin sonrojo las centrales sindicales, "en una economía abierta a la competencia internacional, se hace preciso afrontar cambios en las actuales estructuras salariales, avanzando a una mayor relación entre retribución y productividad.

Así se ven las cosas en los despachos de CEOE, CEPYME, UGT Y CCOO. Aquí, a ras de tierra, en las conversaciones de los hogares, de los bares, de los comercios, o a la puerta de los colegios... la percepción de las familias no es que sus gastos hayan subido anualmente sólo un 2 %. El incremento de los productos básicos desde la entrada en vigor del euro ha sido espectacular. Y la porción de sus ingresos que las familias más jóvenes tienen que dedicar a la adquisición de vivienda no ha hecho más que multiplicarse. Pero la singular composición y maquillaje gubernamental del cálculo del Ándice de Precios al Consumo es lo que al final prima, contra toda evidencia. Los estadísticos gubernamentales del IPC podrían hacer suya ante los ciudadanos la frase de Groucho Marx: "¿a quién va a creer usted, a mí o a sus ojos?.

Me temo que los trabajadores españoles no saben que UGT y CCOO han pactado en estos términos. Los medios informativos, como siempre, tampoco prestan atención a lo que de verdad incide en la vida de los ciudadanos, porque están muy ocupados con los grandes debates artificiales que sólo interesan a los políticos. Pero el sabor de boca que se le queda a uno ciertamente es amargo tras ver como los sindicatos hacen suyos planteamientos neoliberales en lo económico y los aceptan como si fueran dogmas incuestionables.

Y a todo eso, entonces, si los sindicatos piensan así, ¿quién defiende a los trabajadores españoles? Porque con defensores como estos...