Eso nos decía Gabriel Celaya en su magnífica La poesía es un arma cargada de futuro y eso mismo se debe pensar al enterarse de una noticia ocurrida hace unos días y que ha pasado prácticamente desapercibida para los medios de comunicación y para la sociedad en general.

 

En Auckland, una ciudad neozelandesa, Folole Muliaga, una mujer de 44 años y madre de cuatro hijos, vivía gracias a la respiración asistida que le proporcionaba un aparato de oxígeno conectado a la red eléctrica.

 

Poesía para el pobre, poesía necesaria
como el pan de cada día,
como el aire que exigimos trece veces por minuto,
para ser y en tanto somos dar un sí que glorifica

 

Mercury Energy, compañía subsidiaria de la estatal Mighty River Power, responsable del suministro eléctrico en la zona, envió a un empleado para que cortase el servicio la luz en la casa de Folole ya que ésta se había permitido la osadía de no pagar la factura correspondiente a dicho suministro.

El empleado que realizó tan heroica acción, cuando fue advertido por los vecinos de lo que, con total seguridad, podría ocurrir si desconectaba la luz de la casa de Folole, respondió que se estaba limitando a cumplir con su trabajo.

 

Maldigo la poesía concebida como un lujo
cultural por los neutrales
que, lavándose las manos, se desentienden y evaden.
Maldigo la poesía de quien no toma partido hasta mancharse.

 

Y Folole, esta maestra de escuela neozelandesa, falleció como consecuencia de la falta de oxígeno en su organismo.

 

Dejar morir a un ser humano por el impago de una factura es a todas luces un asesinato, es el ejemplo más claro de una sociedad enferma e inmiscuida en sus propios asuntos, sin importarle lo más mínimo lo que le ocurra al de al lado. Cobarde el trabajador –nadie sabe las indicaciones que recibiría para realizar el corte de suministro- por realizar un trabajo tan sucio, maldita la compañía eléctrica, más preocupada por un decimal más en su macro cuenta que de la vida de un ser humano, y traidores los vecinos por no negarse a ese acto y cerrar el acceso a la vivienda de su paisana.

 

Pobre Folole y pobres huérfanos que toda su vida tendrán que recordar por qué murió su madre: por no pagar la factura de la luz.

 

Porque vivimos a golpes,
porque apenas si nos dejan
decir que somos quien somos,
nuestros cantares no pueden ser sin pecado un adorno.
Estamos tocando fondo.

Bario


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